No parece una decisión feliz la del traspaso hecho por el presidente de la República de la Presidencia del Partido Nacionalista a su esposa, la hasta entonces miembro de la Comisión Ejecutiva (y cofundadora) de dicho partido, Nadine Heredia. Y no lo parece, no solo por el sabor a herencia familiar que deja el hecho, tan poco favorecedor a esa institucionalización de los partidos que nuestro sistema político necesita urgentemente. No. El asunto trasciende los límites partidarios y vuelve a resucitar el fantasma del proyecto de ‘reelección conyugal’ que en algún momento parecieron contemplar el presidente y su esposa –y que ciertamente contemplaron, según lo atestiguan sus propias declaraciones públicas, varios de sus más cercanos colaboradores.
Volver a despertar este fantasma es un error grave para el gobierno del presidente. Después de todo, se trata de uno de los principales motivos de desconfianza que despertaba este gobierno hasta que la señora Heredia finalmente aceptó deslindar públicamente de la posibilidad de postular en el 2016. Los peruanos tenemos demasiado fresco en la memoria los daños sistemáticos que ocurren en las instituciones y en la economía –gracias al gasto populista– cuando en países como el nuestro se abre la posibilidad de la reelección inmediata (una modalidad de la cual, como lo ha probado la reciente historia de nuestra región, es la reelección-por-vía-del-cónyuge).
Como se sabe, a diferencia de lo que hace con el presidente en ejercicio, la Constitución no prohíbe explícitamente la reelección de su cónyuge. Sí lo hace en su “espíritu” (las mismas razones que existen para prohibir que un presidente pueda hacer campaña mientras permanece en el poder existen para prohibir que lo pueda hacer su familia inmediata). Pero ya sabemos que ahí donde las instituciones no son muy sólidas poco suelen garantizar las normas que no son muy explícitas (¡y aun estas!). De hecho, como se recordará, antes de que Nadine Heredia dijese que no postularía, el presidente del JNE pareció hacerle un guiño a sus posibilidades de ser candidata en el 2016.
El presidente ha dicho que la primera dama no cobra un sueldo por el trabajo que realiza. Y ello es cierto y tiene sentido teniendo en cuenta que su puesto, al menos oficialmente, no existe. El problema no es lo que la primera dama cobre o no, el problema es lo que gasta. Es decir: los recursos del Estado que tiene a su disposición para realizar todas las actividades que, en medio del vacío legal en que se mueve, realiza. No olvidemos que, según un informe de contraloría, solo durante los dos primeros años del gobierno de su esposo la primera dama realizó 43 viajes al interior del país (sin contar los que hizo acompañando a su esposo)y tres al exterior (incluyendo uno a Brasil, donde la siguieron 27 personas en el avión presidencial) y tuvo una cobertura del canal del Estado que superaba a la de cualquier ministro (de hecho, solo en los últimos cinco meses del 2012 las actividades de la señora Heredia fueron cubiertas por un número de horas cuyo valor comercial ascendía a más de un millón de soles).
Por lo demás, los gastos del Estado que la señora Heredia podría aprovechar para una eventual candidatura suya exceden a aquellos en los que incurre directamente. Solo con que se le relacionase con los programas sociales del gobierno –cuyo presupuesto el último año llegó a los S/.6.303 millones– la señora Heredia ya estaría bailando con el pañuelo de todos –y desbalanceando el tablero electoral– en una eventual candidatura suya para el 2016.
Puede, desde luego, que la señora Heredia piense ser fiel a la palabra dada públicamente y no tenga planes de postular en el 2016. Pero si ello fuese el caso, sería una pena entonces que, junto con el presidente, haya decidido asumir para el gobierno este innecesario costo de la desconfianza que, con su nueva investidura, ha vuelto a encender.