Desde que se conoció la lista de los nominados al TC y a la defensoría sobre la que nuestras bancadas congresales alcanzaron un “consenso”, este Diario criticó la ya famosa repartija y exigió que se reemplacen cuatro de los nominados. En línea con ello, apoyamos las movilizaciones ciudadanas que se dieron luego y cuya indignación compartimos.
No obstante lo anterior, pensamos que hay un concepto equívoco coprotagonizando las protestas, que sirve a una interpretación tan cómoda como falsa de nuestra problemática actual y que vale la pena aclarar de una vez por todas. Esto último, teniendo en cuenta sobre todo que se trata de una idea que ha echado ya raíces muy firmes en el lenguaje con el que los peruanos –nosotros incluidos– nos referimos a nuestra realidad política y, por lo tanto, en la manera en que –aunque sea solo mecánicamente– la concebimos.
Nos referimos, desde luego, al concepto de “clase política”.
Una y otra vez se escucha a los marchantes decir que las protestas son contra nuestra “clase política”. Que tenemos una “clase política” que abusa, que indigna, que avergüenza. Que nuestra “clase política”, en fin, debe irse.
La verdad, sin embargo, es que los peruanos no tenemos una “clase política” más de lo que tenemos una “clase médica” o una “clase arquitectónica”. No vivimos en una sociedad de castas ni en una aristocracia: ninguno de nosotros nace con una curul o una silla de regidor, o de alcalde, o de presidente. Hablar, pues, de nuestra “clase política” como si los políticos que tenemos estuvieran en sus cargos de forma inevitable y predestinada, sin que nosotros hayamos tenido nada que ver en el asunto, es, por lo menos, ‘pilatesco’. Una socorrida manera de lavarnos las manos y poder indignarnos con tranquilidad sobre los que son en realidad vicios nuestros –y vicios, por lo demás, que expresamos de peor manera en cada elección–.
¿O es que acaso en el Perú los votos no se cuentan? ¿O es que acaso, por ejemplo, el congresista que hoy es conocido popularmente como ‘comeoro’ debido a sus estrechos vínculos con la minería ilegal en Madre de Dios no sacó el 31% de los votos preferenciales de su circunscripción electoral? ¿Y Nancy Obregón, hoy finalmente detenida gracias a unas pacientes investigaciones de la policía antinarcóticos, no sacó el 40% de estos votos en la suya? ¿Y Néstor Valqui, el blindado congresista del ‘night club’ con damas de compañía en Pasco, no se llevó un 45% según el mismo criterio?
Por otro lado, ¿el partido que colocó la mayor cantidad de congresistas sin trayectoria pública, pero con prontuario privado y que se llevó la mejor parte en la repartija –el partido de gobierno–, logró su situación de poder por su posición natural dentro de nuestra “clase política”, o lo hizo porque un tercio de los peruanos decidió votar por él?
No. Nosotros no tenemos una “clase política”. Lo que tenemos son representantes. Puede que no sean efectivamente representativos, pero no se puede dudar de que son nuestros representantes porque obtuvieron un mandato que nosotros les dimos de manera libre –aunque, por lo que se ve, no especialmente consciente– para hablar y decidir en nuestro nombre.
¿Qué podemos hacer para que los electores peruanos no sigamos produciendo, elección tras elección, estos Frankensteins? Hay, por lo pronto, varios cambios que podrían producirse al nivel del sistema electoral y que nosotros hemos propuesto más de una vez. Por ejemplo, la elección en distritos uninominales pequeños en lugar de las gigantescas circunscripciones plurinominales de hoy; o el voto libre (que es también el personalmente motivado y suele ser, por tanto, el mejor informado).
Es posible, por supuesto, que este tipo de remedios sea solo de efecto parcial y que la raíz del problema sea más profunda. Es decir, es posible que nuestros políticos sean más representativos de lo que nos gustaría aceptar. Pero, en cualquier caso, nunca tendremos cómo comenzar a abordar exitosamente el problema si no lo planteamos en los términos correctos y, por tanto, si no corremos de una buena vez el telón de la “clase política” con el que estamos tapando lo que está detrás de esta crisis permanente de insatisfacción ciudadana: nuestro sistema electoral y nosotros mismos.