La semana pasada se anunció que el Congreso realizaría un evento sobre “el rol de los medios de comunicación en la formación de valores”, lo que despertó justificadas alarmas. Y es que, según declaró Absalón Alarcón (uno de los principales impulsores del foro junto con el congresista nacionalista Santiago Gastañaduí), su intención era plantear la propuesta de ley de telecomunicaciones del plan de la Gran Transformación que, vale la pena recordar, guarda muchas similitudes con el espíritu de la “ley mordaza” recientemente aprobada en Ecuador. La propuesta, señaló Alarcón, buscaría que la libertad de prensa sea “bien orientada”, que no sea “distorsionada” y que no se convierta en “libertinaje”. En pocas palabras, que sea el gobierno quien decida qué contenido deben transmitir los medios.
El evento se iba a realizar el jueves 27 y estaba planeado que fuese inaugurado por el presidente del Congreso, el oficialista Víctor Isla, y clausurado por el presidente Humala. Por alguna razón (esperamos que por un súbito flash de autoconciencia) el encuentro se canceló. Enhorabuena. No obstante, preocupa mucho que aún existan en el nacionalismo iniciativas que parecen esconder intenciones de censurar a los medios.
Es posible que esto no haya sido más que un acto reflejo proveniente de un pasado que Gana Perú ya desterró (después de todo, es verdad que a la fecha, y más allá de algunas declaraciones desafortunadas, el presidente no ha intentado censurar a una prensa libre que muchas veces ha sido muy crítica con su gobierno). Pero aún si ese es el caso y no había nada consistente detrás de este evento fallido, el oficialismo debería tener más cuidado y evitar enviar señales de este tipo. Al fin y al cabo, en el contexto regional actual, realizar declaraciones que puedan ser interpretadas como amenazas a la libertad de expresión es jugar con un miedo cercano. No en vano en nuestra vecindad hay un movimiento que se viene expandiendo sistemáticamente de país en país y que se encuentra empeñado en terminar con esta libertad a toda costa, bajo excusas efectistas como la “promoción de valores” y la “democratización de los medios”.
En Ecuador, por ejemplo, luego de haber cerrado alrededor de veinte medios de comunicación opositores, el presidente Correa acaba de aprobar una “ley mordaza” que, esencialmente, le permite controlar qué dice la prensa y, por lo tanto, de qué se enteran sus ciudadanos. En Argentina, el gobierno de la señora Kirchner, que no tiene empacho en perseguir administrativa y judicialmente a los medios que le incomodan y que ha presentado un proyecto de ley cuya aprobación le permitiría controlar la producción de papel periódico (y por lo tanto a los diarios), ha llegado al extremo de reprogramar los partidos de fútbol (cuyos derechos de transmisión tiene) para quitarle ráting a los periodistas que lo critican. En Bolivia, el señor Morales logró aprobar una ley que limitó la propiedad de los medios de comunicación privados (similar a la ecuatoriana). Y en Venezuela ya no queda un solo canal de televisión independiente del Gobierno. Esta situación regional, por otro lado, genera aun más alarma cuando se considera que el plan de gobierno original de Gana Perú proponía, por ejemplo, un sistema de concesiones de radio y televisión que tuviera “como referente el reciente modelo argentino”.
Por lo demás, todos los que cada cierto tiempo parecen tentados a creer que la prensa maneja arbitrariamente sus contenidos y que por tanto debiera recibir un control –supuestamente ese sí desinteresado y objetivo– del Estado, debieran recordar una cosa: los contenidos de los medios los deciden quienes los consumen –cuando consideran que les dan la información que necesitan saber– y los que dejan de consumirlos –cuando consideran que les dan información diferente a la que quieren. En corto: que quienes al final del día deciden los contenidos de la prensa son los consumidores. Y que, por lo tanto, “la libertad de prensa” es, en realidad, la libertad de los ciudadanos de decidir qué tipo de noticias y de opiniones quieren tener. Para prueba, basta ver la abundancia de ejemplos históricos de medios o grupos de medios poderosos que de pronto dejaron de serlo porque perdieron la confianza o simplemente la preferencia de quienes los leían o sintonizaban.
Quien muestra, pues, malos designios para con la libertad de prensa muestra incomodidad con la libertad general. Con lo que el espacio de la prensa acaba siendo un buen sistema de alarma para que la ciudadanía pueda enterarse a tiempo cuando hay alguien a quien le gustaría invadir sus terrenos. Lo que incluye, desde luego, a quien intenta organizar un evento para ver la mejor forma en que se podría justificar tal invasión.