La ‘fujimoritis’, como fiebre política encefálica, pro o anti, puede derivar en una enfermedad crónica y hasta en ataques incurables, de los que muchos no pueden escapar.
Hay quienes hacen de la ‘fujimoritis’ descontrolada y crónica un modo y medio de vida. Están en su derecho. Al fin y al cabo vivimos en un país de democracia y libertades. Los extremos, en política y en ideología, en oficialismo y en oposición, gozan de aceptación y tolerancia, con una sola limitación: la de no afectar el bien común por el que los peruanos hemos elegido precisamente a quienes hoy gobiernan y legislan y pueden ser fáciles presas de la ‘fujimoritis’.
Nuestros acuerdos y consensos serán más fáciles en la medida en que sepamos superar nuestras diferencias. La fanática ‘apristitis’ de otros tiempos, a favor y en contra, ya nos dejó una ingrata lección histórica.
A nombre de ese bien común, todos los ‘ismos’ juntos que habitan en el Congreso, esto es desde el fujimorismo hasta el acciopopulismo, pasando por el pepekausismo, el acuñismo, el aprismo, el veronikismo, el aranismo, el lescanismo, el vitochismo y hasta el solitario vilcatomismo, tienen que dejar de dar tantos saltos circenses y tontos en un suelo político que está por ahora parejo, que no es el mejor, pero sobre el cual los elegidos de aquí y de allá pueden pensar y funcionar civilizadamente.
A propósito del legítimo pedido de facultades legislativas del gobierno, se ha creado una sobrecargada atmósfera política que pretende negar al fujimorismo su legítimo derecho a cuestionar lo que considera que debe cuestionar. De esta atmósfera política no parece formar parte el primer ministro Fernando Zavala, que como buen negociador con los lados más duros de las comisiones parlamentarias viene obteniendo casi todo, excepto la reforma de la Unidad de Inteligencia Financiera (UIF), que exigiría algunas precisiones para el justificado levantamiento del secreto bancario, y nada más.
La bancada fujimorista no quiere ser ahora en el Congreso la mesa de partes que fue su similar por diez años, entre el 90 y el 2000. Es bueno que quiera dejar ese tiempo atrás. Sobreviene la pregunta: ¿Así de exigente en sus cuestionamientos habría sido la bancada de hoy con Keiko Fujimori en el gobierno y frente al pedido de facultades legislativas?
Todavía el presidente Pedro Pablo Kuczynski y su equipo arrastran el infundado miedo a un fujimorismo que puede hacerles la vida a cuadritos en el Congreso. Todavía Keiko Fujimori y sus parlamentarios creen que son un gobierno aparte y que no deben perder ese aliento de vida. En verdad, Kuczynski y Keiko Fujimori han empezado hace mucho rato a romper el hielo en la cancha política y lo vienen haciendo bien. Ambos no tienen que enceguecerse ni ensordecerse por las ruidosas tribunas ni dejarse llevar por los ataques de ‘fujimoritis’ que padecen sus consejeros y seguidores más cercanos e íntimos.
Tengan simplemente la cabeza fría.
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“Los fuegos fatuos del defensor del Pueblo”, la columna de Enrique Pasquel (@enrique_pasquel) ► https://t.co/W8aEdaJLiD pic.twitter.com/r2D55UxNNm— Política El Comercio (@Politica_ECpe) 25 de septiembre de 2016