Los funerales de Fidel Castro durarán toda la semana, serán itinerantes; habrá una veintena de mandatarios visitando la isla para el adiós protocolar. A todos los motiva alguna modalidad de negocio, en política no existen los gestos desinteresados; los asistentes no han olvidado que el finado destruyó varias democracias en América Latina, vivió del tráfico de diamantes y de drogas, persiguió opositores, ejecutó colaboradores, traicionó secuaces, se entronizó en el poder. Mandó a asesinar, a espiar, a robar durante 57 años.
Su condición de principal enemigo de Estados Unidos lo convirtió en el dictador más popular de los últimos tiempos; pero el secreto de su longevidad en el poder fueron las guerras de guerrillas: Castro gestó, respaldó, financió, alimentó, y finalmente, negoció cada uno de los movimientos subversivos que surgieron a lo largo y ancho de América del Sur.
Apoyado en la astucia de su jefe de inteligencia, Manuel Piñeiro ‘Barba Roja’, Castro usó los servicios de Inteligencia y Contrainteligencia cubanos para organizar las guerrillas latinoamericanas. El sistema de inteligencia de “la revolución” se forjó bajo la influencia de la Stasi, el aparato de inteligencia de la desaparecida Alemania Oriental –heredera de la inteligencia nazi–. Y como una burbuja de ese sistema, Castro creó y puso en manos del mismo Piñeiro el Departamento América del Comité Central del Partido Comunista de Cuba: el ente dirigente de la izquierda latinoamericana.
El Departamento América asesoró a los chilenos del MIR que boicotearon, desde dentro, el gobierno de Salvador Allende. Pronto, capitalizó la insurgencia de Edén Pastora y los sandinistas en Nicaragua; y se encargó de alimentar al Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional en El Salvador.
Organizó comandos con los sudamericanos refugiados en Cuba y los envió a entrenar a los grupos radicales de las izquierdas en Latinoamérica. Así tomó el control militar y político del comunismo clandestino, y luego las guerrillas, a las que después negoció de acuerdo a sus intereses.
El triunfo del sandinismo en Nicaragua le dio tremendo poder, igual que el “empate” que logró con el Farabundo Martí en El Salvador (el FMLN llegó a dominar el 50% del territorio de su país).
Empoderado, olvidó las formas y ordenó asesinar al nicaragüense Edén Pastora en Costa Rica. Pastora se oponía a que el sandinismo, que había surgido contra la brutal dictadura de Somoza, se declarara marxista y se hiciera del poder. En el atentado contra su vida murieron 8 periodistas, la bomba que el Departamento América introdujo camuflada en una cámara de video a una conferencia de prensa que Pastora brindaría tenía el sello de la inteligencia cubana. El mismo sello que marcaba a los chilenos que vinieron al Perú a entrenar al MRTA en 1985; y a enseñarles a secuestrar, asaltar y extorsionar, tal y como lo hicieran después en México con el subcomandante Marcos.
Hace 20 años el MRTA secuestró a 800 personas en la casa del embajador del Japón en Lima. Desesperado, el entonces presidente Alberto Fujimori voló a Cuba. Hizo lo mismo que había hecho el ex presidente colombiano César Gaviria cuando uno de los grupos guerrilleros de su país secuestró a su hermano: viajar a Cuba para negociar. El desenlace en el Perú, gracias a los comandos Chavín de Huántar, fue distinto; pero Gaviria terminó consiguiendo un avión para que los secuestradores de su hermano pudieran refugiarse en la isla de Castro.
El fabricante de las guerrillas las encendía para mantener a EE.UU. ocupado en otro punto de Latinoamérica que no fuera su isla; y las apagaba, sacrificando sin asco a sus dirigentes, cuando necesitaba negociar. Así sobrevivió el tirano al fin de la Unión Soviética y vivió en el poder largos años.
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Eduardo Roy Gates: “Nadine Heredia será quien comunique si volverá en los 10 días de plazo” ► https://t.co/eDTCLnCBAt pic.twitter.com/ptr7Ucwmna— Política El Comercio (@Politica_ECpe) 30 de noviembre de 2016