Cuando fue la COP 20 en Lima, no pude asistir al evento hasta el viernes previo al cierre de las negociaciones. Había seguido las dificultades que enfrentaba el proceso pero no había estado allí, cerca de donde las papas queman. Por casualidad, recorriendo la sede me topé con una sala a la que entraba mucha gente. Para mi suerte era la sesión plenaria.
El ministro Manuel Pulgar-Vidal les dio la palabra a los encargados de los temas en negociación. Los reportes no fueron nada alentadores. Luego, Pulgar-Vidal, presidente de la COP 20, dijo a los asistentes que había escuchado que les había encantado el Perú, y que le daba mucho gusto, pero les recordó que el objetivo de su visita no era comer rico, sino llegar a un acuerdo para resolver el principal problema que enfrenta hasta hoy la humanidad. Hizo un recuento de lo sucedido, de la cantidad de observaciones que había recibido el primer borrador. Le contó al auditorio que había estudiado derecho y cómo se interesó por lo ambiental. Lo hizo para decirles a las aproximadamente dos mil personas que estaban ahí que quería recordarles que el acuerdo que estaban buscando no era uno legal, sino uno político, que permitiera mantener la esperanza de que en la COP 21 de París se pudiese llegar a un acuerdo esperanzador para el planeta. E informó que había solicitado que nadie se moviese de la sede hasta que no se llegase a un acuerdo mínimo. Eran aproximadamente las 7 de la noche y los asistentes lo ovacionaron de pie por varios minutos. De regreso en el bus, me tocó sentarme con una científica francesa, asesora de los negociadores de su país. “Si fuese entre científicos, hace rato hubiésemos llegado a un acuerdo”, me comentó, para luego decirme que antes de ese último llamamiento, ellos consideraban que todo estaba perdido. El domingo a las 2 a.m. se anunció el acuerdo que abría la puerta a que en París se lograse lo que finalmente ha sido considerado un acuerdo histórico.
Los días posteriores al cierre de la COP 20, mientras los medios de comunicación internacionales destacaban lo conseguido en Lima, los locales se abocaron a resaltar la supuesta debilidad de los acuerdos, apoyados –en algunos casos– en el pesimismo y distorsionado espíritu crítico de las ONG (a las que hoy la derecha peruana les está haciendo la competencia en estado de ánimo). Lo conseguido en la COP 21 de París es una muestra de que si bien era posible interpretar que en Lima no se había logrado lo que se podría haber deseado inicialmente, sí se consiguió despejar el camino para que, un año después, se llegue a un acuerdo que terminará apareciendo en los libros de historia universal.
Si los medios internacionales han resaltado la excelente labor diplomática de Laurent Fabius, ministro de Relaciones Exteriores francés y presidente de la COP 21, aquí, un año después, queremos resaltar el trabajo de todo el equipo peruano liderado por Manuel Pulgar-Vidal. Si La Haya fue un triunfo con sabor nacional, lo conseguido en Lima y París, uno de trascendencia global. Es cierto que aún quedan retos por delante pero, a diferencia de hace tan solo un par de años, ahora el camino parece allanado para que logremos superar lo que sigue siendo la principal amenaza para nuestra especie.
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Partido Aprista Peruano afirma que no hubo política a favor de narcotraficantes ►https://t.co/vYXTAu9dJV pic.twitter.com/YwQ6rcrVRV— Política El Comercio (@Politica_ECpe) diciembre 15, 2015