En palabras del autor, su libro trata de la presentación de “hechos y experiencias de varios decenios que transfiero a quienes estudian la política e interpretan la historia” (p. 7), pero desde el punto de vista de una “biografía emocional” (p. 15). ¿Qué motivaciones estaban en la base de las decisiones que tomó Alan García a lo largo de su vida? ¿Qué balance retrospectivo hacía García de las decisiones que tomó?
Se trata de un libro de lectura muy provechosa, más allá de las simpatías o antipatías que despierta el expresidente y del destino final de las muchas acusaciones que hubo y siguen apareciendo en su contra. Podría decirse de García, manteniendo las proporciones, lo mismo que él mismo comenta de Simón Bolívar, “era inmenso aun en sus defectos y vanidades” (p. 297), desmesura que el propio García reconoce e incluso aborda al referirse a “la leyenda de mi vanidad intelectual, que […] seguramente tuvo mucho de cierto” (p. 141, sección en la que se refiere a su “ego colosal”).
El libro se mueve a medio camino entre un tono autojustificatorio, por supuesto, y ciertos tintes autocríticos y reflexivos, que me parece se van perdiendo conforme avanza el relato. Llama la atención el retrato devoto que hace de Haya de la Torre, más “ideólogo o conductor religioso, no un político”; a pesar de ello, García juzga la conducta del Apra en 1945 como signada por la precipitación y la impaciencia; los acuerdos con Manuel Prado en 1956 como un error, que llevaron a la derrota en 1962; también la alianza con el odriismo, que hizo perder al Apra la hegemonía cultural del país. También la decisión de no presionar por la salida inmediata de los militares en 1977. Estas decisiones van aislando al Apra y su capacidad de interlocución con otros sectores; lo desconcertante es que García cae un poco en lo mismo en el nuevo siglo.
Alan García parece evaluar que el Apra tiende a izquierdizarse en demasía con la Asamblea Constituyente y en la oposición al segundo belaundismo; sin embargo, llama la atención que luego defienda las acciones de su primer gobierno, amparándose en la impaciencia que le había criticado al Apra en 1948 y antes, y en la supuesta contención del desafío de Sendero Luminoso mediante iniciativas distributivas. Claramente, quien escribe es el García más conservador, pero que al mismo tiempo quiere reivindicar algunas acciones de su gobierno. El García que escribe desde la “madurez” reconoce que hacia 1987-1988 lo responsable era realizar un proceso de ajuste económico, pero que parece ceder a la tentación “maquiavélica” de pensar “espera hasta 1990, deja que el modelo y la crisis le exploten a otro” (p. 252).
Pero luego García tiende a considerar las acusaciones en su contra y los problemas del Apra como conjuras de sus adversarios. Como que cae en el ensimismamiento que le había criticado al Apra, incluso a pesar de que intentó en su momento tender puentes a través del Instituto de Gobierno de la U. San Martín desde el 2001. ¿Por qué no siguió ese camino?