La participación de Alianza Lima en la Copa Libertadores ha sido vergonzosa. El miércoles cayó 5 a 0 ante el Boca Juniors. Ni siquiera al Cristal le fue bien. Tenemos una selección nacional competitiva y equipos profesionales de tercera línea. Es una inconsistencia que no se sostiene en el tiempo. Si no reformamos los clubes de fútbol, que son el semillero de futuros jugadores, no regresaremos a los siguientes mundiales.
Hemos podido llegar a Rusia porque pudimos maximizar el funcionamiento de los pocos buenos jugadores que tenemos. Esto gracias a un director técnico que recuperó la esencia de nuestro fútbol, agregándole disciplina defensiva y recuperativa. Casi un milagro.
Pero para seguir yendo a los siguientes mundiales necesitamos un sistema que genere una base amplia de buenos jugadores. Eso significa clubes de fútbol convertidos en empresas serias, con propietarios que inviertan en divisiones inferiores, para capitalizar después. Eso fue lo que hizo Chile hace menos de 15 años, cuando sus principales clubes se convirtieron en sociedades anónimas.
Aquí tuvimos una oportunidad, cuando Universitario, Alianza Lima y otros clubes, por malos manejos, acumularon una deuda impagable. La Sunat pudo haber capitalizado esas deudas en la bolsa para convertirlos en empresas con socios-accionistas. Pero no lo hizo, porque la ley que se dio no lo facilita. La Sunat se ha convertido en dueña y administradora perpetua de equipos de fútbol. La gestión temporal se ha convertido en permanente y el fútbol ha sido estatizado. Pero ni siquiera por eso estos clubes estatales pagan la deuda ni invierten en menores.
Urge una ley que rompa este bloqueo estéril y facilite la conversión de los clubes en sociedades anónimas con cotización en bolsa. Eso es más importante que muchas normas, porque el fútbol es fundamental para la construcción del espíritu nacional.
Un avance ha sido que los clubes tengan que licenciarse para participar en el campeonato, para lo cual tienen que cumplir cada año más requisitos, hasta tener divisiones de menores y canchas de entrenamiento. Pero este proceso, exigente, no será viable si los clubes no cambian de modelo societario para contar con inversionistas serios interesados en sembrar en menores para cosechar luego en los mercados internacionales.
Es verdad que algunos equipos de provincias tienen cuasi dueños. Pero son dueños que no invierten para ganar plata, sino poder político o imagen. César Acuña (César Vallejo) quiere ser presidente del país. Joaquín Ramírez (UTC) postula a la Municipalidad de Cajamarca y su hermano es congresista. Rofilio Neyra era el dueño del Ayacucho FC, y casi gana las elecciones regionales del 2010. Edwin Oviedo (azucarero) manejaba el Juan Aurich.
Esos equipos reflejan el auge de los poderes económicos regionales –algunos informales, cuando no ilegales– y son instrumento de objetivos extradeportivos. Son clubes no para generar dinero sino para quemarlo, o alguno quizá para lavarlo. No son empresas autosostenibles generadoras de jugadores. No trabajan a largo plazo.
Necesitamos que los equipos tradicionales se vuelvan empresas. Demos la ley, si queremos ir al Mundial del 2022 y siguientes.