Hace treinta años, las colas en los supermercados las hacíamos por escasez de leche, arroz y azúcar. La indicación era bien clara: “Solo se venderá un tarro de leche por persona, máximo cinco por familia”. Cómo no amanecerse en la puerta de Todos, Monterrey o en los Mercados del Pueblo, si de productos de primera necesidad se trataba, entiéndanse indispensables para vivir. Hoy el monstruo de las colas y la escasez revive y ha despertado ese gen que creíamos dormido, gen bochinchero, gen que nos llama a la sobrevivencia, gen que saca ese instinto capaz de hacernos dormir madrugadas enteras en la puerta de cualquier local con tal de obtener el tan preciado producto que mengua en nuestro día a día y que por su importancia se constituye en vital.
Si de colas se trata, nosotros ya fuimos entrenados por Alan García en su primer gobierno y estamos dispuestos a todo, a reclamar por lo nuestro, carne, leche, huevos... o figuritas del álbum Panini.
La euforia de Perú en el Mundial ha desatado una histeria colectiva, a tal punto que llaman a la radio a ‘denunciar’ que el paquetón no está a disposición en los puntos de venta prometidos. “Señor Galdós, gracias por atender mi llamada. Llamo para denunciar en su prestigiosa radio que están especulando con el álbum, que hay mafias enteras dedicándose a la reventa de figuritas. Imagínese que he tenido que pagar 80 soles por la de Paolo Guerrero y así poder completar el equipo. ¿Acaso no hay ninguna autoridad que haga algo al respecto? ¿Dónde está Indecopi?”. Ese fue el clamor desesperado de un oyente que hizo uso del bloque ‘Denuncia Capital’ en mi programa.
El martes, un llamado por Facebook invitaba a todos los asistentes al concierto de Radiohead a llevar sus figuritas repetidas para hacer el respectivo intercambio. Pensé que era broma; bueno, pues pensé mal, vi a más de uno en la cola de ingreso al Estadio intercambiando sus cromos. Y si pensamos que la vehemencia es exclusividad de los simples mortales, ¡nos equivocamos! A propósito del tan anunciado fin del mundo del miércoles último, entrevisté a un sacerdote jesuita. En el corte comercial, abro un sobre a mi nombre en cuyo contenido había una nota de prensa y un álbum Tres Reyes, gentileza de la empresa que distribuye dicho producto. Acto seguido el hombre de Dios me mira y me dice: “¿Te han regalado el álbum Tres Reyes?”. “Sí, padre”. “¿Podrías conseguirme uno?”. “No se preocupe, padre, le regalo este”. “Dios te bendiga, hijo mío. El Señor premiará tu generosidad”.
El primer álbum que coleccioné fue el de Petete, que constaba de 214 figuritas que graficaban los viajes de Petete, los deportes, los trabajos, las flores, los pájaros y, como cosa especial, las postalitas de Petete. Luego llegó el álbum de la serie de televisión Érase una vez el hombre, cuyo contenido narraba la historia de la humanidad explicada en 400 cromos distribuidos en 26 capítulos. Después me dediqué al álbum de ‘El porqué de las cosas’, de editorial Navarrete, con grandes enigmas de la humanidad resueltos en cada figurita ¿Por qué algunas personas usan gafas? ¿Por qué algunas personas fuman? ¿Por qué sudamos cuando tenemos calor? Infaltable el álbum de España 82, luego el de Kun Fu, Sankuokay, Parchis, Ultra Siete, El Auto Fantástico, la Pandilla Basura, Mazinger Z, El Chavo del 8, He Man, Robotech, México 86, Los caballeros del zodiaco, Transformers y dos álbumes que coleccioné desde el silencio: el de Barbie y el de Frutillita.
En ninguno de los casos compré paquetones, hice colas, compré reventa y mucho menos pagué precios astronómicos por conseguir alguna figurita que me faltara. Siempre los llené con las reglas propias del coleccionista: yala, nola, sila.
Esta columna fue publicada el 21 de abril del 2018 en la edición impresa de la revista Somos.
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