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¿Has caminado alguna vez al lado de un edificio alto en el centro de la ciudad y sentido un viento tan intenso que te podría casi tumbar? Vuelan los sombreros, las sobrillas se retuercen, los peinados se deshacen, las faldas se levantan, el polvo y la basura se arremolinan.
El viento usualmente sopla más fuerte alrededor de la base de un rascacielos, un fenómeno que no solo produce molestias sino que puede también representar un peligro público.
En la ciudad británica de Leeds, por ejemplo, un hombre de 35 años fue aplastado por un camión que se volteó por la intensidad del viento cerca de un edificio de 32 pisos, en 2011. Uno de varios incidentes, algunos con heridos, que se reportaron a las autoridades.
Ante la creciente tendencia de construir estructuras cada vez más altas en centros urbanos, varias ciudades alrededor del mundo están tomando en serio este fenómeno y buscando medidas para paliarlo.
Corriente descendiente
La aceleración de los vientos cerca de rascacielos es causada por el “efecto de corriente descendiente”, explica Nada Piradeepan, experto en propiedades eólicas de la empresa consultora de ingeniería, Wintech.
Esto sucede cuando el viento golpea el edificio y, sin otro lugar hacia donde desplazarse, es empujado hacia arriba, abajo y a los lados.
El aire forzado hacia abajo genera la aceleración del viento a nivel de la calle.
La aceleración del viento también ocurre si la estructura tiene esquinas completamente cuadradas.
Además, si varias torres están cerca las unas de las otras, se crea un efecto conocido como “canalización”, una aceleración del viento creada cuando el aire tiene que pasar por un espacio estrecho.
Esa es una forma del efecto Venturi, nombrado así por el científico italiano de finales del siglo XVIII, Giovanni Battista Venturi.
“Todos estos diversos efectos pueden combinarse para crear vientos más veloces. Es un asunto complejo”, reconoce Piradeepan.
“El efecto de corriente descendiente es más fuerte cuando los edificios están de frente a los vientos prevalecientes”.
Edificios redondos
En la ciudad de Chicago, Estados Unidos, se siente el efecto por el viento que proviene del gran lago Michigan que está directamente en frente del centro urbano.
Pero el efecto disminuye con edificios redondeados, como el “Pepinillo” de Londres, donde la corriente descendiente no tiene el mismo efecto y el viento no se acelera al pasar por las curvas de la estructura.
Hablando de Londres, esta ciudad tiene menos rascacielos que Nueva York pero su plan urbano está basado en los patrones de calles medievales.
Los espacios reducidos significan que los vientos se concentran más y se genera mayor canalización que en las más amplias calles y avenidas neoyorquinas, señala el arquitecto Steve Johnson.
Los diseños de los rascacielos se ponen a prueba en túneles de viento para asegurar que la estructura es resistente.
Pero, ahora, esos estudios se están concentrando cada vez más en el efecto potencial sobre la gente que vive y trabaja a nivel de la calle, según Johnson.
El Burj Khalifa de Dubai, que con 828 metros es el edificio más alto del mundo, fue sometido a “análisis de microclima de los efectos en las terrazas y en la base de la torre” antes de su inauguración en 2010.
En Toronto, Canadá, la transmisora Global News midió ventarrones de entre 30 y 45 km/h en una de las esquinas del Hotel Four Seasons, de 55 pisos.
Sin embargo, detectó vientos de apenas 5 km/hora un poco más al norte del mismo edificio.
Gran viento en la Gran Manzana
Como el aire a mayor altitud es más frío, puede crear microclimas más helados cuando la corriente descendiente de los rascacielos alcanza el nivel de la calle.
Esto puede ser una bendición durante el verano pero no tanto en el invierno.
Y, a medida que la altura de los edificios se incrementa, la velocidad del viento que los golpea aumenta, intensificando los vientos en la base.
El flujo del aire afectado por los rascacielos es un fenómeno relativamente reciente en ciudades donde, hasta hace poco, no había edificios muy altos.
Pero en Nueva York, donde las torres altas se empezaron a construir desde hace más de un siglo, los residentes ya se estaban quejando de los vientos generados frente al edificio Flatiron (“Plancha de hierro”), con sus 93 metros considerado en ese entonces un rascacielos.
Se decía que los ventarrones levantaban las faldas de las mujeres por encima de sus tobillos ante el entusiasmo de los hombres jóvenes que no estaban acostumbrados a semejante exhibición.
En 1905, se proyectó una película sobre este fenómeno que fue considerada un tanto escabrosa para la época.
Ya en 1983, en Nueva York, el consultor en ingeniería Lev Zetlin había hecho un llamado para crear leyes que contrarrestaran los efectos de los edificios sobre los vientos callejeros.
Medidas mitigantes
Hoy en día, en Londres, se están tomando medidas para cambiar la manera como se trabaja con los urbanizadores.
Como el nivel de viento pronosticado por los urbanizadores puede variar, se creará un sistema de estudios de verificación independiente para asegurar que la medición sea rigurosa, dice Gwyn Richards, jefa de diseño de la corporación que rige la Ciudad de Londres.
El problema es que los edificios que están generando los problemas de corriente descendiente se han construido a un costo muy alto y no pueden ser simplemente demolidos.
Entre las soluciones que se estudian están unas pantallas para proteger a los transeúntes a nivel de la calle o, inclusive, plantar más árboles y setos para disipar el flujo de aire.
Pero hay algunos que opinan que es muy poco lo que se puede hacer para mitigar los problemas de microclima y vientos producidos por un edificio que ya fue construido.
Como la corriente descendiente es mayor en edificios cuyas fachadas dan directamente contra los vientos prevalecientes, el arquitecto Steve Johnson encuentra inspiración en el diseño de la localidad porteña de Whistable, en el sur de Inglaterra.
El lugar, famoso por el comercio de ostras, es conocido ahora por sus campos eólicos. Allí, el plan urbano se diseñó para estar a 45 grados en relación con los vientos prevalecientes para que no hubiera una superficie muy amplia haciéndole frente, explica.
“Ninguno de estos problemas es nuevo”, asegura Johnson. “Los antiguos griegos y romanos conocían algo de efecto del viento sobre las estructuras. Lo que pasa es que, contrario a la actualidad, no trataron de construir enormes rascacielos”.