El escritor británico Douglas Adams, autor del clásico “Guía del viajero intergaláctico”, hizo alguna vez un ingenioso comentario sobre la tecnología: los inventos a los que llamamos “tecnología” son simplemente aquellos que aún no se han convertido en invisibles, en algo natural en nuestras vidas.
“Ya no pensamos que las sillas son tecnología”, argumentó. “Pero hubo un momento en el que todavía no sabíamos cuántas patas debían tener, cuán altas deberían ser y, cuando tratábamos de usarlas, se averiaban. Dentro de poco, las computadoras serán tan triviales y abundantes como las sillas… y dejaremos de estar conscientes de que están ahí”.
La predicción de Adams, fallecido en 2001, era profética.
Las computadoras han sido una fuerza tan prominente y deslumbrante en nuestras vidas durante las últimas décadas que es fácil olvidar que las generaciones que vienen ni siquiera las van a considerar como “tecnología”.
Hoy en día, las pantallas constantemente requieren de nuestra atención y todavía acaparan muchas de nuestras horas de vigilia.
No obstante, estamos en la cresta del momento en el que la computación finalmente se deslizará por debajo de nuestra percepción, y eso, según los expertos, será tan ventajoso como riesgoso.
A NUESTRO SERVICIOLos científicos de la informática han estado esperando este momento por años.
La frase “computación ubicua” fue acuñada en el Centro de Investigación de Xerox en Palo Alto, California (XEROX Parc), a finales de los 80 por el científico Mark Weiser, y describe un mundo en el que las computadoras se convierten en lo que más tarde el mismo Weiser denominó “tecnologías calmas”: sirvientes invisibles y silenciosos, disponibles hasta en los lugares más inesperados.
Eso es un hecho desde hace años.
Lo que estamos empezando a ver, sin embargo, es un movimiento que nos aleja de las pantallas y nos acerca a máquinas más humildes, que no exigen toda nuestra atención.
Google Glass es un ejemplo. Las noticias se han enfocado más en la intrusión que en la invisibilidad, pero esas gafas son la punta de un iceberg que está emergiendo rápidamente de aparatos “invisibles” en el sentido más literal, pues la interacción primaria del usuario con ellos no es mirándolos ni escribiendo en una pantalla sino a través del lenguaje hablado, la localización y el movimiento.
Esa categoría incluye todo, desde los discretos relojes inteligentes y dispositivos para monitorear el estado físico hasta los cada vez más comunes edificios inteligentes desde tiendas a museos hasta carros y oficinas que se comunican con los teléfonos y aplicaciones casi sin que nos demos cuenta, y que “saben” cuál temperatura y tipo de luz preferimos en las habitaciones.
LA NUBE INTELIGENTELas consecuencias de todo esto serán profundas.
Considere lo que significa tener una relación en términos verbales con su computador, en vez de una basada en la pantalla.
Cuando usted está escuchando y hablando en vez de leyendo una pantalla, no está buscando y comparando resultados, o seleccionando lo que quiere de una lista: le están dando las respuestas.
O más precisamente, le están dando una respuesta, confeccionada a la medida no sólo de su perfil y preferencias sino del lugar en el que se encuentra, de lo que está haciendo y con quién.
Los investigadores de Google, por ejemplo, han hablado de la idea de una “nube inteligente” que responde a sus preguntas directamente, adaptada para ajustarse al cada vez más íntimo conocimiento que tiene de usted y de todo el mundo. ¿Dónde está el mejor restaurante cercano? ¿Cómo llego allá? ¿Por qué debo comprar eso?
RELACIONES ÍNTIMASEn este contexto, usar la computadora puede empezar a percibirse como estar con un acompañante: una conversación de toda la vida con sistemas que nos conocen más íntimamente que la mayoría de los seres humanos.
Tal invisibilidad exige varios cuestionamientos.
Si nuestras computadoras proveen respuestas tan firmes, pero mantienen una presencia de bajo perfil, ¿empezaremos a confiar demasiado en su información o a creer que sus modelos del mundo son la realidad?
Como los conductores ya lo saben bien, incluso las sugerencias del navegador satelital pueden estar irremediablemente equivocadas.
Y eso sin mencionar el potencial en la vigilancia.
Hace más de una década, los críticos de la computación ubicua señalaron que es el “sueño febril de los espías: un micrófono oculto en cada objeto”.
Dado lo que salió a la luz a lo largo de 2013 sobre los rastreos generalizados de la agencia de espionaje de Estados Unidos, la NSA, se trataba de un temor acertado.
Hay, por supuesto, razones para celebrar esta tecnología: la esperanza de un mundo en el que las computadoras, como las sillas, sencillamente nos apoyan sin quitarnos el tiempo, ni exigir nuestra atención o esfuerzo.
Y, en todo caso, las generaciones futuras posiblemente no tendrán las mismas preocupaciones que nosotros.
Como dijo Douglas Adams, todo lo que ya existe cuando uno nace es normal, pero “cualquier cosa que sea inventada después de que uno cumple 30 años de edad va en contra del orden natural de las cosas y es el principio del fin de la civilización que conocemos”.