En junio de 1966, Deon Jackson cantaba: “Sabes que el amor hace que el mundo gire”... y no era el único estadounidense que estaba hablando de amor.
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Edward Reingold era un tímido estudiante de 20 años en la Universidad de Chicago cuando recibió un sobre que había esperado durante mucho tiempo. Adentro había una impresión de computador.
“Era una lista de seis o siete nombres de chicas, con sus direcciones y números de teléfono, así que empecé a llamarlas”, le cuenta a la BBC.
Edward y las chicas eran parte de un pionero programa llamado Operación Match (Operación Emparejar). Para participar, habían tenido que contestar las 150 preguntas de un detallado cuestionario.
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“Había preguntas sobre características físicas -como altura y peso-; demográficas -como dónde vivía-; académicas -qué estudiaba, cuáles fueron los resultados de sus exámenes-; también unas sobre las metas, sobre lo que uno estaba buscando, además de las de tipo de perfil psicológico”.
Operación Match, el primer programa de computador para citas amorosas del mundo, había sido diseñado en la Universidad de Harvard, Massachusetts, en el verano anterior por un grupo de estudiantes de matemáticas entre los que estaba Jeff Tarr.
“Lo que lo desencadenó fue que necesitábamos salir con chicas. Pensamos que sería divertido conocer mujeres de esa forma y hacer un gran experimento social”, le dice Tarr a la BBC.
Y ese “experimento social” inmediatamente le interesó a los jóvenes estudiantes estadounidenses, entusiasmados con la idea de encontrar nuevas formas de hacer amigos y conocer potenciales parejas. “Esas cosas adquieren una vida propia”, señala Tarr.
“Nos llegaron 7.800 respuestas que teníamos que emparejar. Además, en esos días, si la computadora decía que a uno le debería gustar una persona, la computadora era dios y sabía todo”.
EN EL ALBOR
En la década de los 60, nadie tenía una computadora en la casa, no había internet y mucho menos redes sociales.
Jeff Tarr y sus amigos tuvieron que arrendar uno de los primeros modelos de computadoras IBM por US$100 la hora para poder procesar los miles de cuestionarios que los estudiantes habían completado.
Copiaron cada conjunto de respuestas en tarjetas perforadas para que la enorme máquina las pudiera leer y emparejar con otras similares.
No era muy sofisticado pero miles de estudiantes esperaron ansiosamente los resultados en todo Estados Unidos.
LA LLAMADA
A pesar de que al principio tuvo algunos reveses, Edward Reingold no estaba dispuesto a darse por vencido.
Uno de los números en la lista que Tarr le había enviado era el de una estudiante de 17 años que estaba en Michigan y se llamaba Ruth Noffman. La llamó.
“Hablamos sobre muchas cosas, nos contamos lo que contestamos en el cuestionario y comparamos las respuestas”, recuerda Edward.
“Para mí, era interesante pues nunca había salido con mujeres que me causaran admiración por su intelecto y ella que me impresionó mucho. Lo curioso era que sus padres siempre le habían advertido que nunca dejara que un hombre supiera cuán inteligente era, que pretendiera que era boba, porque si no los iba a asustar. Conmigo fue exactamente lo opuesto: a mí me cautivó su brillantez académica y su encanto”.
Después de dos horas y media charlando en el teléfono ese día, Edward invitó a Ruth a salir. Era una cita a ciegas, en el sentido de que ninguno había visto siquiera una foto del otro. El plan era recogerla en la casa de su abuela y llevarla a un club de comedia. Todo era muy inocente.
“Fuimos a ese club y la pasamos muy bien. Ambos éramos demasiado jóvenes para beber, así que nos entretuvimos con la comedia. Según recuerdo comimos pastel y tomamos café y, cuando se acabó el show, fuimos a cenar no muy lejos de su casa”, cuenta Edward.
Lo que Ruth no sabía es que Reingold ya estaba saliendo con otra mujer, llamada Andrea y aunque no había podido decidirse entre las dos, su padre ya había escogido su preferida.
“En esa época yo tenía un viejo auto -un Chevy 1955- y cada vez que iba a salir, mi padre me preguntaba con quién; si le decía que con Andrea, me deseaba que la pasara bien. Si decía que con Ruth, me ofrecía su lujoso auto nuevo para que lo usara en la cita. No lo decía explícitamente pero dejaba claro a cuál prefería”.
LA FELICIDAD DEL NERD
Entre tanto, la Operación Match creció hasta que llegó a tener más de 90.000 estudiantes inscritos, todos en busca de una cita amorosa. Tarr no podía creerlo.
“¡Funcionó muy bien para mí! Gracias a mi posición, me metía en la lista de pretendientes una y otra vez. ¡Me acuerdo un día en el que tenía ocho citas! Una cada hora. Y al otro día, lo mismo, en otro lugar. En dos días conocí 16 chicas atractivas y ese era mi objetivo”.
Respecto a Edward, después de salir más veces con Ruth, decidió dejar a Andrea. Y en cuestión de un año, Ruth y Edward ya estaban comprometidos.
“Yo no creo en el amor a primera vista. Pienso que los aspectos importantes de la relación que tenemos con Ruth fueron sentimientos, intereses, ambiciones compartidas... cosas que suceden después de mucho tiempo, cuando la relación madura y se profundiza. Por supuesto que me parecía atractiva y admirable, pero el amor es algo que sólo llega con los años”.
“A Jeff Tarr lo único que le puedo decir es que nunca encontraré la manera de pagarle por lo que es esencialmente mi vida”, concluye Edward.
Casi 50 años más tarde, Edward y Ruth siguen casados. Tienen cuatro hijas y 11 nietos. Todavía viven en Chicago.
La Operación Match fue la primera pero hoy en día millones de personas buscan amor en una vasta selección de sitios en internet.