El agua del río Chillón es cualquier cosa menos vida. La segunda fuente hídrica más importante de Lima desemboca en la playa Márquez (Callao), la más contaminada del Perú, y lo que deja es una mezcla burbujeante de heces y residuos industriales, que a primera vista aterra, y cuando se le somete a un estudio científico, es aún peor.
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La zona, a pocos minutos del aeropuerto Jorge Chávez, en el límite entre el Callao y Ventanilla, está colmada de viviendas que rodean la desembocadura, entre ellas un colegio, que abre sus puertas a niños que juegan en medio de la pestilencia.
“Antes el río era limpio. La gente se bañaba ahí. Años atrás había hasta pececitos”, le dijo a este Diario un grupo de vecinas de los asentamientos humanos cercanos. Ellas son contratadas por el Gobierno Regional del Callao para limpiar la ribera del río. Lo paradójico es que 15 días después, una de estas mujeres tuvo que ser atendida en la posta médica del lugar por un cuadro de dolor estomacal y diarrea causado por la contaminación.
“Fui al doctor y me mandaron suero. Me dijeron que era por lo que había estado manipulando la contaminación”, cuenta esta señora.
El Comercio, junto a científicos de la Universidad Peruana Cayetano Heredia (UPCH), estudió durante varias semanas el estado del agua del Chillón y el análisis de calidad arrojó un nivel de coliformes totales –un grupo de bacterias– que excede 12 veces los límites máximos permisibles para aguas recreacionales. Se identificó específicamente a la ‘Escherichia coli’, una bacteria coliforme capaz de causar insuficiencia renal y poner en riesgo la vida de niños y adultos mayores.
“Si alguien se expone a esta agua, podría presentar graves infecciones estomacales y en la piel. Las personas no deberían tener ningún tipo de contacto con esta agua”, advierte Óscar Aguinaga, biólogo y docente de Ingeniería Ambiental de la UPCH.
El experto no duda al decir que “esta agua no es apta ni para el uso recreacional, ni para ningún tipo de consumo o regadío. Representa una fuente de contaminación”. El problema recae en el contacto indirecto –a través de animales o insectos–, el cual no es posible evitar. “Por eso es urgente tratar estas aguas”, exhorta.
Queda todavía realizar un examen de metales pesados y otro que mida la resistencia de estas bacterias a los antibióticos.
–¿Y LA AUTORIDAD?–
El Ministerio del Ambiente nos derivó a la Autoridad Nacional del Agua (ANA). Ahí, José Abasolo, director de la Dirección de Planificación y Desarrollo de los Recursos Hídricos, resaltó el hecho de que los vecinos ocupen zonas aledañas a la ribera y la falta de conciencia ambiental, que los lleva a arrojar desechos.
“Las zonas cercanas a las riberas deben estar desocupadas porque son zonas intangibles. Sin embargo, las poblaciones, a pesar de las experiencias pasadas de inundaciones, que a ellos directamente les afecta, continúan asentándose en esos lugares”, comenta Abasolo.
Asimismo, Flor de María Huamaní, especialista de calidad del agua, confirmó los resultados conseguidos por el Diario y la UPCH. Según ella, “desde el 2012 hasta la fecha, la ANA ha hecho siete monitoreos al río Chillón, y en todos hallaron la presencia de aguas residuales domésticas –desagües– y parámetros críticos de coliformes”.
Por otro lado, Raúl Zárate, jefe encargado de la Oficina de Áreas Protegidas y Medio Ambiente del Gobierno Regional del Callao, aseguró que invierten alrededor de un millón de soles al año para la limpieza del cauce del Chillón, “el cual es usado como desagüe por muchas personas”. Además, culpó a la planta de tratamiento de aguas residuales (PTAR) Puente Piedra, de Sedapal, por la contaminación en temporada seca (abril-diciembre).
“Es una planta que está colapsada, que ha sobrepasado su capacidad y termina arrojando un afluente que no está en óptimas condiciones al cauce del río”, detalla Zárate.
El Comercio constató que el desagüe de la PTAR vierte grandes cantidades de aguas residuales al río y que terceros han modificado la vertiente, supuestamente, para alimentar cultivos. Fredy Gómez, gerente de Proyectos y Obras de Sedapal, admitió el colapso de la planta por “el rápido y no planificado avance urbano” y sostuvo que la solución pasa por el desarrollo de un colector de 20 km que trasladará parte de esta agua a la PTAR Taboada.
¿Cuánto demorará esto? Dos años, según Sedapal. Mientras tanto, la gente seguirá expuesta al peligro.
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