Sentir lo que uno toca: ése es el Santo Grial de las prótesis. En un paso hacia esa meta, un grupo de expertos europeos creó una mano artificial que le permitió a una persona amputada sentir la diferencia entre una botella, una pelota o una naranja.
Proporcionar el sentido del tacto ha sido un desafío mucho más difícil, y esa es una de las razones por las cuales muchos pacientes no usan sus prótesis de manos tanto como les gustaría.
Si una persona toma una cosa con la mano, esta se ajusta en forma natural con el fin de sostenerla con la fuerza exacta para no dañarla. Pero los usuarios de prótesis no perciben su consistencia y por lo tanto dependen de su vista para deducir si la están sujetando bien o mal. Muchas veces el resultado es objetos aplastados o platos caídos al piso.
En este caso, el paciente usó la aparatosa mano artificial solo una semana, y está lejos de los adelantos fantásticos de la ciencia ficción. Sin embargo, las conclusiones prueban que se está avanzando en el campo de la producción de prótesis más cómodas y útiles.
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LA VOZ DEL PACIENTE
“Fue algo increíble”, dijo Dennis Aabo Sorensen, oriundo de Aalborg, Dinamarca, quien perdió su mano izquierda en un accidente con fuegos artificiales hace una década y se ofreció como voluntario para probar el nuevo artefacto. “Es lo más cerca que he estado a sentirlo como una mano de verdad”.
No es la primera vez que se trata de suministrar el sentido del tacto a una extremidad artificial; han surgido otros proyectos en Estados Unidos y Europa. Pero en este nuevo experimento, cuyos hallazgos fueron publicados en la revista “Science Translational Medicine”, Sorensen no solo pudo distinguir la forma y la consistencia de objetos, sino que la mano podía ajustarse rápidamente al aferrarse a ellos.
“Fue muy interesante ver lo rápido que logró dominar esto”, dijo el neuroingeniero Silvestro Micera, del instituto suizo Ecole Polytechnique Federale de Lausanne, quien encabezó el equipo de científicos de Suiza e Italia. “Pudo usar la información de manera inmediata y de una manera bastante sofisticada”.
CÓMO LO HICIERON
En un principio, los médicos en la Policlínica Gemelli de Roma implantaron pequeños electrodos dentro de dos nervios —el ulnar y el mediano— en el muñón del brazo de Sorensen.
Esos nervios normalmente permitirían ciertas sensaciones en una mano. Cuando los investigadores les transmitieron una débil señal eléctrica, Sorensen dijo que sintió como si sus dedos faltantes se movieran, lo que mostró que los nervios aún podían transmitir información.
Mientras tanto, el equipo de Micera colocó sensores en dos dedos de una mano robótica con el fin de que detectaran información sobre lo que los dedos artificiales tocaban.
Durante una semana, varios cables salían desde una venda en el brazo de Sorensen hasta la mano artificial, y los electrodos enviaban información por los nervios en proporción a lo que los sensores detectaban. En esencia creaban un circuito que permitía a la mano robótica comunicarse rápidamente con el cerebro de Sorensen.
Para asegurarse de que el paciente usaba el tacto, y no hacía trampa al utilizar su vista o su oído, se le colocó una venda sobre los ojos y también audífonos mientras el equipo de Micera le entregaba distintos objetos.
“Se trata realmente de poner al cerebro de vuelta en control del sistema”, dijo el ingeniero biomédico Dustin Tyler de la Universidad Case Western Reserve, que no participó en el trabajo europeo pero que encabeza a un equipo en Ohio que recientemente creó y probó una mano similar, la cual se activa con el tacto. “Ese es un paso importante”.