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(EFE). La ciudad de Caral, conocida como el centro urbano más importante de la civilización más antigua de América, alberga varias claves de mitigación y adaptación al cambio climático que llevan a su descubridora, Ruth Shady, a nombrarla como “la primera ciudad sostenible a nivel mundial”.
En declaraciones a Efe, Shady valoró los conocimientos avanzados de Caral, cuya cultura se originó en el valle del río Supe, a 200 kilómetros al norte de Lima, hace alrededor de 5.000 años, y se desarrolló entre los años 3000 y 1800 a.C., al mismo tiempo que otras grandes culturas como la china, la egipcia y la mesopotámica.
La arqueóloga, que en octubre cumplió 20 años de investigación de la civilización de Caral, realizó este fin de semana una ponencia en la vigésima cumbre de las Naciones Unidas sobre el cambio climático (COP 20) para difundir las buenas prácticas ambientales y estratégicas de los habitantes de Caral.
Entre las costumbres ambientales más destacadas de los habitantes de Caral está su gestión del agua, ya que el río Supe “solo tiene agua durante tres o cuatro meses al año”, y eso les llevó a identificar acuíferos subterráneos y desarrollar una “siembra del agua”, con una tecnología llamada 'amuna'.
La investigadora Ruth Shady. (Foto: Karen Zárate / Archivo El Comercio)
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Se trata de un sistema de canalizaciones (amunas), que conducen el agua de la lluvia en las montañas y las partes altas del valle hasta grietas y lugares “geológicamente permeables” en la tierra, para filtrarla a ríos subterráneos y que meses más tarde aflore en “puquios” (manantiales en lengua quechua), a lo largo del valle.
“Cada uno de los sitios arqueológicos de Caral está relacionado con un puquio, de donde extraían el agua para uso doméstico y agrícola. Se trata de una tecnología muy interesante que todavía se utiliza en un pueblo de la serranía de Lima, porque no evapora el agua y la preserva de la mayor intensidad del sol”, comentó Shady.
Respecto al reciclaje de residuos, la arqueóloga peruana explicó que la producción de deshechos en Caral era muy reducida, porque “utilizaban la energía solar para secarlos y reutilizarlos como relleno de nuevas construcciones”, entre otras actividades.
“También usaron la energía del viento, a través de ductos de ventilación subterráneos, para llevar el aire hasta sus fogones y alcanzar altas temperaturas con la que calentar piedras para cocer alimentos, con una baja emisión de dióxido de carbono”, contó Shady.
Otro de los métodos utilizados en Caral para evitar desastres naturales fue la planificación urbana de sus ciudades, construidas en las terrazas del valle, para reservar la tierra fértil de las riberas del río a actividades agrícolas y dejar la ciudad fuera del alcance de las crecidas del río.
Tampoco acostumbraban a talar árboles ya que, según la investigadora, la cultura de Caral “cuidaba mucho el bosque ribereño” para que actuara como barrera ante eventuales desbordes del río.
Al costado del Cinturón de Fuego del Pacífico, donde se produce el 85% de la actividad sísmica mundial, las construcciones de Caral se diseñaron con una ingeniería para resistir sismos, “que ahora, 5.000 años después, se utilizará para inspirar nuevas construcciones en Japón”, anunció la arqueóloga.
Se trata de la quincha, un armazón entretejido de troncos, cañas y fibras vegetales, recubierta con arcilla mezclada con barro, enlucida y pintada, que resulta flexible para soportar terremotos porque dispersa fuerzas y no suele quebrarse ni derrumbarse.
“Hay que prepararse para el cambio climático. Los habitantes de Caral estudiaron mucho la astronomía y aplicaron ese conocimiento para mitigar los cambios climáticos con un patrón de vida adecuado”, explicó Shady, quien abogó por recuperar las prácticas de Caral para crear ciudades sostenibles y frenar el cambio climático.