El cromo es el elemento químico de la modernidad, la llave detrás de una innumerable cantidad de superficies resplandecientes e inmaculadas.
Sin embargo, también esconde un oscuro secreto que fue el tema de una película ganadora del Oscar.
A finales de los años 20, a ambos lados del Atlántico, dos empresas muy diferentes tuvieron la misma idea: jugarle una broma arquitectónica al público.
En Londres, fue el hotel y teatro Savoy, mientras que en Nueva York fue el gigante fabricante de autos, la Corporación Chrysler.
La broma consistió en cubrir secretamente sus edificios con un estridente material nuevo: el acero inoxidable.
En 1929 el Savoy estrenó un novedoso cartel sobre su entrada, con su nombre escrito con luces verdes fluorescentes.
Fue la primera vez que este metal se usó como decoración en un edificio y aún hoy sigue ahí, reluciente.
“Eran gente de teatro y les encantaba el sentido dramático”, explica la archivista del hotel, Susan Scott.
“Hay una cita fantástica de uno de los directores: 'El Savoy siempre está al día, y si es posible, un poco adelantado'”.
Y el director logró en efecto estar un poco por delante de la competencia. Del otro lado del Atlántico, el edificio Chrysler recién se construía en Manhattan.
Su ahora mundialmente famosa cúspide de acero inoxidable fue mantenida oculta hasta último momento.
El 23 de octubre de 1929, el día antes de la crisis de Wall Street, la aguja prefabricada de 56 metros fue erigida sin aviso y en solo 90 minutos, aunque se la mantuvo tapada.
Así, el edificio logró el título del más alto del mundo, sorprendiendo a los inversores de otra torre rival que se construía sobre Wall Street.
Luego, el 29 de enero de 1930, se quitaron las protecciones, revelando el acero brilloso que cubría toda la parte superior del edificio.
Un hallazgo asombrosoCuesta comprender el asombro que esto debió haber suscitado.
Hoy damos por sentado la existencia de materiales como el acero inoxidable o el plástico pero hace un siglo eran virtualmente desconocidos.
Se daba por hecho que todo tipo de acero debía ser cubierto por otro material que lo protegiera o, si no, estaría expuesto a la inevitable corrosión.
La creación del acero libre de óxido se debe a un ingrediente mágico en su química: el cromo.
Este metal, elemento número 24 en la tabla periódica, fue descubierto a finales de la década de 1790 por el químico francés Louis Nicolas Vauquelin.
Pero sus primeros usos tuvieron poco que ver con la arquitectura Art Déco.
De hecho, Vauquelin nombró a este metal como la palabra griega para el color –cromos- porque está asociado con una extraordinaria variedad de colores.
El mineral del que Vauquelin separó sus primeras pequeñas pepitas de metal puro fue descubierto en Siberia.
Se llama crocoíta y tiene el aspecto de agujas de color naranja.
Está hecho de óxido de plomo y cromato de plomo y el color que produce fue llamado por los artistas “rojo cromo”.
De hecho podía generar una variedad de colores.
Si uno aumentaba el óxido de plomo, la tonalidad se tornaba más roja. Si removía el óxido de plomo del todo se obtenía un amarillo brillante que era puro cromato del plomo.
Este “amarillo cromo” le daría su color icónico a los servicios postales de Suiza y Alemania y a los autobuses escolares en Estados Unidos.
También a las líneas amarillas en las calles. Como los compuestos del plomo no se disuelven en agua, no se borrarían en caso de lluvia.
El óxido de cromo aportó un tercer pigmento que llevó a la creación del “verde cromo”.
La primera ciudad del aceroLa historia de cómo el cromo llegó de la paleta del artista al estudio del arquitecto es en sí colorida y controvertida.
Nos lleva a Sheffield, en Reino Unido, la primera ciudad acerera del mundo.
En la esquina de las calles Princess y Blackmore, en una zona bastante sombría de la ciudad, hay una placa dedicada a Harry Brearley.
Es el hombre con más derecho a adjudicarse la invención del acero inoxidable, en 1913.
Irónicamente su placa está ligeramente oxidada.
“La metalurgia estaba en pañales en ese momento”, explica Derek Morton, un experto en la historia de la industria local de acero.
“Aquí estaban los Laboratorios de Investigación Brown Firth. Brown Firth fue uno de los mayores productores de acero de Sheffield y Harry Brearley fue el primer director de los laboratorios”.
Otros químicos en EE.UU., Alemania, Francia y Reino Unido ya habían experimentado con aceros de cromo en décadas anteriores.
Los alemanes incluso produjeron un yate de acero inoxidable para el Káiser en 1908.
Pero Brearley fue el primero en comprender su potencial comercial. “No solo era un genio en asuntos metalúrgicos sino también un empresario muy astuto”, cuenta Derek.
En 1915, Brearley sacó una patente en EE.UU. y Canadá para cubiertos de acero inoxidable.
Para ese momento, Brearley había roto su relación con Brown Firth, frustrado porque la empresa no estaba dispuesta a sacar una patente en Reino Unido a nombre suyo.
La iniciativa llevaría a una serie de disputas con Brown Firth y con dos rivales estadounidenses, pero eventualmente lo convertiría en un hombre rico.
De las armas a tu mesaEl logro de Brearley fue un tanto accidental.
Originalmente estaba tratando de desarrollar un acero que resistiera la erosión, no la corrosión, para usar en los cañones de pistolas.
Y el primer uso de su acero nuevo también fue militar: se utilizó en los caños de escape de biplanos durante la Primera Guerra Mundial.
Pero el empresario luego identificó un mercado que Brown Firth había ignorado.
Se unió con el cuchillero de Sheffield R. F. Mosley y tras la guerra comenzaron a producir en masa los primeros cuchillos, tenedores y cucharas de acero inoxidable.
Fue recién a mediados de los años 20 que se llegó a la receta clásica del acero inoxidable: 18% cromo, más un 8% de níquel, haciendo que el material fuese más fácil de cortar.
De ahí había sólo un paso hasta las líneas prolijas y las superficies lustradas de la arquitectura Art Déco de los años de entre guerras.
Hoy los aceros inoxidables se usan no solo por su buena apariencia sino también para construir estructuras que puedan resistir ambientes extremadamente corrosivos.
Desde tanques para jugo de naranja hasta tuberías submarinas, tubos de escape para autos y contenedores de basura.
“El acero está protegido por una capa superficial de óxido de cromo, uno de los materiales más duros que existen”, explica el profesor de química Andrea Sella de la Universidad del Colegio de Londres.
“Eso significa que el metal está completamente encapsulado. Por eso el acero resiste la corrosión y mantiene su brillo”.
El cromo se puede utilizar ya sea para laminar el acero o para mezclarlo todo junto.
Si uno toma un poco de acero, lo coloca en un baño de ácido que contiene cromo disuelto y luego pasa una corriente eléctrica, el cromo se adherirá naturalmente al metal.
Fue así que nació otro gran ícono: el motor de la motocicleta Harley Davidson.
Un peligroso lado oscuroPero el cromo también tiene un lado oscuro, que fue revelado en la película de Hollywood “Erin Brockovich”, por la que la actriz Julia Roberts ganó un Oscar.
Mientras que el cromo metálico es perfectamente seguro, en ciertos compuestos químicos el cromo forma iones y adquiere una forma peligrosa.
Si el cromo en este formato, llamado hexavalente, entra en el cuerpo –ya sea comido, bebido o aspirado- puede causar cáncer.
Esto representa una amenaza para quienes trabajan con cromo, como fabricantes de pintura, chapistas, soldadores e incluso curtidores, que usan una solución del metal para hacer el cuero más elástico y resistente al agua.
“El cromo hexavalente es un muy buen inhibidor de óxido”, explica la verdadera Brockovich, una activista cuya batalla legal contra la empresa de servicio público Pacific Gas & Electric (PG&E) en California fue la base para el filme.
“PG&E usaba un compresor de gas muy antiguo y los motores se sobrecalentaban. Para enfriarlos corrían agua y como no querían que causara corrosión le agregaban cromo hexavalente”, relató.
Esto ocurrió en el pueblo de Hinkley durante los años 50 y 60. El agua residual se filtró a la capa de agua potable, que usaban los residentes.
Las consecuencias para la salud se tornaron horriblemente evidentes décadas más tarde.
“Cada persona con la que hablaba tenía una roncha rara, sangrado crónico de nariz y enfermedades respiratorias”, dijo Brockovich, quien asumió la misión de ayudar a los residentes a hacer justicia.
En 1996, PG&E acordó pagarles US$333 millones, en lo que fue el mayor acuerdo en una demanda de acción directa en la historia legal de Estados Unidos.
“Fue agridulce”, dice Brockovich, “porque de todos modos esta gente murió. Muchos han muerto desde que terminó el caso”.
“Pero se convirtieron en una inspiración porque se pararon y lucharon”.