La vida está llena de opciones. ¿Qué ropa vas a ponerte hoy? ¿Irás a la oficina o te quedarás en casa? ¿Deberías comerte esa dona, responder a ese texto, tomar ese trabajo?
Pero, ¿cómo podemos tomar las mejores decisiones? ¿Tendrá la ciencia alguna manera de guiarnos para optar por lo mejor?
Gracias a la psicología, es posible predecir qué tan bueno será alguien para tomar decisiones, y una gran parte de ello tiene que ver con ciertos errores que muchos hacemos al interpretar el mundo que nos rodea, conocidos como sesgos cognitivos.
“Estudiamos estos sesgos haciéndole preguntas a las personas sobre las decisiones que tomarían en diversas situaciones”, le explica a la BBC Wändy Bruine de Bruin, profesora de Políticas Públicas, Psicología y Ciencias del Comportamiento en la Universidad del Sur de California, EE.UU.
He aquí una de esas preguntas:
Después de una opípara cena en un restaurante, pides un postre grande pero, tras unos bocados, descubres que estás lleno. ¿Sería más probable que siguieras comiendo o que no te termines el postre?
Si tu respuesta es que dejarías limpio el plato, “esa es una decisión que mucha gente toma en esa situación, porque les cuesta dejar el postre elegido y pagado.
“Los economistas llaman a esto el sesgo del costo hundido (o costo perdido), pues, cómaselo o no, lo invertido ya no se puede recuperar”.
Cuando te sientes lleno, lo que realmente debes considerar es si te vas a arriesgar a un dolor de estómago.
“Tus resultados futuros serán mejores si dejas de comer el postre”.
¿Te suena familiar? Tal vez has visto una película que no estabas disfrutando porque ya habías pagado el boleto, o te quedaste en una mala relación porque sentías que habías invertido demasiado para irte.
Si es así, fuiste víctima de la falacia del costo hundido.
Y hay otros sesgos que pueden hacernos tropezar.
Imagina que vas a un supermercado a comprar yogur. Hay dos: uno tiene 10% de grasa, el otro es 90% libre de grasa. ¿Cuál escogerías?
Por supuesto que son iguales, pero la mayoría de la gente elige la segunda opción, cayendo en algo llamado“efecto marco” -un concepto fue introducido por el Premio Nobel de Economía Daniel Kahneman junto con Amos Tversky que forma parte de la Teoría de las Perspectivas-.
A menudo nos dejamos influir cuando se nos presenta la misma información de diferentes maneras.
Bruin y su equipo miden cuán susceptibles son las personas a ese tipo de sesgos y les da una puntuación de aptitud para la toma de decisiones.
Y con información sobre la vida real de los participantes, han comprobado que quienes obtienen una mejor puntuación, realmente tienden a tomar decisiones de vida que conducen a un mejor bienestar, salud y relaciones.
Sorprendentemente no.
“La aptitud para la toma de decisiones es una habilidad separada. Está relacionada con la inteligencia, pero ser inteligente no garantiza que seas bueno para tomar decisiones”, señala la experta.
“El pensamiento racional y la inteligencia son cualidades independientes”, dice David Robson, periodista científico y autor de “The Intelligence Trap”.
“Puedes ser inteligente y nunca adquirir esas habilidades de pensamiento crítico que son importantes para la toma de decisiones racionales”.
Según Robson, la historia está llena de ejemplos de personas inteligentes que tomaron malas decisiones. No sólo son tan vulnerables a los sesgos de toma de decisiones como todos los demás, sino que a veces toman peores decisiones debido a su inteligencia.
“En situaciones específicas, su inteligencia puede ir en su contra. Y una razón para esto es lo que se conoce como 'raciocinio motivado': es cuando estás tan apegado a una idea que usas tu inteligencia para racionalizarla y para derribar cualquier crítica que pueda contradecir tu amada creencia”.
Pero si la inteligencia no puede protegernos de la mala toma de decisiones, ¿qué puede?
“La humildad”, dice Robson.
“Se puede medir la humildad intelectual de las personas con cuestionarios que muestran cuán dispuestas están a aceptar los límites de su conocimiento.
“Una y otra vez, encuentras que las personas más modestas toman decisiones más racionales”.
Entonces, para tomar las mejores decisiones necesitamos abrir nuestras mentes y evitar la trampa de creer que tenemos todas las respuestas.
Y la investigación muestra que hay algo más que puede ser realmente valioso, incluso si no parezca muy confiable.
“Es un tipo de conocimiento que tenemos sin saber cómo”, señala Valerie van Mulukom, profesora asistente, Universidad de Coventry, Reino Unido, que estudia los presentimientos.
“Imagínate que estás conduciendo a altas horas de la noche y la visibilidad es pobre. De repente algo te dice que tengas cuidado... y en ese instante, un ciclista sin la luz emerge de la oscuridad o algo así.
“No lo había notado, pero subconscientemente habías captado algo, quizás un pequeño reflejo en la distancia, y no lo registraste conscientemente pero disparó las alarmas. Te obligó a prestar atención”.
“Hablando evolutivamente, este es un gran sistema de dirigir la atención.
“Otras veces, la intuición tiene que ver con la experiencia. Por ejemplo, un paciente puede presentar ciertos síntomas y su médico, sin saber la razón, sabe lo que es, simplemente porque puede confiar en tanta experiencia y conocimiento de su campo.
“El procesamiento subconsciente o pensamiento intuitivo no está restringido por nuestra memoria de trabajo. Eso significa que puede hacer muchas asociaciones diferentes muy rápidamente, y no tenemos que depender de que podamos hacer esas conexiones conscientemente”.
Así que la intuición puede ser una forma valiosa de recurrir a recuerdos o experiencias para la toma de decisiones, pero, ¿qué pasa con las emociones?
Solemos desconfiar de las emociones a la hora de decidir, pensamos que no nos permiten ser racionales. Pero, al parecer, no es así.
“Una serie de estudios de casos neurológicos de pacientes que sufrieron daño en la corteza prefrontal ventromedial arrojaron algo crucial sobre el papel de la emoción en la toma de decisiones”, cuenta Robson.
“El neurocientífico Antonio Damasio ha demostrado que esa parte del cerebro es muy importante para el procesamiento de la emoción, pues está involucrada en la formación de reacciones físicas a eventos, cosas como que se te acelere el corazón, las mariposas en su estómago, la tensión en los músculos cuando te sientes nervioso.
“Se llaman marcadores semánticos.
“Según Damasio, lo que sucede es que una vez que creas esos marcadores, cuando los vuelves a percibir, te dan una emoción o una sensación intuitiva de qué hacer.
“Estos pacientes no tienen ese tipo de sentimientos así que no cuentan con esa respuesta emocional a los acontecimientos que los guíe su toma de decisiones”.
Aunque quienes sufren de este tipo de daño no tienen problemas con el pensamiento abstracto y su puntuación en pruebas tradicionales de inteligencia no se ve afectada, su falta de capacidad para procesar y leer sus emociones influye profundamente en su toma de decisiones.
“A menudo, como no tienen una emoción que los motive a tomar una opción u otra, simplemente se quedan paralizados sin tomar decisiones en absoluto o cuando las toman, suelen centrarse solamente en información completamente irrelevante”.
Si bien es cierto que las emociones pueden llevarnos por mal camino, generalmente se fundamentan en todo nuestro conocimiento no consciente, y proporcionan una señal intuitiva que quizás no debemos ignorar.
“Pienso en nuestras emociones como una brújula”, dice Robson.
“Una brújula puede llevarte en la dirección equivocada si está cerca de un imán fuerte. Pero tiende a ser precisa. Lo mismo ocurre con nuestras emociones: a menudo son una información útil para considerar junto con todas las otras cuestiones analíticas que tenemos en cuenta antes de tomar una decisión”.
¿Y si todo esto falla?
¿Has notado que es mucho más fácil dar un consejo sabio a un amigo que seguir ese consejo tú mismo?
De hecho, hay un nombre para este fenómeno. Se llama paradoja de Salomón, en honor al rey Salomón, el rico y sabio monarca de Israel.
Era conocido por tomar excelentes decisiones para su pueblo, como cuando dos mujeres llegaron insistiendo que un bebé era de ellas y le ordenó a los guardias que lo cortaran en dos para que cada una tuviera una mitad, confiando en que la verdadera madre preferiría renunciar a su hijo a verlo morir.
Pero Salomón tomaba decisiones terribles en su vida personal. Era codicioso con su riqueza, y se casó con más de 500 mujeres, lo que, como era de esperar, le causó algunos problemas.
“La paradoja de Salomón es una asimetría en la toma de decisiones o la calidad de la deliberación cuando tratas tus propios problemas en comparación con los de otras personas”, explica Igor Grossmann, profesor asociado de Psicología en la Universidad de Waterloo en Canadá, quien estudió por qué a menudo somos mucho más sabios cuando se trata de asuntos ajenos.
La investigación de Grossmann ha demostrado que la paradoja de Salomón surge una y otra vez, pero hay una manera de evitarla.
“Cuando abordas una decisión, puedes simular esa distancia, por ejemplo, hablando contigo mismo en tercera persona o mirándote a ti mismo desde una perspectiva en tercera persona”.
En lugar de decir ¿cómo me siento? ¿Qué debo hacer?, dirías ¿cómo se sentiría él, ella o ellos? ¿Qué deberían hacer?
“Como no es natural, ni siquiera lingüísticamente, crea un poco de distancia”.
Decirlo en voz alta, podría ayudarte a ver el problema desde otra perspectiva, reducir un poco la velocidad, no reaccionar de inmediato, buscar más información, reflexionar y tomar una mejor decisión.
Aunque quizás valga la pena que te cerciores antes de que no haya gente cerca escuchándote.
Entonces, ¿cómo podemos tomar las mejores decisiones?
La investigación muestra que, en primer lugar, debes evitar algunos sesgos comunes. Que no se trata necesariamente de ser más inteligente, sino de una mentalidad abierta y humildad intelectual. Y que vale la pena tener en cuenta tus instintos y tus emociones.
Y si todo lo demás falla, sigue los consejos que les das a tus amigos en lugar de los que te das a ti mismo.