Dave Asprey planea vivir hasta los 180 años. De verdad, no es una broma, él está convencido de que puedo lograrlo.
“No creo que sea ciencia ficción”, dice el empresario estadounidense de 45 años, fundador de la marca de culto de café, Bulletproof.
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“Alguien tiene que hacerlo, y yo estoy dispuesto a morir intentándolo”.Mientras mucha gente lo describe como un excéntrico, Asprey se define como “el primer biohacker profesional del mundo”.Un biohacker es una persona que usa la ciencia y la tecnología para intentar mejorar su salud “pirateando” o “hackeando” su propia biología, a menudo haciendo cosas que el resto de nosotros consideraríamos un poco locas.
Y el régimen al que ha sometido a su cuerpo no decepciona. Su búsqueda de la inmortalidad lo ha llevado a que le extraigan parte de la médula ósea cada seis meses, para conseguir algunas de sus células madre y luego inyectárselas en todo el cuerpo.
También usa parte de su tiempo en una cámara de crioterapia, que utiliza nitrógeno para enfriar su cuerpo. Y como si fuera poco, se da “baños” de luz infrarroja y se pone electrodos en la cabeza.Cuenta que ha gastado más de US$1 millón para mejorar el funcionamiento de su cuerpo y su cerebro.El financiamiento de sus aventuras proviene de la popularidad de su marca de café Bulletproof, un producto que él califica como un biohackeador del cuerpo.El café se hace con una inusual receta que requiere que los consumidores compren tres productos por separado: café, al que se le agrega mantequilla, y una forma purificada de aceite de coco.
Aunque se le podría agregar cualquier mantequilla o aceite de coco, él vende “la versión original”.Asprey asegura que el producto puede ayudar a mejorar la salud física y mental de una persona. Y tiene sus adeptos.
Desde que Asprey comenzó a vender el producto en 2012, estima que se han consumido más de 160 millones de tazas.El exitoso emprendimiento ha conseguido inversiones por más de US$68 millones, dice Asprey, y se ha expandido hasta convertirse en una marca más amplia que incluye productos alimenticios como barras de proteínas, camisetas y libros de dietas.Asprey ha sido objeto de duras críticas, especialmente de profesionales de la salud, quienes argumentan que el emprendedor no tiene ninguna certificación médica ni entrenamiento nutricional.
Y señalan que agregarle mantequilla al café no es saludable.
La idea del café se le ocurrió en 2004 mientras viajaba por el Tíbet.Nacido en Nuevo México, Asprey desarrolló una carrera exitosa como ejecutivo de tecnologías de la información en Silicon Valley.Pero con el paso de los años adquirió sobrepeso y se enfermó. Dice que en su peor momento llegó a pesar 136 kilos.
Como una forma de mejorar su salud, Asprey viajó al Tíbet para aprender a meditar.Y mientras hacía una caminata por la montañas, le ofrecieron una taza de té con mantequilla de yak (un pariente del búfalo y el visón).“Después de tomarlo me di cuenta de que mi cerebro se sentía mejor”, dice.Después de volver a California, comenzó a experimentar hasta llegar a su propia versión del brebaje.El emprendedor asegura que toma su café todas las mañanas y que le ayudó a “cambiar mi vida y perder 45 kilos”.
Desde que nació el negocio en 2012, su crecimiento fue gradual, hasta que en 2016 las ventas aumentaron cuando comenzó a distribuirlo en la cadena de supermercados Whole Foods Market.Jonny Forsyth, investigador del grupo Mintel, dice que aunque los cuestionamientos al café Bulletproof persisten, la marca ha logrado ser bastante influyente.“La ciencia detrás de los beneficios para la salud del producto sigue siendo difusa”, explica.“Pero tiene una poderosa narrativa para los consumidores”
Sin embargo, Aisling Pigott, nutricionista y portavoz de la Asociación Británica Dietética, tiene una mirada crítica.“Nunca recomendaría el café Bulletproof, porque tiene calorías y grasa extra sin proveer ningún otro valor nutricional”, argumenta.“No hay ningún beneficio en agregarle mantequilla al café”.Asprey se muestra consciente de las críticas, pero apunta que otros profesionales dicen que las dietas altas en grasas -y bajas en azúcar- son buenas.
“Tenía artritis en mis rodillas y síndrome de fatiga crónica. Tenía disfunción cognitiva y estaba bajo el riesgo de un ataque al corazón. Era pre-diabético y me sentía terrible todo el tiempo”, cuenta.“Logré cambiar todo eso”.Asprey además destaca que, a diferencia de las dietas modernas, su producto está basado en un costumbre tibetana ancestral.“Me siento bien de ser parte de una dieta con más de 4.000 años”
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