Cuando se dio a conocer el descubrimiento de la tumba de Tutankamón el 26 de noviembre de 1922, todo cambió para sus descubridores: ganaron gran fama internacional y el hallazgo se convirtió en uno de los más grandes adelantos arqueológicos de todos los tiempos.
Desde entonces, millones de personas se han maravillado con la vida del soberano de Egipto. Además de la momia, se encontraron 5.398 objetos, entre los cuales se encuentra un opulento ataúd de oro, una máscara mortuoria, tronos, joyas, vino, comida, sandalias, etc. Y su descubridor, el arqueólogo Howard Carter pasó décadas tratando de entender lo que se había encontrado.
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[Arqueólogos descubren increíble cementerio egipcio cerca de las pirámides de Giza | FOTOS][Cómo los científicos salvan la tumba de Tutankamón de la destrucción]Pero pocos meses después ocurrió una serie de muertes en circunstancias “inexplicables” de personas vinculadas a la exhumación de la tumba, lo que ocasionó, gracias a la prensa de entonces, que se difundiera la creencia de que todos estos decesos estaban relacionados con la profanación de la tumba de Tutankamón.
¿Estaba el rey egipcio vengándose de aquellos que entraron a su tumba? Al menos eso fue lo que creyeron miles de personas en todo el mundo y así nació lo que hasta ahora se conoce como la “maldición del Faraón” o la “maldición de Tutankamón”.
La explicación de estas extrañas muertes seguidas es más mundana de lo que se cree: los responsables son los diminutos seres dormidos durante milenios al interior de la tumba: los microbios. Así lo explica el microbiólogo Raúl Rivas en su libro “La maldición de Tutankamón y otras historias de la microbiología” (Guadalmazán, 2019).
“La capacidad de los microorganismos para influir en el desarrollo de la humanidad ha sido rotunda y en ocasiones estrepitosa. Han derrotado a reyes y faraones. Han diezmado ejércitos y asolado naciones”, señala el autor.
Para Rivas, estos microorganismos atacaron a algunos de quienes trabajaron al interior de la tumba de Tutankamón, quien reinó entre los años 1332 y 1323 antes de Cristo.
Pero no todos sucumbieron ante ellos, aunque los diarios ingleses de la época atribuyen 30 muertes a la “maldición del Faraón”, entre ellos el propio Lord Carnarvon, mecenas de la expedición y quien presenció la apertura de la tumba. El aristócrata murió de neumonía en El Cairo el 5 de abril de 1923, solo cuatro meses después del hallazgo.
“La explicación más aceptada es que Carnarvon murió de una septicemia bacteriana derivada de una erisipela”, escribe el investigador.
En los meses siguientes murieron Aubrey Herbert, hermano de Carnarvon; sir Archibald Douglas Reid, encargado de radiografiar la momia; Arthur Mace, que participó en la apertura de la cámara mortuoria; y el magnate de los ferrocarriles George Jay Gould, quien también presenció la apertura de la tumba.
Pero no solo murieron por enfermedades. Por ejemplo, Richar Bethell, secretario de Carter, murió en 1929 en condiciones que aún se desconocen, y el egiptólogo George Bennedite tras caer en el Valle de los Reyes, mientras que el padre y la esposa de Bethell se suicidaron.
Sin embargo, Carter siempre rechazó esta explicación: “Todo espíritu de comprensión inteligente se halla ausente de esas estúpidas ideas”.
Rivas explica que algunos patógenos, como el Aspergillus niger o el Aspergillus terreus pudieron permanecer encerrados en la cámara mortuoria de Tutankamón. Estos microorganismos atacaron principalmente a aquellos que tenían un sistema inmune debilitado, como era el caso de Carnarvon.
“Estos hongos son capaces de formar esporas de resistencia que pueden permanecer viables durante siglos. (...) Según algunas teorías (...) fueron inhaladas por el aristócrata, penetrando en sus vías respiratorias y provocando una aspergilosis pulmonar de tipo invasivo”, explica el científico.
Estudios posteriores revelaron que solo ocho de las 58 personas que estuvieron presentes durante la apertura de la tumba de Tutankamón murieron a causa de algún accidente o enfermedad respiratoria, y que lo hicieron en un plazo de 12 años, afirma el autor.Síguenos en Twitter...
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