A pesar de que murió a la temprana edad de 24 años, Alice Ball dejó una huella profunda en el mundo científico.
La química afroamericana desarrolló el primer y único tratamiento efectivo para las miles de personas que por el año 1915 padecían la enfermedad de Hansen, más conocida como lepra.
Pero eso no es todo: Ball también marcó un precedente importante para las mujeres interesadas en las complejas ramas de la ciencia, que por esos años eran predominantemente lideradas por hombres blancos.
En BBC Mundo quisimos repasar su historia y aquí te la contamos.
Exitosa carrera universitaria
Alice Augusta Ball nació el 24 de julio de 1892 en Seattle, Washington, en el seno de una familia de clase media.
Su madre, Laura, era fotógrafa y su padre, James P. Ball, abogado. Tenía dos hermanos mayores, Robert y William, y una hermana menor, Addie.
Estudió en la escuela secundaria Seattle High School, donde se graduó con distinciones en ciencias en 1910. Posteriormente ingresó en la Universidad de Washington para estudiar Química.
Cuatro años más tarde, en 1914, obtuvo los títulos en Química farmacéutica y Ciencias de la Farmacia. La joven estudiante destacó entre sus pares al publicar como coautora un artículo de diez páginas en el prestigioso Journal of the American Chemical Society.
Gracias a su prominente carrera, tras graduarse recibió una beca para estudiar Universidad de Hawái, donde cursó un máster en química.
En 1915 fue la primera mujer y la primera afroamericana de Estados Unidos en obtener una maestría en química.
Entonces, la casa de estudios de Hawái le ofreció un puesto de enseñanza e investigación y, con solo 23 años, se convirtió en la primera mujer instructora de química de la institución.
En el laboratorio, Ball trabajó intensamente en el desarrollo de un tratamiento exitoso para quienes padecían lepra.
Aunque se cree que la enfermedad afecta a la humanidad desde hace al menos 4.000 años, a principios del siglo XX había poca información respecto a cómo curarla.
De esta manera, miles de personas alrededor del mundo sufrían los complejos efectos de la lepra, sin obtener un tratamiento adecuado.
Además, quienes la padecían, eran profundamente estigmatizados. A muchos se les obligaba a vivir aislados hasta su muerte.
El único antídoto que se administraba a algunos pacientes era un aceite proveniente de las semillas del árbol chaulmoogra, utilizado por siglos en la medicina china e india.
Pero su éxito era moderado y muchos leprosos renunciaban a recibirlo pues, si se inyectaba, era extremadamente doloroso y, al tomarlo, tendía a revolver el estómago.
El doctor Harry T. Hollmann, quien trabajaba en el hospital de Kalihi en Hawái, especializado en pacientes con lepra, le pidió ayuda a Alice para encontrar una solución. Por esos años, la lepra abundaba en las islas hawaianas.
Ella, entonces, aisló los compuestos químicos del aceite (los ésteres de etilo de los ácidos grasos) y con ellos creó el primer remedio soluble en agua, fácil de inyectar, pues podía absorberse fácilmente en el torrente sanguíneo.
Así, la científica logró un método exitoso para aliviar los síntomas de la lepra —más tarde conocido como el “Método Ball”—, que se usó en miles de personas infectadas durante más de 30 años hasta que se introdujeron los antibióticos de sulfona.
Es una enfermedad que ha afectado a la humanidad durante miles de años y, sin embargo, aunque mucha gente se sorprenda de ello, sigue estando presente.
La lepra es causada por el bacilo Mycobacterium leprae, que se transmite por microgotas de la nariz y boca de personas contagiadas.
La infección afecta principalmente los nervios periféricos y la piel, y el paciente puede llegar a tener complicaciones graves como desfiguración, deformidades y discapacidad, ya sea por daño neurológico o ceguera.
La bacteria de la lepra destruye la capacidad del organismo para sentir dolor lo que puede provocar que una persona se lesione sin darse cuenta y sus heridas pueden infectarse.
También pueden ocurrir cambios en la piel que provocan úlceras que, si no se tratan, pueden conducir a complicaciones, heridas y desfiguraciones de la cara y extremidades.
El diagnóstico temprano y el tratamiento oportuno y adecuado son dos pilares fundamentales para el control de la enfermedad.
Pero por cientos de años la lepra ha sido una enfermedad mal entendida por la sociedad, según los expertos.
En partes del mundo se sigue temiendo a los enfermos de lepra y persisten las antiguas percepciones sobre el trastorno como una “maldición bíblica”.
Desafortunadamente, Alice Ball no pudo ver el impacto de su trabajo pues en diciembre de 1916, cuando solo tenía 24 años, falleció. La joven ni siquiera había podido publicar sus hallazgos.
Aunque no está clara la causa de su muerte, se dice que podría haber sido la inhalación de gases tóxicos durante su trabajo en el laboratorio o tuberculosis.
El químico Arthur L. Dean continuó su trabajo y publicó los resultados. En 1918 se informó que 79 pacientes del Hospital de Kalihi habían sido dados de alta gracias a este tratamiento que continuó utilizándose hasta la década de 1940.
Aunque la Universidad de Hawái no reconoció su trabajo durante casi 90 años, en el año 2000 le rindió homenaje poniendo una placa conmemorativa en el único árbol de chaulmoogra del campus.
Su nombre también está inscrito en la London School of Hygiene & Tropical Medicine junto a personas como Florence Nightingale y Marie Curie.
El científico Paul Wermager, quien ha realizado una extensa investigación sobre los trabajos de Ball, ha destacado que la joven no solo logró el primer tratamiento útil para la lepra, sino también superar las barreras raciales y de género de la época.
Muchos de sus seguidores hoy se preguntan cuántos otros hallazgos podría haber liderado si no hubiese fallecido tan joven.