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En una era en la que la humanidad puede mandar robots a que busquen vida en Marte, ¿por qué la ciencia no puede evitar que muchas formas de vida desaparezcan de la faz de la Tierra?
La pregunta surge en medio de una pérdida de especies de una escala tan implacable que los ecologistas la llaman la “Sexta Extinción Masiva”.
La quinta fue la causada por el asteroide que acabó con los grandes dinosaurios. La actual es consecuencia de la actividad humana.
Un foco inmediato es la lamentable historia de uno de los más magníficos animales de África, el segundo mamífero en tamaño: el rinoceronte blanco del norte.
Décadas de caza furtiva redujeron la población de esta enorme e imponente criatura a una magra banda de sobrevivientes y, debido a que ninguna de las técnicas de conservación más comunes han funcionado, el total de estos animales en la actualidad es apenas cinco.
Cinco, solo cinco
Con un peso de más de una tonelada y cubiertos con una piel gruesa que parece como la de un reptil, todos estos rinocerontes están bajo alguna forma de cautiverio.
Tuve la oportunidad de tocar uno de ellos, una hembra llamada Nabire, en un zoológico de la República Checa. Sin dejar de vigilar sus cuernos, metí la mano por entre las rejas hasta tocar la rugosa piel sobre su ojo y me sorprendió que se sintiera como terciopelo seco, suave y polvoroso.
Nabire esperó con paciencia, aparentemente más relajada que yo.
Por casualidades de la vida, todos los rinocerontes blancos del norte son propiedad de este zoológico en particular, llamado Dvur Kralove y ubicado en el norte de la República Checa.
El centro se enorgullece de su notable colección de animales africanos, conseguida originalmente durante la época comunista.
A lo largo de las décadas, los rinocerontes blancos del zoológico tuvieron algunas crías pero luego los nacimientos cesaron. En el 2009 se tomó una decisión radical: enviar cuatro de los animales a Kenia con la esperanza de que el regreso a su hábitat natural los estimularía a procrear.
Desafortunadamente, el experimento en el santuario de vida silvestre Ol Pejeta no ha producido descendencia y uno de los machos murió.
Otro rinoceronte había sido enviado al zoológico de San Diego, Estados Unidos, pues tiene un historial alentador de nacimientos con una especie relacionada, el blanco del sur, pero esa estrategia también falló.
Quince años
Así como están las cosas, esta especie no ha tenido ninguna cría en los últimos 15 años.
La situación es catastrófica pues la población ya es de por sí muy reducida: casi todos los ejemplos de conservación con éxito empezaron con números de decenas de ejemplares.
Los pandas gigantes, por ejemplo, se contaban en los cientos cuando empezaron los proyectos de reproducción asistida.
El que haya muchos animales no sólo aumenta la posibilidad de que nazcan más sino que también garantiza una diversidad de genes más saludable.
En contraste, cuando en 2008 vi al Solitario George, el último ejemplar conocido de tortugas gigantes de las Islas Galápagos Chelonoidis abingdonii, era demasiado tarde para salvar a su especie.
Detalles íntimos
La falta de nacimientos entre los rinocerontes blancos del norte también crea un problema fisiológico: cuanto más tiempo pase sin que las hembras estén preñadas, más alta es la posibilidad de que desarrollen quistes en sus úteros.
A este nivel, todas las opciones de sobrevivencia implican discutir los detalles más íntimos de los animales, y hay quienes les parece que eso es de mal gusto.
El último macho, Sudan, es demasiado viejo para montar a una hembra y su esperma es de mala calidad. Las patas traseras de una de las hembras en Kenia, Najin, están demasiado débiles para aguantar el peso de un macho encima. Su hija, Fatu, tiene problemas con el útero. Lo mismo le pasa a Nabire, en la República Checa. Y Nola, la de San Diego, ya no está en edad de reproducirse.
A lo largo de los años, se ha intentado ayudar con inseminación artificial pero, aunque ha sido exitosa con muchas otras especies, incluyendo otros tipos de rinocerontes, nunca ha funcionado con los blancos del norte.
El siguiente paso podría ser la fertilización in vitro. Científicos de un laboratorio especializado, el Instituto Leibniz para la investigación zoológica y animal de Berlín, ha usado esa técnica para crear un embrión para un rinoceronte negro, así que piensan que pueden ayudar a los blancos del norte.
Ellos y otros científicos también están considerando utilizar células madre como alternativa para crear embriones.
Y la visión se proyecta al futuro: si se guardan muestras de esperma y óvulos en nitrógeno líquido, se puede mantener viva la esperanza de que los rinocerontes blancos volverán a caminar por la Tierra cuando la tecnología lo haga posible.
Ya hay muestras de esperma, así como de células de la piel, pero hasta el momento, no hay óvulos.
¿Darse por vencidos o no?
No obstante, estas tecnologías son controvertidas en un campo que generalmente ha preferido impulsar la conservación por los métodos más naturales posibles.
Tubos de laboratorio, congeladores y genética no se acomodan muy bien en esta tradición.
También hay que tener en cuenta ciertos asuntos prácticos y de seguridad: en una operación en el zoológico Dvur Kralove, un rinoceronte murió; en otra, un cuidador perdió la vida.
En todos estos años, el zoológico ha llevado a cabo 30 sedaciones en siete rinocerontes blancos, y cada intervención conlleva riesgos.
Pero, dado que fue la mano humana la que llevó a la especie al borde de la desaparición, ¿no debería sentirse obligada a usar todas las técnicas posibles para salvarla?
¿O será mejor reconocer, así sea a regañadientes, que la oportunidad ya se perdió, y que sería mejor enfocar los esfuerzos en la próxima especie en peligro de extinción?
Esta no será la última vez que tengamos que hacernos esa pregunta.