Ella dice que Peter, el delfín, no pronunciaba bien, pero sí sabía imitar la entonación, las inflexiones de su voz. Palabras simples, repetidas una y otra vez, durante nueve meses inolvidables, intentando algo que nadie más había hecho antes, ni volvería a hacer después.
Margaret Howe Lovatt tenía veintitantos años cuando formó parte de uno de los experimentos más extraños en la historia de la ciencia.
Así fue como conoció a Peter en 1964, en un laboratorio en las Islas Vírgenes que recibía el nombre de “Casa del Delfín”.
La fascinante historia de Lovatt, quien recuerda públicamente por primera vez aquella misión, se narra en el documental “La chica que hablaba con delfines”, producido por la BBC.
“El proyecto se cerró rodeado de rumores y controversia, y Margaret eligió no hablar de ello durante 50 años”, cuenta Christopher Riley, director del documental.
Lecciones de inglés para delfines
En el marco de la investigación sobre la comunicación entre especies, que también generaba esperanzas para la búsqueda de vida extraterrestre, la Nasa financió este peculiar proyecto, dirigido por el neurólogo estadounidense John Lilly.
“Lo interesante es que se sabe desde tiempos de Aristóteles que los delfines pueden hacer sonidos de forma parecida a los humanos, a través de sus espiráculos (las pequeñas aberturas exteriores de las tráqueas), no por sus bocas”, explica Riley a la BBC.
Si a eso se suma que los delfines tienes cerebros grandes, dice Riley, no es raro que a alguien se le ocurriera enseñarles a hablar.
Y ese alguien fue Lilly, famoso también por su experimentación con LSD.
En la Casa del Delfín y al poco tiempo de empezar, las lecciones que Lovatt daba a Peter se convirtieron en una experiencia mucho más intensa.
“Su idea fue acercarse de la misma forma que una madre o una maestra le enseñaría a hablar a un niño, y para hacerlo debe haber una inmersión en el lenguaje 24 horas al día. Así que inundó la casa para poder vivir con Peter y conseguir que hablara”, relata Riley.
Entonación
Lovatt no tenía una formación científica, pero ella había llegado al laboratorio por curiosidad y ahora estaba completamente dedicada a la tarea de comunicarse con Peter.
Cada día se grababan las lecciones para observar los progresos del joven delfín, y esos registros se guardaron en una buena cantidad de cintas de magnetófono.
Lovatt explica en el documental cómo era su método.
“Yo hablaba normalmente con una sola palabra, y hacía una inflexión, algo que él pudiera seguir”, explica Lavett. “En eso era muy bueno, la enunciación no era buena”.
Según su relato, el animal sí podía imitar las inflexiones de su voz, algo que corrobora Riley.
“No creo haber oído un ejemplo de Peter entrando y diciendo espontáneamente 'Hola Margaret', pero él lo decía a menudo después de que ella lo hubiera dicho, era una imitación muy buena, su pronunciación no era buena, pero sí su entonación, su inflexión, y se identificaban algunas sílabas”, cuenta Riley, quien para producir su documental escuchó innumerables horas de las grabaciones de las lecciones de Lovatt y Peter.
“Margaret cree que si el experimento hubiera durado más tiempo, habrían podido ir más lejos, pero en el período de 9 meses que duró, él solo fue un muy buen imitador”, señala el director.
El amor de un delfín
Aislados en el singular delfinario, y según se cuenta en la película, la relación entre maestra y delfín se estrechó mucho más allá de las lecciones de inglés.
Peter mostraba interés y afecto por Lavett, dice ella, y ella estaba totalmente dedicada a su tarea. Tanto, que incluso lo ayudaba manualmente a aliviar sus urgencias sexuales para no interrumpir las lecciones haciendo bajar al delfín a la planta de abajo, donde los científicos mantenían a dos hembras.
Según cuenta Lavett en el documental, esto era algo que facilitaba la misión principal y que, aclara, “no era sexual” de su parte.
“Se convirtió en una parte más de lo que estaba pasando, como una picazón, solo hacía falta rascarla para quitársela de encima y seguir adelante”, afirma Lavett.
“Me parece que eso estrechó el vínculo, no por la actividad sexual, sino que ya no había interrupciones. Y eso era todo”. “Yo estaba allí para conocer a Peter, y eso era parte de Peter”.
Por su parte, Andy Williamson, el veterinario que cuidaba a los animales en la Casa del Delfín, dice que“el delfín estaba locamente enamorado de ella”.
Los rumores sobre el contenido sexual del experimento minaron su credibilidad. Además, John Lilly comenzaba a experimentar con LSD y lo usaba con los animales, algo que provocó resistencias en su propio equipo y que acabó por finalizar el proyecto.
Sin financiación, hubo que desmantelar el laboratorio y enviar a los delfines a otra sede en Miami con peores condiciones. Allí, Peter murió poco tiempo después. Según Lilly, se había dejado morir por la tristeza de la separación.
Cuando lo supo, dice Lavett, sintió incluso cierto alivio. “Yo estaba más triste pensando que él estaba en esas condiciones”, explica la mujer que intentó enseñarle hablar. “Ahora nadie iba a molestarlo, nadie iba a lastimarlo, no iba a ser infeliz”.