El cóndor andino (Vultur gryphus) es una de las aves más grandes y emblemáticas de Sudamérica. Su distribución es amplia y va desde Chile hasta Venezuela. Sin embargo, sus poblaciones vienen decreciendo, lo que se refleja en que aparezca catalogado como Vulnerable en la Lista Roja de la UICN. Su situación en los Andes del norte es aún más grave y en Colombia está registrado como en Peligro Crítico.
Según el último censo, realizado con el apoyo de organizaciones como la Fundación Neotropical, Parques Nacionales, WCS y WWF, entre el 15 y el 17 de febrero de este año, solo se registraron 63 cóndores en todo el país.
Por eso, todas las alarmas se encendieron el pasado 30 de mayo, cuando se encontraron tres aves muertas en el páramo de Almorzadero, en el departamento de Santander. Los posteriores análisis forenses determinaron que los fallecimientos ocurrieron por envenenamiento, una práctica cada vez más recurrente y que hace cuatro meses también acabó con la vida de 34 cóndores en Bolivia.
Julio Aguirre, decano de la Facultad de Medicina Veterinaria de la Corporación Universitaria Remington en Medellín, donde se hicieron los análisis, dijo que en el caso de dos cóndores adultos, una hembra y un macho, se encontraron componentes tóxicos como organofosforados, anticoagulantes y piretrinas, mientras que un cóndor juvenil macho tenía anticoagulantes y piretrinas.
“En Colombia, se ha registrado al menos un cóndor muerto cada año durante la última década. Es una pérdida significativa”, comenta Fausto Sáenz, director científico de la Fundación Neotropical.
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Pocos cóndores y pocos juveniles
Durante más de cinco años la Fundación Neotropical buscó la forma de realizar el primer censo del cóndor andino en Colombia. Con apoyo de varias instituciones, y un gran grupo de voluntarios, logró materializar su proyecto en febrero de este año cuando más de 200 personas, en 84 puntos del país, salieron durante tres días para tratar de registrar a esta ave. Las observaciones se concentraron en la Sierra Nevada de Santa Marta y sus estribaciones, la Serranía del Perijá, en páramos de los Andes Nororientales —Santander, Norte de Santander y Boyacá, incluido el Parque Nacional Natural el Cocuy—, el Corredor Guantiva – La Rusia, los páramos de la zona centro del país, el Parque Nacional Natural Los Nevados, el Parque Nacional Natural Puracé y el Resguardo Indígena Chiles, en inmediaciones con Ecuador.
“Si bien se habían planteado algunas cifras en el 2006 y el 2016, eran estimaciones elaboradas a partir de observaciones puntuales hechas en años diferentes. Nunca se había hecho una estimación real, con metodología estandarizada y que tuviera en cuenta las características de gran movilidad de la especie. Los cóndores que vemos en Santander o Norte de Santander, en un día pueden llegar a la Sierra Nevada de Santa Marta”, comenta Fausto Sáenz de la Fundación Neotropical.
Los resultados del censo señalaron la presencia de al menos 63 cóndores en el país, avistados en 44 de los 84 puntos dispuestos, y una tendencia leve a favor de los machos. Por cada hembra hay 1.3 especímenes del sexo opuesto, lo que los expertos calificaron como una proporción relativamente balanceada. En cuanto a la edad, hay más cóndores adultos que inmaduros, pues por cada adulto se registraron 0.43 jóvenes.
Sáenz comenta que la información sobre las proporciones de edades fue uno de los resultados más desalentadores porque podrían ser señal de que no se está dando una renovación adecuada de la población.
En esto coincide Luis Germán Naranjo, ornitólogo y director de Conservación y Gobernanza de WWF Colombia. Sin embargo, dice que esto es algo que no se puede afirmar con total certeza pues el censo es como una fotografía que refleja lo sucedido en un tiempo determinado y los cóndores son muy longevos, se demoran mucho tiempo en levantar a sus crías y los intervalos entre eventos reproductivos también pueden ser largos. “Perfectamente pudo suceder que el censo coincidiera con una época no reproductiva y que los últimos cóndores que nacieron ya hubieran adquirido su plumaje adulto”, comenta.
Según Sáenz, estos datos muestran un patrón y una tendencia que apunta a la baja densidad de cóndores en el país, pero no significa que solo queden 63 de estas aves. Por ejemplo, en la región central de Colombia, sobre todo en los departamentos de Cundinamarca y Boyacá, no hubo registros pero esto podría relacionarse con condiciones climáticas que no fueron favorables para las observaciones, como lluvia y neblina.
Otro dato revelador del censo fue que solo se avistaron nueve especímenes reintroducidos a su hábitat natural, es decir, que estuvieron en cautiverio un tiempo y luego fueron liberados. Los registros se dieron en el Parque Nacional Natural Puracé y en el Parque Nacional Natural de Los Nevados.
Los expertos creen que muchos de los 71 cóndores reintroducidos desde finales de los ochenta en Colombia han perdido la marquilla que los identificaba. El último dato sobre ellos es del 2010, año en el que se confirmó la supervivencia de 39. Esto evidencia el gran vacío de información que hay con relación a la población reintroducida.
Investigadores como Sáenz creen que algunas de las aves reintroducidas observadas probablemente se han mezclado con las poblaciones silvestres “pero tendríamos que capturarlos para escanear un chip subdérmico que se les instaló al momento de la liberación para corroborar si son reintroducidos o no”, dice.
A pesar de que el programa de reintroducción mostró algunos resultados positivos como la aparición de estas aves en zonas de la cordillera central y oriental donde hace mucho tiempo no se veían, en muchos casos solo se hizo seguimiento uno o dos años y luego se dejó de monitorear. “Fueron inversiones muy grandes y actualmente no se sabe si en realidad tuvieron éxito”, comenta Sáenz y agrega que lo ideal hubiera sido ponerles un rastreador satelital para saber las zonas que visitan, dónde duermen y dónde anidan.
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Luchar por el alimento y evitar la carroña envenenada
Los cóndores cumplen un papel fundamental en la naturaleza pues al ser aves carroñeras son “limpiadoras naturales” de los ecosistemas donde habitan. De acuerdo con Naranjo, en las zonas de alta montaña esta ave es prácticamente la única carroñera silvestre que cumple ese papel. Si desaparece, aumenta la probabilidad de contaminación de fuentes hídricas con los restos de los animales muertos que “quedan expuestos y tardarán más tiempo en descomponerse por las condiciones de frío. Eso podría ser un riesgo puesto que una carroña expuesta durante mucho tiempo puede ser fuente de infecciones para otros animales”, comenta.
Todo esto podría llegar a un desequilibrio fatal si la especie continúa reduciendo sus poblaciones, como sucede desde finales de los años sesenta cuando empezó a darse un fuerte proceso de colonización en la alta montaña; a medida que avanzaba la industrialización de la agricultura, que aumentó la demanda y explotación de las tierras de zonas bajas.
Naranjo recuerda que mucha gente fue desplazada de los valles interandinos hacia arriba en la montaña y esto pudo tener mucha influencia en las poblaciones de cóndores, al punto que hoy una de sus amenazas más fuertes es que no tienen comida suficiente porque los animales de los que se alimentaban, como venados o dantas, ya no se encuentran o están en densidades muy bajas. Esto disminuye considerablemente la probabilidad de que encuentren carroña.
Todo esto genera una serie de modificaciones en la cadena trófica, ya que al no hallar suficiente carroña silvestre, cada vez es más común verlos cerca de carroña de animales domésticos, “porque es lo único que ellos encuentran”, enfatiza Naranjo.
El problema se agranda porque los cóndores pueden atacar, aunque con muy baja frecuencia, a corderos o cabritos recién nacidos, así como a animales viejos o enfermos. Los expertos aseguran que otra razón por la que esta ave entra en conflicto con los humanos es porque se acerca a comer de la carroña que queda luego de la caza efectuada por depredadores como el puma. El campesino, al ver al cóndor, lo culpa de la muerte del animal. Estas son, precisamente, algunas de las hipótesis que han surgido luego de conocerse el envenenamiento de los tres cóndores en el departamento de Santander.
El asesinato de estos animales se ha convertido en otra amenaza enorme contra la gran ave sudamericana. Es por eso que Fausto Sáenz, de la fundación Neotropical, asegura que se debe tener una mayor regulación de los agroquímicos que están siendo usados para envenenar los restos de animales. Además, destaca que el uso de anticoagulantes en el ganado genera un problema para poblaciones de especies carroñeras como el cóndor.
También se necesita un fuerte trabajo de educación ambiental con las comunidades locales, donde se les pueda mostrar la importancia de velar por la conservación del ave insignia de Colombia y que puede haber una oportunidad económica con el turismo de observación de aves.
Por ejemplo, Sáenz comenta que las ovejas están sueltas y sin acompañamiento durante semanas y no hay un cuidado adecuado en las épocas de parto. Debido a esto se pueden dar encuentros entre los recién nacidos y los cóndores, se genera un conflicto con las comunidades y por eso ellas envenenan la carroña. Así mismo, el biólogo asegura que se necesita apoyar a los campesinos de páramo para mejorar sus medios de vida, buscando una transformación de sus sistemas agrícolas y pecuarios porque suelen ser poblaciones en condiciones de vulnerabilidad.
Luis Germán Naranjo de WWF Colombia añade que es muy importante insistir en el cuidado de las áreas protegidas de montaña, mejorar la efectividad de su manejo y garantizarles los recursos necesarios para su operación. No es una casualidad que la mayoría de los avistamientos durante el censo de febrero se registraron en áreas protegidas o en zonas muy cercanas.
Para Naranjo, este censo tuvo un gran valor porque del monitoreo de poblaciones de animales silvestres depende que el país tenga un conocimiento adecuado de las tendencias poblacionales y las posibilidades de supervivencia.
Para el investigador, lo ideal es que los censos de cóndores se realicen por lo menos una vez al año, y que esto permita comparar resultados para tener respuestas más certeras a preguntas como si la población se está renovando, si se están observando siempre los mismos individuos, o si han llegado aves provenientes de otras partes de los Andes.
Naranjo incluso cree que sería importante hacer el esfuerzo para tener dos censos anuales que permitan cubrir condiciones climáticas distintas: época seca y época lluviosa. “La estacionalidad puede determinar que [los cóndores] estén en una región y no en otra. Muy seguramente en Colombia podrían llegar cóndores de Ecuador. Los cóndores de la Sierra Nevada de Santa Marta y la Serranía de Perijá seguramente se mueven también por Venezuela. Son aves que se desplazan grandes distancias”.
Finalmente, Sáenz considera que es necesario realizar capturas de cóndores en medios silvestres “para instalarles rastreadores satelitales que nos muestren datos sobre sus movimientos, sus lugares de descanso, nidos y dormideros; sobre todo en el centro y sur del país que es donde tenemos menos información”.
El artículo original fue publicado por Antonio José Paz Cardona Mongabay Latam. Puedes revisarlo aquí.
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