Al guardián del loro orejiamarillo (Ognorhynchus icterotis) en Colombia lo mataron en una carretera mientras volvía de visitar a su familia en Año Nuevo. Gonzalo Cardona Molina tenía dos tiros en el pecho cuando sus familiares y sus colegas de la Fundación ProAves lo encontraron el 11 de enero en una vía en el departamento del Valle del Cauca.
Para entonces, llevaba más de tres días desaparecido y aunque encontraron el cuerpo, su asesinato sigue siendo todo un misterio pues no hay muchas pistas sobre quién lo mató y si las hay, no se han dado a conocer públicamente. Solo se sabe que la Fiscalía asumió la investigación.
Lo que sí es un hecho es que su muerte se convirtió en el primer asesinato de líderes ambientales en lo poco que va de 2021 y se suma a una larga lista que hace de Colombia el país con más homicidios de defensores ambientales en el mundo, según la organización Global Witness.
El homicidio de Cardona implica, sobre todo, una gran pérdida para la conservación porque, con su trabajo de más de 20 años, este campesino fue determinante para que el loro orejiamarillo no se extinguiera.
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Un loro que se creía extinto
Durante el siglo XX, en el mundo solo se había visto al loro orejiamarillo en dos países: en el noroccidente de Ecuador y en las tres cordilleras de Colombia que se desprenden de los Andes, según información de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN). Su escaso rango de distribución se vio afectado por la caza y la reducción de las poblaciones de palma de cera —esencial para la reproducción y supervivencia del loro—, lo que llevó a que, en la década de los noventa, se creyera que la especie había desaparecido para siempre.
En ambos países no se volvió a tener registro del loro orejiamarillo hasta que el investigador Paul Salaman avistó los primeros 24 individuos en octubre de 1997 en Colombia, según su investigación ‘De regreso del borde de la extinción’.
El optimismo duró poco pues después de las observaciones de Salaman el ave no se volvió a ver; a pesar de los esfuerzos de los expertos por encontrarlo. Cuando otra vez se creía extinto, fue visto de nuevo en abril de 1999, en el municipio colombiano de Roncesvalle, en el departamento de Tolima. Esa vez fueron 81 los individuos avistados.
Casi paralelamente a esta buena noticia surgió la Fundación ProAves, con el firme propósito de proteger a este loro en Colombia. En esa labor se encontraron con un ganadero del sitio que decidió abandonar su producción lechera y sus pastizales en Roncesvalles para dedicarse a cuidar los bosques donde habita esta ave. Ese campesino fue Gonzalo Cardona.
“El primer día de campo nos lo llevamos y nunca nos falló. Él no terminó el colegio, pero con nosotros aprendió a manejar los binóculos, las cámaras y los computadores. Aprendió a nombrar bien a las especies”, explica Álex Cortés, director de conservación de ProAves y quien trabajó con Cardona durante varios años.
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Perseguir un ave hasta encontrarla
Si bien varias fundaciones y expertos han trabajado en la conservación del loro orejiamarillo, ProAves ha tenido el liderazgo en el país y las acciones de Cardona han sido una “piedra angular” para su conservación, como lo asegura Cortés.
“A las 4:00 a. m., cuando yo llegaba a la emisora, lo veía a él saliendo a caballo o en moto para recorrer los bosques. Y me gritaba: ‘casi pariente, ya estamos subiendo a los 600 loros’. Esa era una de sus pasiones”, sostiene Jesús Antonio Pareja Molina, primo de Gonzalo Cardona y periodista comunitario de Roncesvalles.
Muchas veces su tarea se extendía hasta las 6:00 o 7:00 p.m., pues se quedaba cerca de las palmas de cera, esperando que los loros regresaran a dormir allí. Ese era uno de los mejores momentos para contarlos. Volvían en grupos de 10 o 12 individuos.
Toda esta información le servía a Cardona para entender qué ocurría dentro de la reserva que tiene la Fundación ProAves en Roncesvalles, pues otra de sus labores era proteger ese terreno. Oswaldo Cortés Herrera, exdirector de investigaciones de ProAves y gerente de Bogotá Birding, recuerda que en una ocasión Cardona se dio cuenta de que un vecino movió cinco metros la cerca que separaba su lindero de la reserva y elevó la denuncia a la fundación.
Su compromiso trascendía esas labores. “Él empezó a reforestar la reserva. Los potreros los convirtió en bosques jóvenes y así creó corredores que ayudaron a los loros a conectarse”, recuerda Oswaldo Cortés. La reforestación estaba relacionada con la observación de los loros, pues luego de analizar de qué se alimentaba el ave, Cardona ayudó con la siembra de especies que le servían de alimento al loro como el mantequillo (Sapium utile), el cafeto (Guettarda sp) o el candelo (Hyeronima antioquensis), por nombrar algunas.
“Íbamos a los bosques a conseguir semillas, las poníamos a germinar y luego a reproducir. Como no teníamos recursos suficientes, Gonzalo lo hacía en su propia finca. Además de vivero, su finca también fue hogar para nuestro personal que trabajaba en el área”, asegura Álex Cortés.
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La ‘buena mano’ de Gonzalo con la palma de cera
Una de las plantas consentidas de Gonzalo Cardona era la palma de cera (Ceroxylon quindiuense). Y por obvias razones. Esta palma —el árbol nacional de Colombia y uno de los más altos del mundo pues alcanza hasta los 60 metros— es el sitio ideal para los loros orejiamarillos. Allí anidan y duermen.
Tanto el gerente de Bogotá Birding como el director de conservación de Proaves coinciden en que Gonzalo Cardona tenía un talento innato con la palma, o como se dice popularmente, “una buena mano”.
Oswaldo Cortés recuerda que el campesino analizó la tierra de los bosques en la que estaban las palmas y estudió su humedad. “Luego, él hacía un preparado con micorrizas [simbiosis entre un hongo y las raíces de una planta] y tierra para alimentar a las palmas que él sembraba en su casa y en la reserva. Esos preparados hacían que la planta creciera muy rápido”, agrega Álex Cortés. Aunque esa rapidez es relativa, pues la palma de cera puede tardar de 20 a 30 años para mostrar su tallo y hasta 60 años para adquirir su porte adulto.
Además, Gonzalo Cardona recorría toda clase de terrenos para garantizar que las palmas de cera que ya estaban sembradas en Roncesvalles siguieran en pie. Álex Cortés calcula que le hacía seguimiento a cerca de 1000 de esas plantas y explica que Cardona incluso dialogaba con los ganaderos. “Él se fue de finca en finca y consiguió los permisos para que lo dejaran cercar donde había una pequeña palma en crecimiento y así evitar que las reses se la comieran”, dice. Todo esto hacía que el campesino fuera una persona fundamental en la protección del loro orejiamarillo en la región. Su personalidad amable le permitía aproximarse con confianza a la gente.
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Divulgación para cuidar
Muchos de los entrevistados por Mongabay Latam aseguraron que no hay escuela tolimense en la que no conozcan a Gonzalo Cardona porque él recorrió todas las aulas para enseñarles a estudiantes y profesores sobre la importancia de proteger al loro orejiamarillo y su entorno natural.
Aunque no tuviera ningún título, como los biólogos que visitaban la zona, Cardona tenía una ventaja con la que no competía ningún profesional. “Él hablaba de un campesino a otro. Usualmente, cuando una persona tiene una carga académica fuerte, llega con conceptos diferentes. Pero cuando llega un campesino, como ellos, a decirles que necesita de su ayuda para proteger al loro, la gente le cree más”, asegura Álex Cortés.
Esa tarea de divulgación también lo llevó semanalmente, durante más de una década, a la emisora comunitaria. Su primo Jesús Antonio Pareja sostiene que Gonzalo Cardona hablaba de proteger los terrenos de la palma y convencía a las personas de que no los intervinieran.
Esto era un tarea titánica, pues durante años la tala de la palma de cera en Colombia ha sido parte de uno de los rituales más importantes del catolicismo: la Semana Santa. La tradición era que el Domingo de Ramos los curas bendijeran las hojas de esta planta y los creyentes se las llevaban para sus casas, con la convicción de que encenderlas en fuego en los momentos económicos más difíciles haría regresar la abundancia.
Uno de los resultados de esta práctica fue que el loro orejiamarillo estuvo al borde de la extinción. Aunque esta actividad ha disminuido gracias a las campañas de organizaciones como ProAves y de personas como Gonzalo Cardona, actualmente la tala de palma de cera y la destrucción de su hábitat siguen siendo las principales amenazas de este árbol andino, según indica la Fundación.
La ganadería y la agricultura también ponen en riesgo a la palma de cera y al loro orejiamarillo. Aunque no es el caso de Roncesvalles, en otros municipios tolimenses como Cajamarca e Ibagué, algunos cultivos de arracacha y de aguacate han invadido bosques de palma de cera, según comenta Olga Lucía Alfonso, directora de la Corporación Autónoma Regional del Tolima (Cortolima), máxima autoridad ambiental del departamento.
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Una recuperación milagrosa
Gonzalo Cardona y todos quienes se dedican a la conservación del loro orejiamarillo en Colombia han tenido que enfrentarse, de una u otra forma, contra algunos agricultores y ganaderos. Pero su trabajo no ha sido en vano. Entre 1994 y 2009, esta ave andina que estuvo catalogada como ‘en Peligro Crítico’, la categoría antes de la extinción, según la Lista Roja de la UICN. Pero después de años de trabajo, en 2010, el loro pasó a la categoría ‘En Peligro’ y en 2020, decreció su riesgo al considerarse una especie ‘Vulnerable’.
Incluso, el loro empezó a habitar municipios colombianos diferentes a aquellos donde históricamente se conocía de su existencia. Ya no solo se le veía en Roncesvalles en el departamento del Tolima o Jardín, en el departamento de Antioquia sino que, desde 2009, se han avistado 70 individuos de la especie en Cubarral, Meta. Esto significó toda una novedad porque era la primera vez, desde que se creyó extinto, que aparecía en la cordillera oriental de los Andes y también porque estos loros no suelen hacer migraciones a grandes distancias.
“En algún momento pensamos que podría ser una subespecie, una cuestión aislada, pero creemos que es la misma, aunque no hemos tenido recursos suficientes para hacer un análisis genético que lo compruebe”, dice Lyndon Carvajal, ingeniero forestal y coordinador de la reserva natural Las Palmeras en Cubarral.
Carvajal agrega que otra de las particularidades de los loros orejiamarillos en Cubarral es que, ante la ausencia de palmas de cera en la región; las aves de este municipio anidan y duermen en la palma zancona o choapo (Dictyocaryum lamarckianum). Esta es una palma que también es alta, gruesa y sobresale por encima de otros árboles, según comenta Carvajal.
Hasta 2019, en todo el país se contaron 2600 individuos de loro orejiamarillo, de los cuales 1000 son adultos, según la UICN. Sin embargo, Álex Cortés, director de Conservación de Proaves, asegura que en el más reciente conteo de la fundación —de diciembre de 2020 pero que todavía no ha sido publicado— se avistaron casi 4000 aves en 46 sitios diferentes y más de 250 parejas reproductivas. En Ecuador todavía se cree que está extinta.
Si bien el éxito de la conservación no se le puede atribuir únicamente a Gonzalo Cardona, en sitios como Roncesvalles su labor fue un factor determinante, al punto que se ganó el apodo de ‘guardián del loro orejiamarillo’. “Fue un pionero del tema. Les hablaba, decía que eran su familia e intentó ponerle nombres a todas, pero cuando la población comenzó a crecer de semejante manera, desistió”, apunta con asombro Oswaldo Cortés de Bogotá Birding.
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El conflicto armado y la defensa ambiental
Aunque su labor era noble, Gonzalo Cardona tenía un enemigo incansable: el conflicto interno colombiano. En la década del 2000 —los años más duros de los enfrentamientos entre paramilitares, guerrillas y las Fuerzas Armadas colombianas— la presión armada afectó a los protectores del loro orejiamarillo.
En Roncesvalles, los diferentes grupos ilegales emitían directrices que se cumplían a la fuerza. Paradójicamente, aunque a veces ordenaban proteger al loro, la guerra afectaba a las comunidades y también a los investigadores que protegían a la especie.
Gonzalo Cardona y el equipo de ProAves tampoco se salvaron de los enfrentamientos en la región. Uno de los investigadores —que por seguridad prefirió permanecer en anonimato— recuerda que en una ocasión estaban registrando todos los movimientos de los loros con un aparato que, a través de una antena, seguía la señal de los transmisores que anteriormente le habían puesto a las aves. “‘25 del suroeste al oeste’. Así eran los apuntes de la libreta. Pero un grupo armado nos paró y creyó que les hacíamos seguimientos a ellos”, precisa el investigador. Les destruyeron las anotaciones y todos los equipos que tenían.
“La paranoia en medio del conflicto colombiano es tan grande que los armados piensan que quienes andan con aparatos, antenas y binóculos en medio del bosque les hacen inteligencia. No se les ocurre que hay especies por las que hay que pasar la noche en vela para hacerles un registro”, destaca Álex Cortés.
A medida que el conflicto fue decreciendo, las presiones sobre los investigadores también cedieron. Pero nunca cesaron totalmente. Oswaldo Cortés explica que entre 2014 y 2015, cuando él trabajó con Gonzalo Cardona y en tiempos en los que el Gobierno negociaba un proceso de paz con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), este campesino tolimense le dijo a los abogados de la Fundación ProAves que lo habían amenazado. Sin embargo, él no tiene más detalles al respecto y la Fundación ProAves se abstiene de dar información que pueda poner en riesgo a su personal en terreno.
El miedo que impera por la posible reaparición de grupos armados en la zona explica, en parte, por qué no se sabe qué le ocurrió a Gonzalo Cardona. Solo se conoce que su cuerpo apareció en la carretera por la que viajaba desde el departamento de Quindío hacia Roncesvalles, luego de pasar Año Nuevo con su familia.
Lo encontraron el 11 de enero de 2021, en zona rural del municipio de Sevilla en el departamento de Valle del Cauca, después de cuatros días de estar desaparecido. Familiares y amigos de Proaves tuvieron que dejar el cuerpo de Gonzalo Cardona en el lugar donde lo hallaron hasta el 12 de enero ya que, cuando se fue a realizar el levantamiento del cadáver, les advirtieron que en la zona imperaba un toque de queda a manos de grupos armados ilegales, dice Álex Cortés.
Al día siguiente velaron y despidieron para siempre al guardián del loro orejiamarillo en Colombia mientras que amigos y familiares esperan que este asesinato no quede en la impunidad, como sucede con muchos crímenes en contra de líderes ambientales en el país.
El artículo original fue publicado por María Clara Calle en Mongabay Latam. Puedes revisarlo aquí.
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