La historia inicia en 2016, en el Estado de Oregon, Estados Unidos. Tigre era un cachorro de labrador en entrenamiento para asistir a veteranos de guerra pero, al crecer, su desbordada energía terminó jugándole una mala pasada. Falló todas las pruebas que lo graduarían como perro de terapia.
Lo que Tigre no sabía era que el destino le auguraba una vida más exótica en el neotrópico centroamericano, rastreando grandes felinos para ayudar en su conservación. En el proceso se convirtió en asistente de investigación y miembro permanente del staff de la organización Panthera en Costa Rica.
Pero volvamos a Oregon. Los criadores de Paws Animal Shelter, donde vivía el enérgico perro, contactaron a Megan Parker y su equipo en Working Dogs for Conservation (WD4C), una organización ubicada en el Estado de Montana, para comentarles que tenían un can de dos años que podría ser apto como detector de excretas de animales silvestres. Para esa misma época Stephanie Arroyo —bióloga de campo de la fundación Panthera en Costa Rica— buscaba un perro que sustituyera a Google, el cánido detector de heces de felinos que ayudó a los investigadores desde 2011 hasta su muerte en 2015.
La suerte estaba echada. La Corporación Financiera Internacional (IFC, por sus siglas en inglés) se comprometió a financiar el entrenamiento del nuevo candidato y fue así como Tigre viajó, en febrero de 2018, de Oregon a Montana para encontrarse con Arroyo. Ambos debían entrenar juntos, ya que la relación entre perro y manejador mejora la eficiencia del animal. “Tigre voló un sábado y yo llegué el lunes. Lo importante era establecer pronto el contacto entre él y yo. De hecho, Megan me explicaba lo que tenía que hacer y yo era quien entrenaba a Tigre”, relata Arroyo.
El entrenamiento consistía en poner cinco ladrillos de cemento en la acera y uno de ellos contenía el envase de vidrio con las heces del felino que Arroyo había llevado desde Costa Rica. La investigadora llevaba a Tigre por cada uno de los ladrillos y el perro posaba su hocico en cada uno de ellos. Al llegar al que contenía el excremento, Arroyo hacía una expresión con sonido para que el perro los asociara con el olor e inmediatamente le tiraba una bola, juguete que pronto se convirtió en su recompensa.
Mientras Tigre aprendía a distinguir los seis olores de los felinos presentes en Costa Rica —jaguar, puma, ocelote, tigrillo, caucel y yaguarundí—, Arroyo estudiaba sus movimientos y los cambios en su comportamiento.
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Perro de conservación
Tras cuatro semanas de entrenamiento, la bióloga Stephanie Arroyo y Tigre volaron a Costa Rica. El entrenamiento continuó tal cual como se hacía en Estados Unidos los primeros días y, poco a poco, Arroyo introdujo a Tigre a ambientes más complejos como parques y fincas.
Superada esta fase, el labrador estaba listo para sus primeras giras de entrenamiento en el campo. Su graduación fue en Torres de Paine, en Chile, en junio del 2018. La oficina chilena de Panthera solicitó la ayuda de Arroyo en la recolección de heces de pumas. Allí, Tigre detectó su primera muestra y, desde entonces, no ha fallado una.
“Fue una muestra que estaba congelada y enterrada en 25 centímetros de nieve. Tigre marcaba insistentemente y, al excavar, ahí estaba. En toda la gira encontró 52 muestras”, comenta la investigadora.
De vuelta en Costa Rica, el nuevo perro asistente de investigación empezó de lleno con su trabajo. A la fecha, Tigre ha ayudado a recolectar 405 muestras de las seis especies de felinos que habitan en el país, desde Guanacaste en el Pacífico hasta Tortuguero en el Caribe, incluso ha subido los tres puntos más altos en Costa Rica: el Parque Nacional Chirripó (3820 metros sobre el nivel del mar), así como los cerros Urán (3327 msnm) y Kamuk (3549 msnm).
Para trabajar con Tigre, tanto dentro como fuera de áreas naturales protegidas, Arroyo cuenta con un permiso de investigación coordinado por la Comisión Nacional para la Gestión de la Biodiversidad (CONAGEBIO) con las instancias que integran el Sistema Nacional de Áreas de Conservación (SINAC). Debido al COVID-19, la renovación de este permiso se retrasó varios meses hasta que se logró a fines de junio. Esto hará posible que el perro siga trabajando durante tres años más.
Para ingresar a un área silvestre, Tigre debe tener al día sus vacunas y desparasitaciones para evitar la transmisión de cualquier enfermedad a la fauna nativa. Asimismo, la bióloga Stephanie Arroyo recoge todas las heces del perro y las dispone fuera del lugar.
La intervención del “perro detector” debe coordinarse con los parques nacionales, refugios y reservas para que un funcionario acompañe al equipo e informe a los visitantes del lugar de la importante labor que realizará Tigre. El animal trabaja a una distancia máxima de 12 metros de su manejadora y anda con una campana en su cuello con dos propósitos: ubicarlo en el bosque y ahuyentar a otros animales para así evitar conflictos.
Los perros que trabajan en conservación comparten varias características: un alto nivel de energía, son obsesivos y eso se les canaliza con un juguete; son muy curiosos y aventureros por lo que se exponen fácilmente a las condiciones del bosque; son atléticos para caminar largas distancias en terrenos difíciles y, deben tener un alto nivel de concentración para enfocarse en la detección y no distraerse fácilmente.
“Tigre es un perro muy estable. No es agresivo y está entrenado para no perseguir animales silvestres, tampoco ladra cuando estamos trabajando. Algunos perros son buenos como detectores, pero tienen el instinto de cacería muy fuerte y se van detrás de los animales. Tigre no hace eso”, comenta Arroyo.
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El legado de ‘Google’
La organización Panthera decidió emplear perros en su trabajo luego de asistir a un simposio en Belice en el 2009. Un grupo de investigadores compartió su experiencia con un perro detector, entrenado en Estados Unidos, que alquilaron por tres meses para rastrear heces de jaguar y puma.
“Al escucharlos, nos planteamos la posibilidad de contar con nuestro propio perro detector, que formara parte del staff de la organización y apoyara a las otras oficinas en América Latina. Fue así como Google se convirtió no solo en el primer perro dedicado a la conservación en Costa Rica sino en Centroamérica”, recuerda el biólogo Javier Carazo, quien en ese entonces laboraba para Panthera.
Google era un braco alemán de 34 kilos que inició su entrenamiento de la mano de Carlos Orozco, profesional experto en comportamiento animal y conductor del programa televisivo Hablemos de Perros. “No solo era el primer perro [dedicado a conservación] en Costa Rica, sino que también fue entrenado aquí, por costarricenses”, subraya Carazo. En enero del 2011, Google fue certificado como perro detector por la Academia K-9 de Miami, Estados Unidos.
“Antes de contar con Google, nosotros caminábamos varias horas en la montaña y encontrábamos muy pocas muestras [heces]. Cuando llegó el perro, el aumento de muestras fue significativo”, destaca Carazo. De hecho, el biólogo llegó a calcular que por cada muestra de alguna de las seis especies de felinos que ellos encontraban, Google hallaba cuatro.
Por su parte, Tigre recolecta unas 100 muestras de heces de felinos al año, cinco veces más de las que encuentra una persona en ese mismo periodo de tiempo. “Una gran diferencia entre las muestras recolectadas por Tigre y las halladas por personas es que, cuando son recolectadas por seres humanos, no sabemos si vienen de un felino o no, en cambio, con Tigre tenemos certeza que sí”, dice la bióloga Stephanie Arroyo.
Según un estudio del 2018, publicado en Frontiers in Veterinary Science, los canes poseen 50 veces más receptores de olor en sus narices que los seres humanos. Además, la porción de su cerebro dedicada a procesar olores es 40 veces mayor que la nuestra.
“Los perros tienen un olfato que supera por mucho al nuestro. Apenas empezamos a utilizar perros detectores, la cantidad de muestras [de heces] se multiplicó”, comenta Roberto Salom, director del programa Jaguar para Mesoamérica y director para Costa Rica de Panthera.
¿Por qué era importante aumentar la cantidad de muestras? “En ciencia, entre más información se tenga, más precisos van a ser los resultados y las conclusiones que podamos sacar de ellos. Eso es aún más importante en genética: unas pocas muestras nos dan algunos indicios, pero no nos permiten ver la realidad completa de lo que está pasando”, explica Salom.
También es importante realizar un monitoreo continuo para hacer comparaciones y ver cambios en las poblaciones de cualquiera de las seis especies de felinos a lo largo del tiempo. “Los estudios genéticos no dejan de ser una mirada al pasado. Para observar cambios que se reflejen en la genética debieron pasar varias generaciones. Las poblaciones debieron estar aisladas o parcialmente aisladas por suficiente tiempo para empezar a diferenciarse”, dice Salom.
En ese sentido, la información genética contribuye a diseñar estrategias de manejo y conservación para felinos. Como son depredadores, en ellos recae gran parte del equilibrio del ecosistema.
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