CONSTANZA HOLA CHAMY BBC Mundo
¿La misión? Aparentemente imposible. ¿El objetivo? Encontrar al Morgan Freeman venezolano. O al menos, a su doble.
Todo empezó en la mañana del jueves, cuando en la revisión habitual de Twitter me topé con la foto de Morgan Freeman vestido de guardia de seguridad. Eso pensé yo.
Pero era al revés: hay un guardia de seguridad venezolano que es igualito, igualito, igualiiiiiito al protagonista de Conduciendo a Miss Daisy. Y me propuse encontrarlo.
Lo único sabía entonces era el país donde Morgan Freeman vivía no era una tremenda pista, considerando que Venezuela tiene 25 millones de habitantes y que, supuestamente, trabajaba en un zoológico.
Lo obvio era rastrear al que subió originalmente la foto a internet, pero eso resultó un laberinto. Se había vuelto tan viral, que era imposible identificarlo.
Apelando a la agente de CSI frustrada que llevo dentro, se me ocurrió observar detenidamente el retrato, que a esas alturas se había vuelto viral en las redes sociales venezolanas.
Un entorno verde, que no decía mucho, un basurero, y el caballero sonriendo vestido con atuendo de guardia. Con eso no hacía mucho. Pero hay un detalle: el uniforme tiene una insignia. Se lee Seprinca.
He hecho cosas ridículas en la vida y llamar a una empresa de seguridad preguntando si uno de sus empleados se parece a Morgan Freeman.
El mensaje se lo mando por correo interno a mi editora, mientras espero en línea que la telefonista en Caracas me pase a alguien que me pueda ayudar.
No va a ser fácil. No estoy preguntando cuánto cuesta instalar cámaras de seguridad ni cotizando guardaespaldas. Estoy llamando desde el otro lado del océano para preguntar si uno, de entre sus decenas de empleados, se parece al actor norteamericano Morgan Freeman.
No estoy loca, el nublado y frío verano londinense no me afectó el cerebro –todavía- y tampoco es que no tenga nada mejor que hacer que dedicarme a las bromas telefónicas internacionales. Hasta las notas que aparentemente exigen menos esfuerzo intelectual pueden resultar estresantes.
¿DE BBC? ¿DE LONDRES? MMM, ¡YA! Googleo el nombre de la empresa. Me sale una agencia de noticias argentina, una consultora de seguridad digital y una empresa de seguridad en Caracas. Opto por la última.
Hola, buenos días. Mi nombre es Constanza Hola, soy periodista de BBC Mundo. Hasta ahí, todo bien.
La llamo para preguntarle si en su empresa habrá algún empleado en un zoológico que se parezca a Morgan Freeman. Empezaron los problemas.
¿De dónde me llama?, me pregunta mi interlocutora. Si me escuchó, pero no me cree.
De BBC, le contesto.
Sí, eso lo entendí, pero de dónde.
De Londres.
¿De BBC? ¿De Londres? Mmmmmm… ¡ya!
La convenzo de que no estoy jugándole una broma. Como mi palabra pareciera no ser suficiente, quedo en mandarle un correo desde mi cuenta institucional para probarlo. Me explica que tienen muchísimos empleados y que si puedo ser un poco más precisa en mi descripción.
No sé, señorita. Sólo sé que se parece a Morgan Freeman y que trabaja en un Zoológico.
Tenemos a varios que podrían calzar en ese perfil, me dice.
Cuando estoy a punto de empezar a rogarle, se apiada de mí. Está bien. Veremos qué podemos hacer.
Tres horas después, vuelvo a llamar. Me contesta nuevamente la empleada, pero no me tiene noticias. Me deja esperando, mientras le cuenta a una de sus colegas, muerta de la risa, que una periodista está preguntando por el doble de Morgan Freeman.
Alguien más llega a la sala y se ponen a leer en voz alta mi correo.
¿BBqué?, le pregunta la colega.
Es una cuestión de noticias que hay allá.
Mi interlocutora vuelve al teléfono. Me confirma que el hombre de la foto es uno de sus empleados. Que hablarán con él para ver si quiere ser entrevistado y, de ser así, me enviarán su contacto.
Tres horas después recibo un correo del gerente de operaciones de la empresa. Morgan ya tiene un nombre real: Ramón Blanco. Y lo que es mejor, un teléfono.
MORGAN RAMÓN Llamo de inmediato. Aló, don Ramón. Sí, con él, me contesta una voz no tan profunda como la del original, pero claramente entrada en años.
No lo puedo creer, ¡finalmente! Pero es muy temprano para cantar victoria. Me pide que lo llame en media hora, por alguna razón que no me sabe explicar bien.
Lo hago. No me contesta Ramón, sino una mujer. Hola, soy Zulayma, la hija de él.
Completamente ajeno a la realidad de internet y las redes sociales, Ramón no termina de entender por qué de un día para otro tanta gente comenzó a interesarse en él.
Y su hija, preocupada de que sorpresivamente una periodista del otro lado del océano esté interesada en hacer un perfil de su padre sólo por el hecho de su parecido con Morgan Freeman , me interroga antes de darme cualquier información.
Nuevamente uso mis dotes retóricos para convencerla de mi historia. Esta vez además me toca explicar con peras y manzanas qué es BBC.
Finalmente lo logro: tengo a Ramón del otro lado del teléfono.
Me dice que no trabaja en un zoológico, sino en un condominio y que una de las señoras que viven ahí le tiró la foto el lunes y la puso en internet.
Él no está muy feliz. No me preguntó. Yo no le di permiso, cuenta.
Pero ya es demasiado tarde. Miles ya retuitearon, postearon, subieron o incluso arreglaron en Instagram la foto. En un par de días la imagen se propagó en Facebook, Twitter, Instagram y Reddit.
A Ramón, sin embargo, esos nombres no le dicen nada. Con 72 años –cuatro menos que Freeman- él sólo entiende que hay una foto de él viajando por el espacio. Ayer estaba en España y hoy usted me está llamando… ¿de dónde me está llamando? Ah sí, de Londres.
Más allá de la fiebre viral, Ramón hace mucho tiempo que dejó de ser Ramón en su barrio. Ramón es Morgan. La Guardia Nacional de aquí, el Cuerpo de Bomberos, todos me dicen el Morgan (Freeman), por el parecido que yo tengo con ese señor, me dice Blanco.
Alcanzo sólo a intercambiar un par de frases cuando me pregunta: ¿se recibe algún tipo de donación por esta entrevista?. Le explico que no es política de la BBC. Bueno, hasta aquí no más llegamos. Me dice.
No será Morgan, pero tiene pasta de estrella.