Parecía una escena de alguna película británica de pandillas. Una trifulca en medio de la fría iluminación de una estación del metro de Londres, con un protagonista tomando por el cogote al otro. Pero no eran dos ingleses bravucones los entrelazados en la pelea, sino dos pequeños ratones disputándose un trozo de comida. O versiones hiperrealistas de Pinky y Cerebro discutiendo por otro fallido intento de conquistar el mundo. Se puede especular más.
Quien captó la imagen fue el fotógrafo Sam Rowley, y la instantánea le ha valido el premio del público del concurso Fotógrafo de Vida Silvestre del Año (WPY, por sus siglas en inglés). La consiguió luego de varias noches tirado en el suelo de las estaciones del metro londinense, obsesionado con esos roedores subterráneos que forman parte del paisaje urbano de la capital inglesa.
La imagen es muy llamativa, desde luego, y destaca por su gran composición visual. Pero en opinión de Rowley, el éxito de su fotografía responde a que la gente “tiene una conexión con los animales de nuestras ciudades y pueblos porque son criaturas que viven entre nosotros”.
ANIMALES NOCTURNOS
Curiosamente, hace pocos días se estrenó en Netflix una serie documental enfocada en animales sumergidos en la oscuridad. Se llama “La Tierra de noche” y, es cierto, calca varios de los códigos de cualquier programa promedio de National Geographic o Animal Planet: registros de la naturaleza salvaje con una narrativa entre el suspenso y la acción, y un guion que dramatiza la dinámica del cazador y el cazado.
Pero más allá de esa fórmula, “La Tierra de noche” es fascinante por el valor de sus imágenes, captadas con cámaras térmicas detectoras de calor, lentes ultrasensibles a la luz de la Luna y hasta tecnologías infrarrojas. Todo lo cual nos permite tener en pantalla tomas nunca vistas de animales entre sombras, revelándose –en el mejor sentido fotográfico de la palabra– frente a nuestros ojos.
Y aunque la serie recorre lugares tan distantes entre sí como Alaska, la Patagonia, África o el desierto peruano, en su quinto capítulo se enfoca en la vida animal durante las noches en la ciudad, “el lugar más antinatural del mundo”, como sus creadores lo llaman. Y allí están los leopardos que caminan por las veredas y pasajes de Bombay; los macacos cangrejeros de Lopburi, en Tailandia, donde son considerados animales sagrados; o las nutrias de Singapur, cuyo hábitat fue recuperado tras un largo proyecto, convirtiendo a ese país es uno de los más amigables con la vida silvestre.
“Estos ratones del metro nacen y pasan el resto de sus vidas sin jamás ver el sol o sentir el césped –ha dicho Sam Rowley sobre los protagonistas de su premiada foto–. En cierto nivel, es una situación desesperada el escabullirse entre los lúgubres pasajeros durante meses, tal vez uno o dos años, antes de morir. Y como hay tantos ratones y tan pocos recursos, tienen que pelear por algo tan irrelevante como una migaja”.
Insignificancias que se pierden entre las sombras y el subsuelo, pero que salen a la luz –en una foto o un documental– para interpelarnos sobre nuestra humana y mal creída superioridad.