Madre solo hay una. Como todo cliché, la frase es una trampa cursi revestida de verdad. Una idea taladrada en nuestro cerebro por poetas sentimentales y publicistas. Madre solo hay una y es abnegada, amorosa, fértil, pura, hermosa, sacrificada, incondicional. Perfecta. Nuestra. No la compartimos ni con con nuestros hermanos de sangre (a ellos no los quiere tanto). En medio de la caótica comida familiar de hoy, del ramo de rosas comprado a último minuto, de la lavadora /smartphone/perfume envuelto con un lazo rojo, de la melosa felicitación en Facebook, pensemos un homenaje diferente. Uno que no exija que ella vaya a la peluquería un día antes, se haga de la vista gorda cuando llegue la cuenta a la mesa del restaurante o finja sorpresa al abrir la caja que no envolviste tú. Haz como Sheila Heti y Heidi Julavits, que mandaron un extenso cuestionario a un montón de mujeres (639) en donde una de las instrucciones decía así: “Envía una fotografía de tu madre de la época anterior a que ella tuviera hijos y dinos lo que ves”. En la selección publicada en su libro “Women in clothes” hay un descubrimiento fascinante y perturbador. Ese experimento te revelará que hubo una época en la que tu madre no pensaba en ti. Su cuerpo era un imperio privado. Tenía secretos. Mostraba el ombligo o los pechos con desenfado. Soñaba grandes y mejores cosas para ella (aunque hoy lo niegue). Tenía ambiciones que no incluían tu educación, preocupaciones que no causaron tus mocos y ropa que jamás viste. Era otra. Ella antes de convertirse para siempre, y sin remedio, en tu madre. Hay una foto de mi mamá antes de que yo naciera que me encanta. Lleva pantalones acampanados, el pelo muy largo y mira de costado a algo que está fuera de foco y le arranca una carcajada. Es posible ver su diente delantero chueco. El mismo que su tío preferido, el odontólogo, no pudo repararle. El mismo que exhibe en sus fotos de boda, sin preocuparse porque esa imperfección amenace su poder de seducción frente a mi padre. El mismo diente que quedó en segundo plano cuando fue momento de pagar mi ortodoncia -a tiempo para las fotos de quince años- y la de mis hermanos. El que hoy no se arregla porque ha encontrado una paz que no retrata en ninguna fotografía. Y que más vale que siga chueco para siempre. Porque mi mamá es solo una, pero ese desnivel en su sonrisa es un recordatorio de la mujer que ha sido sin mí. Para mi mamá una tarjeta, unas flores, una llamada de larga distancia y (¡sorpresa!) un boleto de avión. Para esa otra mujer, un amor que no ha sido hipotecado con un parto, una admiración que no brota de su sacrificio y una gratitud libre de herencias y compromisos de sangre.
¿Y tú, qué ves en esa foto de tu madre antes de que fuera tu madre? Comparte su foto y tu respuesta con el hashtag #mamárealviù #asíeramamá. Publicaremos las mejores