El primer hombre que nos rompe el corazón es siempre papá. Tal vez haya sido a los 3 años, cuando te informa que, contrario a lo que tú le has presumido a tus primas, él no puede sacar de la tele al payaso. O a los 8 años, cuando olvida disimular su caligrafía en la notita que deja bajo tu almohada el ratón de los dientes. O a los 13, cuando lo atrapas diciendo una mentira, porque se resiste a admitir que no puede pagar el alquiler de casa. A los 20, cuando deja a tu mamá por otra mujer. A los 37, cuando tiene un hijo de la misma edad que el tuyo con el que resulta ser más cariñoso. A los 55, cuando es incapaz de identificar qué rayos le pasa a tu auto, que no circula. O lo hace finalmente a sus 85, cuando se muere sin cumplir su promesa de no abandonarte jamás. Chelsea Clinton tenía dieciocho años cuando su famoso padre se convirtió en protagonista de uno de los escándalos políticos más memorables de la era de Internet. Mientras en el Congreso se debatían los pormenores de la inapropiada relación de Bill Clinton con una becaria, la hija fue testigo silencioso de un drama nacional. En privado, Hillary castigó al presidente de una manera más íntima: «hizo que él confesara sus pecados directamente a la hija que lo idolatraba y lo había defendido», cuenta Daniel Halper, el autor del libro «Clinton, Inc». (2014). Lo único más doloroso que el escarnio público era perder la admiración de su hija. El instinto paternal dicta proteger a los cachorros del peligro, el dolor, las decepciones. Pero cada quien lo hace de manera diferente. El verano pasado, mientras mirábamos jugar en la playa a un grupo de preciosas chicas de doce años, el padre de la más guapa se preguntaba en voz alta cómo hacer para que su hija sufriera un desengaño amoroso lo más pronto posible. Recuerdo que aquello me chocó, pero luego la lógica del preocupado papá me pareció inapelable: hay cosas tan terribles como inevitables en la vida y mejor será acompañar y preparar a los chicos para ello antes que protegerlos. «Quiero que entienda que hay muchachos capaces de herirla y que aprenda a reconocerlos», dijo mientras la chica reía en bikini con ese desenfado que se tiene cuando todos los veranos son nuevos y emocionantes y todos los muchachos guapos y galantes son apetecibles. Algo así hicieron los papás de Chelsea Clinton. Cuando ella tenía seis años, la obligaban a escuchar cosas horribles –y ficticias- que mamá decía sobre papá, por entonces candidato a gobernador. Querían prepararla para los ataques que vendrían con la política. La niña dejó de recibir aquel entrenamiento cuando fue capaz de escuchar aquellas mentiras sin sollozar. Quién mejor que papá para rompernos el corazón. Así también nos enseña a perdonar.
Contenido Sugerido
Contenido GEC