Antes de que empezara la Copa América, el área de promociones del canal donde trabajo nos convocó a grabar un comercial que alentaba a la selección peruana de fútbol: «Yo sé que sí se puede». Al terminar la frase que le tocaba a cada uno, nos pidieron quedarnos unos minutos más para otro tema.
Querían que dijéramos frente a cámaras qué es lo que nunca perdonaríamos en la vida. La idea era hacer un collage de ideas que serviría para el lanzamiento de una telenovela. Estuve cinco largos minutos parada en el set sin decir una sola palabra. Les juro que no me salía nada, mi mente estaba en blanco. Normalmente este tipo de grabaciones me cohíbe. Aunque desde hace doce años aparezco todos los días en televisión y en doble horario, me da roche hablar frente a cámaras cuando no se trata de algo que no sea una noticia.
En ese momento no sabía si hablar como si se lo estuviera diciendo a una amiga, como periodista o como una mujer indignada. Sentía la mirada de todos encima y solo atiné a decir: «No sé, creo que nada». Las chicas de promociones deben haber pensado que soy una chinchosa que no quería colaborar.
No es que yo sea un alma piadosa, que lo perdona todo, o la encarnación de Jesucristo, que siempre pone la otra mejilla, pero pensando sesudamente ¿qué podría ser aquello que en mi vida pudiera archivarse bajo el título de «Lo imperdonable». ¿Ustedes qué hubieran dicho?
Imaginemos el lugar común de una infidelidad. Si hubiera dicho eso, la respuesta no solo me habría sumado al más del 95% de mis colegas televisivos, sino que sería una mentira. Yo creo que no es para tanto. O sea, es obvio que quien te miente y te maltrata de esa manera debe ser expulsado de tu vida de inmediato pero ¿nunca, nunca lo perdonarías?
Si alguna vez te han sacado la vuelta y sigues sintiendo rencor contra esa persona, quiere decir que no lo has olvidado por completo. Porque si ya estás feliz con otro y miras atrás y ves ese episodio de tu vida, ¿no sientes que es algo secundario? Tal vez formaría parte de los ejemplos mencionados en un capítulo del libro de tu vida titulado «Aprendizajes». Pero de ahí a ponerle el título de una telenovela, tampoco.
Luego pensé en la traición de una amiga, pero no merece tanto alboroto. No tendría sentido la tortura de preguntarte –una y otra vez– por qué dijo eso sobre mí o por qué se fijó en él o por qué no te ayudó en el trabajo. Así que tampoco cabía en esta lista de casos extremos.
De repente algo relacionado a la familia. A ver, si una prima habla mal de ti con tu suegra. Eso podría molestarte mucho pero si tu suegra le cree, ahí tienes un punto que resolver con ella y no con tu prima. Pero si evitas –a propósito– no cruzarte con la chismosa por un tiempo es suficiente. No perdonarla jamás es infantil. Así como cuando Fabio empuja a Francesca porque le quitó la pelota en vez de buscar otro juguete.
Entonces pensé que si se meten con tu madre sería más complicado. Imaginemos que otro familiar la estafe o le robe. Pero eso se resolvería en el Poder Judicial y no sería lo imperdonable sino lo sancionable. Algo así de ‘heavy’ quedaría muy chico para llevar el título de una ‘telellorona’.
El tiempo pasaba y yo seguía parada frente a una cámara, en un estudio de televisión pensando en voz alta. Sobre la cabeza de todos en el set había un signo de interrogación gigante. Entonces me dijeron que ya tenían la frase, que ellos pondrían algo de lo que dije. Seguro que querían sacar a la loca del estudio para seguir grabando con otro.
No sé si soy muy light o muy afortunada, pero nunca me han hecho algo tan doloroso que a la larga no mereciera ser perdonado. He aprendido que las heridas siempre sanan y no porque las dejas al aire libre para que se sequen. Es una falacia eso de que el tiempo lo cura todo. Puede pasar un mes, un año o una década y nunca cicatrizar. Uno mismo es quien decide hasta cuándo algo es imperdonable.