Hace varios años vi una película llamada «Cómo perder un hombre en diez días». La película comenzaba con una chica que lloraba desconsolada porque su novio la había dejado, y le contaba a sus mejores amigas cómo había sido la historia de ese romance. Contó, por ejemplo, que había sido tan emocionante que le dijo «te amo» en la primera cita. Contó también que había llorado de emoción la primera vez que hicieron el amor. Además, que lo amaba tanto que lo había llamado 30 veces en un mismo día y le había dejado un montón de mensajes. Al final, ella concluía que estaba segura de que él la había dejado porque estaba gorda. Obviamente, la gordura no había sido el problema, sino todos los otros comportamientos. Me reí muchísimo reconociendo neuras mías y de mis amigas, y aprendiendo -a través de la caricaturacómo ciertas conductas pueden ahuyentar a cualquiera.
Hoy fantaseaba por qué no se hizo una secuela llamada «Como perder a una mujer en diez días». Eso sería más interesante aun. Tengo la sensación de que las mujeres cuidamos un montón a quienes amamos, y que para ahuyentar a una mujer, de verdad el hombre ha tenido que meter la pata hasta el fondo. Porque las mujeres perdonamos muchas desavenencias, pero ninguna en su sano juicio –salvo las más dependientes, aunque ese es otro tema-, acepta quedarse con alguien que sistemáticamente la hace sentir mal.
Hace tiempo conocí a una chica que amaba locamente a su novio. Habían estado varios años juntos. Ella era muy bella. Él, masculino, tosco, y un poco desatinado. Y esa combinación explotó. Él celoso, se dedicó a reducirla, a burlarse de ella en público sin importar lo linda que se viera. Hacía mofa de su aspecto, o de sus comentarios. No soportaba que ella fuera el centro de atención. Tenía que ser él. Ella poco a poco se fue marchitando. Ya no se maquillaba ni se arreglaba, y se sentía cada vez más tímida de emitir su opinión en grupo. Hace poco la encontré.
Lo había dejado y estaba feliz y renovada, con una nueva pareja que parecía tratarla con mucho cariño y hacerla sentir especial.
Son tantas las formas en que un hombre puede hacer sentir mal a una mujer: minimizando la importancia de sus alegrías y preocupaciones; criticándola todo el tiempo (lo que dice, lo que se pone, lo que pide, cuánto come, cuán fuerte se ríe); no escuchándola; prestando más atención a otras personas que a ella; maltratando o hablando mal de las personas que ella aprecia, etc.
Pensarán que es obvio, que nadie con dos dedos de frente haría eso a quien ama. Sin embargo ocurre con frecuencia. Hombres que quieren moldear a ‘sus’ mujeres a su gusto y conveniencia.
Y mujeres que durante un tiempo lo permiten con la idea de que se acostumbrarán o que quizá eso pasará con el tiempo. Entonces van renunciando a ciertas actividades que solían disfrutar, porque él lo prefiere. Como dejar de ver a algunos amigos que él desaprueba. O renunciara comer postre porque a él no le gusta que ella engorde.
Pero excepto por algunos casos no muy saludables, esa dinámica tarde o temprano terminará. A todas -las mujeres y las personas en general- nos gusta que nos dejen ser nosotras mismas. Es más, lo necesitamos. Cuando alguien nos ama y respeta nuestra plena libertad, esa persona nos cautiva, nos enamora. Y de ahí no queremos salir.
A una mujer enamorada no la perderás porque ella sea caprichosa, sino por la falta de cariño en el trato cotidiano, por hacer que su vida día a día no sea feliz. Y aunque no sea en diez días, tarde o temprano se irá. Aquel que crea que su pareja deba verse, comportarse y expresarse de acuerdo a lo que él quiere, está más cerca de que lo dejen, a que lo amen. No nos gusta que nos hagan sentir mal o insuficientes. Eso diluye el amor que sentimos. Nos encanta gustar tal cual somos. Si a las mujeres nos dejan ser, la relación será más fuerte y todos nos sentiremos más felices.