Piensa en el amor de tu vida. Tal vez está sentado a tu lado. Tal vez juraste nunca volver a verlo. Tal vez él se marchó para siempre y el que está a tu lado es otro. Tal vez la persona en la que piensas no es la que mencionarías cuando alguien más te pregunta. Una vez una amiga, que también trabaja en la tele, fue entrevistada por una revista de publicación mensual. Le hicieron una extensa nota que incluía un cuestionario de preguntas y respuestas cortas conocido como «ping-pong». La idea es que uno responda como un reflejo, sin pensarlo tanto: ¿Libro favorito?,
¿Viaje ideal?, ¿Qué es la televisión? Todo iba bien hasta la última pregunta: ¿El amor de tu vida? Respondió con cuatro letras: Juan. Cuando lo leí mis ojos se agrandaron hasta ocupar el 90% de mi cara. El tal Juan la había dejado hacía unas semanas.
En ese momento no supe si la conversación con la revista había sido antes o después de la separación. En cualesquiera de los casos quedé petrificada. Imaginaba la cara del susodicho, leyendo su nombre y -cual gallina de doble pechuga- con el ego hinchado hasta el cuello. Era una reafirmación de que ella no tenía intención de olvidarlo y que quería que el mundo entero lo supiera. Su nombre impreso en aquella página era algo así como: «Querido Juan, te amaré hasta la muerte y si tú no me quieres, no me importa. Yo esperaré aquí hasta la eternidad. Siempre tuya, tu ex».
Pensé también que en medio del dolor del rompimiento mi amiga no recordaba siquiera que dio una entrevista. Hasta que días más tarde ella misma confesó que él era y sería «su único gran amor». Lo decía con tal convicción. Como estaba serena y no lloraba, no nos atrevíamos a contradecirla.
Yo solo reaccionaba pidiéndole que por favor no hiciera tal afirmación delante de mí. Me desesperaba no poder refutar su frase derrotista. Parecía como bajo el efecto de alguna droga. De toda esa historia deben haber pasado unos 15 años, más o menos. Me pregunto si ahora que tiene una hermosa familia, con otra pareja, piensa igual.
Siempre he comparado a los males de amor con la varicela. A los ocho años cuando mi hermana me contagió del virus me la pasaba horas de horas frente al espejo mirando los cien mil puntitos rojos en todo mi cuerpo y rostro. Eran tantos y se veían como si me los hubieran hecho con plumón indeleble. Lloraba pensando que jamás desaparecerían. Pero pasó. Por ahí me habrá quedado una que otra marquita pero ni yo la noto.
Después de un rompimiento lo importante es curar heridas, no digo cerrarlas pero por lo menos dejar que empiecen a cicatrizar para que si el destino los obliga o así lo deciden, puedan ser amigos. En una relación siempre se termina porque uno de los dos ya no quiere. Eso de mutuo acuerdo es solo para que no sigan preguntando.
Seguro mi amiga pensó que Juan al leer la entrevista la llamaría, de repente le diría para verse y tal vez recapacitaría. Y aquella declaración tan pública no es distinta de las que argumentan que no han tenido tiempo de cambiar su estado civil o las que siguen llevando su apellido de casada. Son gestos que hacemos frente a otros (una revista, Facebook, la Reniec) y que sin duda ayudan a que uno mismo entienda que la relación se acabó. Además, llevando el apellido de tu ex, ¿cómo vas a conocer nuevos galanes?. Tampoco podrás rehacer tu vida si hablas todos los días con tu ex. Por favor, no le hagas favores, no actúes como si fueran amigos y todo es recool. No, no lo haces por tus hijos. Miente al resto pero no a ti misma. Créeme, son excusas.
Antes de empezar a escribir busqué en el diccionario de la Real Academia de la lengua los significados de «ex». Más preciso, imposible. «Fuera o más allá, con relación al espacio o al tiempo». «Que fue y ha dejado de serlo» y «A veces no añade ningún significado especial». Elige el que más te guste y cada vez que estés tentada a llamar a tu ex, recuérdalo. ¡Dignidad!
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