“Antes de la pandemia, tenía una vida de oficina: salía muy temprano y regresaba muy tarde. Eso me desanimaba a tener una mascota. Pero el año pasado, decidí averiguar más sobre el proceso de adopción para aprovechar mi tiempo en casa educando a un perro”, confiesa Daniel Lanfranco.
En mayo de 2020, a través de la página web de WUF, el administrador vio por primera vez a Malibu, una perrita del albergue Patitas del Camino, que en ese entonces tenía 4 años. “¡La vi y me enamoré!”, recuerda.
Al iniciar el proceso de adopción, descubrió que ella era una perrita muy tranquila, lo que era ideal para su rutina de vida. Sin embargo, jamás imaginó lo que ocurriría después.
Dosis de confianza
El día en que fue a recogerla, Daniel pensó que su nueva hija correría a sus brazos como en las películas, pero ocurrió todo lo contrario. “Ella estaba super nerviosa y ansiosa. Incluso, traté de ganármela con comida y no me hizo caso”.
En ese momento, esperó que ella se acercara por su cuenta, pero el tiempo se hacía cada vez más largo. Después de 1 hora, tuvo que cargarla para subirla a un taxi e ir a casa. En la recepción de su edificio, las cosas no mejoraron: Malibu se negó a subir al departamento y él no sabía qué hacer.
“Crecí con los perros de mis papás, que eran muy juguetones. Por eso, me costaba entender la psicología de un perro de la calle, que ha vivido toda su vida en un albergue antes de ser adoptado”.
Y es que no todos los perros reaccionan igual al llegar a un nuevo hogar. Como hemos compartido en las historias de adopción de WUF, hay ‘callejeritos’ que se adaptan de inmediato a sus nuevos padres, pero también hay perros que requieren un poco más de tiempo y paciencia.
Un nuevo comienzo
Conforme fueron pasando los días, las cosas no mejoraron. Malibu no quería salir a hacer sus necesidades y ahí fue cuando su padre decidió buscar ayuda. “Contraté a un entrenador de perros para que me enseñara a abordar la situación de forma correcta”.
Junto al entrenador y el apoyo de una amiga de Daniel, las cosas cambiaron. “Ella trajo a su perrita a mi casa. Me dijo que quizás su mascota podía enseñarle a Malibu que debía salir a hacer sus necesidades”. Y, efectivamente, eso pasó. Desde ese día, ya no hay más pichi y caca en el departamento.
El proceso de adaptación no ha sido fácil: tomó aproximadamente seis meses para que él y su “hija de cuatro patas” desarrollarán un vínculo. Sin embargo, la espera valió la pena. Hoy ambos son inseparables y tienen una rutina que comparten juntos.
“Ella se despierta a las 6:30 de la mañana, viene a mi cuarto y me levanta. Salimos a pasear y regresamos rápido porque no le gusta estar mucho tiempo en la calle. Durante el día, me acompaña a trabajar, almorzar y en la noche salimos un poco más de tiempo a caminar”, cuenta.
Son tan unidos que, incluso, han viajado juntos hasta Tacna para visitar a los padres de Daniel. “Manejé 18 horas por el sur porque me daba temor que ella vaya en la bodega de un avión”.
Hace unas semanas, además, el administrador remodeló su casa y tuvo que alquilar un departamento para mudarse por unos días. Escogió un lugar con una terraza solo para que su engreída pudiera caminar con total libertad. “Todas mis decisiones se basan en su bienestar. Si tengo que salir, trato de llegar rápido a casa y nunca me paso sus horas de salida a la calle”.
¿Si a pesar de todo volvería a vivir la misma experiencia? “Sí, gracias a ella, siento que mis días son más bonitos”, señala.
Hay más de 4 millones de perros abandonados en el Perú. Tú puedes cambiar esa realidad. Ingresa a wuf.pe y dale un hogar a un ‘callejerito’. ¡No te arrepentirás!