Franco Chumpitaz es un buen ejemplo para graficar el famoso dicho ‘Pide y el universo te lo dará’, solo que en su caso el encargo no calzó precisamente con lo deseado.Hacía tiempo que este estudiante de veintitantos años, y residente de San Borja, quería comprar un Siberiano (o Siberian Husky). Siempre le habían fascinado los ojos claros de esa raza de perro. Y un día, hace 3 años, caminando por una calle cerca a su casa, escuchó unos gemidos que salían de una caseta de Serenazgo. Se acercó y vio la cara de un cachorro asomarse por una de las ventanas. Le pareció raro ver a un animal ahí solo, llorando por salir, pero además le llamó la atención que tenía un ojo marrón y el otro celeste.
“Cuando apareció el Sereno, me dijo que la habían abandonado, que un carro paró frente a la caseta, la tiró adentro, cerró la puerta y se fue. Le calculé unos 3 meses de edad. El Sereno me explicó que por política de la municipalidad, la perrita no podía quedarse en la caseta, pero que le habían autorizado tenerla durante el día y que debía soltarla esa misma noche”, recuerda Franco.Antes de que eso pasara, Franco se hizo cargo. Primero le llevó agua y comida de Tayga, una perra que había llegado a su casa 6 meses antes. La cachorra se devoró todo. Le pidió a su mamá llevarla a casa unos días, que él se encargaría de buscarle un hogar. “Ella aceptó. ‘Pero solo se quedará un par de días, ¿no?’, me preguntó. Le dije que sí, claro, solo un par de días, pero nadie respondió a mi aviso. Tres años más tarde aquí estamos, se llama Nose –como nariz en inglés–, de Siberiano solo tiene el ojo celeste y sigue comiéndose mis medias”, agrega entre risas.
No era la primera experiencia de Franco con un perro recogido de la calle. Ya había probado con Tayga, otra perrita de raza mixta que había llegado a la casa de su familia en julio de ese mismo año.“La trajo mi hermano. Un día él salió con una amiga, a quien le habían pasado el dato de un grupo de cachorros que acababan de abandonar en un terreno vacío en Punta Hermosa. Eran 5 o 6 perritas metidas en una caja de cartón y tenían como 2 meses. Solo quedaban hembras, él se trajo a una y la llamó Tayga”, cuenta Franco.
Pero no se le hizo tan fácil porque su mamá no quería ese perro. Franco recuerda que ella quería perros, sí, pero por ese tiempo había estado hablando de comprar dos ovejeros ingleses. Entonces cuando apareció Tayga, al comienzo ella estaba molesta con su hermano Gianmarco, pero al mes ya estaba enamorada de la perra porque siempre la acompañaba. Franco se encariñó más rápido.“Antes de Tayga y Nose, con mi hermano pensamos en regalarle a mi mamá sus ovejeros, y nos iban a costar una buena cantidad, pero cuando llegó Tayga ya no vimos la necesidad. Luego apareció Nose y no pude con sus ojos... uno marrón y el otro celeste, me encantaron, así que me la quedé. Yo siempre había querido un Siberiano, pero bueno, apareció Nose con ese ojo celeste, un buen punto a su favor”, agrega Franco.
Así como Tayga y Nose, en el Perú se repite este tipo de historias con demasiada frecuencia. Cientos de perros que son abandonados con la edad que sea y en las condiciones que sean, o que nacen sin previa planificación, con lo cual pocos sobreviven.Afortunadamente existen personas como Franco, su hermano y su mamá que apuestan por darles una oportunidad, así como también existen grupos y asociaciones sin fines de lucro como WUF que trabajan para crear un mundo mejor para todos los perros.“Es importante adoptar, sobretodo porque hay muchas personas que terminan abandonando a sus animales. ¿Para qué fomentar la compra si puedes adoptar uno y ayudar? También respeto a los que compran, es una elección y depende de cada uno, aunque el sentimiento de adoptar es distinto, saber que le has salvado la vida a un perro es especial, se siente bien”, concluye.