FOTO 3 | El que siempre contesta con un emoticon. Puede que lo haga por gracioso o porque son creativo. Incluso podría tratarse de gente más bastante inteligente, que usa los emoticones para no tener que implicarse demasiado en una conversación, pero dejar constancia de su participación. (Foto: Pixabay.com/CC0)
FOTO 3 | El que siempre contesta con un emoticon. Puede que lo haga por gracioso o porque son creativo. Incluso podría tratarse de gente más bastante inteligente, que usa los emoticones para no tener que implicarse demasiado en una conversación, pero dejar constancia de su participación. (Foto: Pixabay.com/CC0)
Jaime Bedoya

Ninguno de los 65 millones y más de mensajes por que se envían al día en el mundo tienen dueño. Una vez que esa frase aparentemente privada se suelta en el vórtice insondable del ciberespacio su discreción queda en manos de terceros. De cuartos. Y de quintos.

Pasa en la política, pasa en la vida. Dos personajes tan disímiles como Salvador Heresi o Nicola Porcella lo pueden atestiguar, hoy hermanados por la ventilación pública de pantallazos.

Otrora, horrible adverbio retroactivo que pareciera hijo del orto* y la totora, cuando uno enviaba una carta escrita tenía por lo menos una tácita certeza: si alguna vez esta sería hecha pública, aquello sucedería cuando dos metros bajo tierra se interpusieran entre el autor, la elegancia o la vergüenza.

La celebración contemporánea de la indiscreción, sumada al desvarío de suponer que ahora cada quien tiene por audiencia al planeta y este necesita saber qué almorzó o cómo extraña a su mascota pasada a mejor vida, hace que revelar lo privado ya no sea solo una tentación, sino una necesidad. La necesidad de validación hecha espectáculo.

Inevitablemente este exhibicionismo tenía que llegar a lo judicial. Diversas cortes del mundo están aceptando como prueba no solo diálogos de , sino subjetivos mensajes hechos con emoticones.

Un juez israelí interpretó un intercambio por chat plagado de emoticones entre un potencial arrendador (una pareja) y el arrendatario como un arreglo fallido con derecho a lucro cesante. El mensaje del primero contenía los emoticones y , preguntando cuándo se podía visitar el departamento en alquiler. El dueño les dio una cita para visitar la propiedad. Los interesados encontraron un departamento mejor y no respondieron nunca más. El arrendatario los demandó.

En su veredicto el magistrado consideró que dicha combinación de emoticones transmitía gran optimismo respecto a la propiedad, y que su actitud posterior demostraba mala fe. Los demandados tuvieron que pagar compensación y costos judiciales.

El lenguaje no verbal que comprenden los emoticones tiene algo de flojera y de pragmatismo lingüístico. Debe aceptarse que es más práctico tipear que ¡estoy de acuerdo, felicitaciones, bien hecho! unas 50 veces al día.

Aunque al mismo tiempo es un atajo expresivo, además de diplomacia iconográfica, escribir , en vez de eres una persona incomprensible, irracional y desgastante.

La incertidumbre semántica es el talón de Aquiles de estos ideogramas, y la razón que los hace material potencialmente judicializable. Si un juez ya vio dolo en una ardilla tomando champán al lado de un cometa, otro podría ver en o una lista de compras o una proposición indecente.

*Término astronómico para referirse a la salida del sol
por el horizonte que injustamente ha quedado vinculado
a un lugar oscuro.

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