El mapa de arriba sobre el mapa de abajo
De todas las cosas que me dejan lelo en Cusco, hay una que lo hace más que cualquier cosa: la capacidad de observación de los antiguos peruanos.
Recuerdo cuando estaba en el colegio y la profesora de lenguaje hizo una clase especial sobre la diferencia entre mirar y observar. Para todos era lo mismo, usar los ojos para ver y ya. Para la profesora Nancy, había una sutil diferencia que todos reconocimos después: observar es ver el objeto que se está mirando y analizar sus implicancias en el entorno.
Los Incas sabían muy bien esto y entre sus actividades diarias estaba echarse panza arriba para observar el universo, su comportamiento y consecuencias sobre la tierra. Así sabían que cuando la luna no era clara, era porque venía un periodo de lluvias, o que cuando cierta especie de ave dejaba sus huevos en las partes bajas de la ribera del río, era porque el nivel del agua no crecería, ergo, sequía.
Todo lo que sabían los Incas lo aprendieron observando. Luego seguían el comportamiento del cosmos entero para los fines que buscaban, que eran principalmente agrícolas. Por ello, el ciclo del agua y todos los factores que intervienen en eso captaba su interés.
El Willcamayu es una de las cosas que más lelo me ha dejado. Para los Incas, la vía láctea era un río sagrado (Sagrado= Willca, Río= Mayu) que contenía el conocimiento sobre todo. En la vía láctea, como la veían los andinos, existían otras constelaciones, no solo las formadas por las estrellas, sino también por los espacios vacíos entre ellas. Estas eran las constelaciones luminosas y las oscuras. En total, las constelaciones andinas de la vía láctea reconocen a animales como la serpiente, la llama, el zorro, el cóndor y hasta el ser humano, representado en un pastor.
Lo más interesante es la dinámica que sucede en esta vía láctea: todos los seres constelados en ella iban a beber el agua sagrada del río, y luego, sus copias terrenales eran los emisarios de la buena nueva. Para los primeros peruanos, todo lo que estaba arriba, estaba abajo también. Es decir, el cielo y la tierra eran un espejo, idénticos cuerpos en armonía.
El Río Sagrado representado en la tierra era el Río Vilcanota-su nombre original sería Vilcamayu-, el cual pasa por todo el valle sagrado y los pueblos de Pisaq, Urubamba, Ollantaytambo, Macchu Picchu, Santa Teresa y más, en su viaje hacia el río Ucayali, luego Amazonas y finalmente el Océano Atlántico.
Como sabían que lo representado en el cielo existía en la tierra, cada piedra que colocaban a las orillas del Vilcanota estaba en concordancia con las leyes del universo. Esto es de lo se ocupa la arqueología sagrada, llevada a cabo por muchos estudiosos que descubrieron que las ruinas cusqueñas tienen formas de animales, con el fin de honrar y reconocer al cosmos como ente totalizador.
Así, las asombrosas ruinas de Pisaq, vista desde la montaña del frente, tienen la forma de un cóndor. Las de Ollantaytambo la de una llama, Macchupicchu, de lagarto, desde una perspectiva, y desde otra, la forma de un ave mitológica que tenía la propiedad de cambiar el aire rancio en uno de amor y luz. La misma ciudad del Cusco, vista desde el aire, tiene la forma de un puma.
El caso más alucinante para mí es el de Ollantaytambo, porque viene con una pequeña leyenda. Durante el solsticio de invierno, 21 de junio, el sol apunta directamente en cierta hora del día a la zona correspondiente a los órganos genitales de la llama, lo que según los estudiosos, esto indica que es “fecundada por el sol”. En seguida apuntará al ojo, lo que revela que ella “despierta”. ¿Por qué pasa todo esto? La fecha del solsticio de invierno marca el fin y el inicio de un nuevo año agrícola, es época de heladas, de sequías y por ello la llama debe despertar para salir a buscar el agua.
Entonces empieza el show estelar. Durante los meses siguientes, la constelación de la llama se ocultará tras las montañas del Oeste, hacia el mar, para beber toda el agua que pueda y traerla a la seca montaña. De esta forma, la llama regresa en diciembre y orina sobre Cusco. Es decir, la lluvia no es otra cosa que pichi de llama sideral. Todos felices.
Entonces antes no era poner una casita, donde sea, como sea y ya. Todo partía de la observación, luego del reconocimiento del andar del universo y solo a partir de ahí, el hombre se ensamblaba como podía. No éramos el centro del universo, y menos el que tomaba las decisiones sobre él, tan solo éramos una humilde parte que sucede dentro de una máquina maravillosa e infinita.
Tristemente hoy en Cusco, estas cosas parecen olvidarse. Los circuitos turísticos parecen una loca carrera por coleccionar fotos y souvenirs. Ya casi nadie observa lo que tiene al frente. Sí, las ruinas son hermosas, pero lo que las hace profundamente hermosas es la conciencia con que fueron construidas. En la ciudad, las casas modernas se construyen como sea, se comen los cerros y tapan por siempre las últimas áreas verdes. Ya nadie mira al cielo.
Tal vez en tu próxima visita puedes recordar este post. Te aseguro, querido lelo, que el Cusco más hermoso es ese Cusco paralelo que aparece cuando pones el mapa de arriba sobre el mapa de abajo.
https://www.youtube.com/watch?v=jRzwWtwsCS0