Vallejo en El Comercio: a 120 años de su nacimiento
Un 16 de marzo de 1892, hace 120 años, nació el poeta más importante del Perú y uno de los más profundos y humanos en lengua castellana: César Vallejo (1892-1938). Fue un artista cuya obra escrita -analizada por especialistas de todo el mundo- abarca desde poesía, narrativa, teatro, hasta ensayo y prosa periodística. Colaboró con diversas publicaciones peruanas y extranjeras antes y después de emigrar a Europa en 1923. El Comercio fue uno de esos medios en los que Vallejo encontró refugio y desde el cual brindó al lector su aguda mirada de las cosas.
El 17 de junio de 1923 Vallejo abordó un barco rumbo a Europa con un sueño rondándole la cabeza: ser un ciudadano del mundo. Su llegada a París, Francia, el 14 de julio de ese año, marcó un punto de quiebre no solo en su poesía sino también en su visión de la vida y del mundo que le rodeaba.
Se convirtió, sin advertirlo, en un voyerista de sus contemporáneos. Disfrutó de su libertad y de un compañerismo internacional que nunca hubiese podido vivir en el Perú. Apreció teatro moderno, se vinculó con académicos, conversó con los vanguardistas y visitó la naciente URSS, a donde viajó con el entusiasmo del idealista que nunca dejó de ser. Pero esa vida tenía que ser costeada. Tuvo amigos que lo ayudaron, pero él mismo se ayudó también.
El brillante colaborador
Entre 1925 y 1931 Vallejo fue cronista en el sentido más clásico. En el Perú había colaborado en diarios trujillanos, pero ya en el Viejo Continente buscó otros medios. Sus textos se leían en las revistas peruanas ‘Mundial’ y ‘Variedades’, y en otras latinoamericanas. Incluso la revista ‘Amauta’ de José Carlos Mariátegui lo tuvo entre sus firmas estelares hacia 1926.
Pero también se acercó a El Comercio. Para entonces sus intereses iban de la filosofía o la política al arte y la literatura. Sin embargo, una situación concreta ayudó a su llegada al diario Decano. La historia está reseñada en el libro ‘César Vallejo en El Comercio’ (1992) de Aurelio Miró Quesada Sosa (1907-1998).
Vallejo había dejado de escribir para ‘Variedades’ y el interés por colaborar fue mutuo entre el poeta y el diario. En 1922, cuando se publicó ‘Trilce’, un colegial Aurelio Miro Quesada había conocido al poeta innovador. El autor de ‘Poemas humanos’ era 15 años mayor que Aurelio, quizás por ello le dejó una honda impresión.
De esta manera, el acuerdo de dos crónicas mensuales fluyo con la mejor disposición del poeta y de los representantes del diario. El pago sería de 500 francos franceses. Corría entonces 1928, y el 23 de julio de ese año Vallejo le envió una misiva al joven Miró Quesada en la que le agradecía la oportunidad y apostaba por una larga amistad: “Sería conveniente mantener entre nosotros un continuo intercambio de ideas. Escríbame siempre que yo haré lo mismo. Tiene usted en mí a un buen amigo y compañero. No lo olvide”.
Fueron 23 artículos, y el primero se publicó el 3 de febrero de 1929. ‘La megalomanía de un continente’ fue el título de la nota en la que Vallejo defendía las ideas del clásico de Oswald Spengler, ‘La decadencia de Occidente’.
Otra nota recordada fue publicada el 17 de marzo, ‘De Rasputín a Ibsen’, donde Vallejo reflexionaba contundentemente: “La vida es una cosa. El arte es otra cosa… Y la simulación del arte, no es arte ni vida”.
El 6 de mayo publicó en El Comercio sus ideas sobre un vínculo indisoluble: ‘La obra de arte y la vida del artista’. El 12 de ese mes salió a la luz un texto alrededor de su primer viaje a Rusia. Como se sabe, fue un viaje iluminador para el autor de ‘Los heraldos negros’. En un pasaje clave el poeta expresaba: “Yo no pertenezco a ningún partido… Sin embargo, tengo mi pasión, mi entusiasmo y mi sinceridad vitales. Tengo una forma afirmativa de pensamiento y de opinión”.
Luego vinieron más temas culturales en junio, y en el mes patrio sorprendió con un ensayo: ‘La nueva poesía norteamericana’, que apareció el 30 de ese mes. En la nota reivindica la figura de Walt Whitman, el poeta norteamericano por antonomasia.
El final de un romance
Pero hubo una interrupción en esta corta relación. Desde el 27 de octubre de 1929 Vallejo dejó de publicar. La razón fue el viaje del poeta a Rusia, el segundo viaje, realizado en el otoño europeo de 1929, lo que le impedía enviar con regularidad sus crónicas o ensayos. Sin embargo, esa ausencia fue solo de algunos meses; para fines de marzo de 1930 el escritor volvería a ver su nombre en letras de molde en El Comercio.
No obstante, perdió regularidad en sus envíos. Reapareció exactamente el 16 de marzo -día de su onomástico- con una nota sobre el escritor rumano Panait Istrati, a quien criticaba su falta de inteligencia política ante los hechos del ‘Soviet’.
Vallejo era directo, sin rodeos; su estilo ensayístico se había afilado con los años duros en Europa y se hizo más concentrado, más conceptual. El último artículo vallejiano, el 14 de diciembre de 1930, se desbordó en datos y cifras del contexto económico mundial, especialmente francés. Había cierta distancia en los temas que elegía, y eso era sentido por el lector del diario.
En el libro de Aurelio Miró Quesada ya citado, se reproduce una carta de Vallejo en la que entendía la situación y en buenas migas le indicaba al joven intelectual que “conviene escribirnos con mayor frecuencia. Los escritores peruanos somos un poco hoscos entre nosotros. Escríbame que yo haré lo propio. Seamos más cordiales y fraternos. ¿No le parece? Dígame sus libros y de los demás compañeros. Entre tanto, lo abraza afectuosamente César Vallejo”.
Y en la última carta, de diciembre de 1935, se despedía de esta manera: “Cuente siempre con las dos manos de su amigo y compañero”.
Vallejo, quien publicó en El Comercio 16 notas en 1929 y 7 notas en 1930, se sumó así a una larga lista de notables colaboradores del diario. En su caso, el poeta y el periodista, o el periodista y el poeta, nunca se confundieron mejor que en esos años turbulentos para el mundo.
(Carlos Batalla)