El horror al vacío: entre el barroco y el like
Al arte excesivamente recargado lo llamamos “barroco”. Apareció en el siglo XVII y se expresó en la arquitectura, la pintura, la literatura, la escultura, la música. Llenar todo para que no exista la nada, llenar espacios, exagerar, que no quede planicie ni huecos, de eso se trata. Llenar la vida, colmar los espacios, derrotar al vacío es hoy prender la Pc para asegurarse de que alguien más existe o más precisamente que existimos para alguien, que alguno nos aprueba y nos mira. Hemos fabricado para tal propósito una tribu a la medida, aunque, en ocasiones, nos devuelva a la extensión cruda de nuestro desierto: el Facebook.
El horror al vacío nos mantiene inquietos y en permanente búsqueda de llenar espacios, como el niño que se aburre y corre tras los estímulos. En los adultos postmodernos ese vacío es la ausencia de aprobación, de interés, de mirada y de cariño. En esa vasta llanura de silencios, cuando huelgan las caricias, cuando el vacío se cubre remontando espacios y sumando aprobaciones es que el barroco de antaño se convierte en el Facebook de hoy.
Una foto sin likes es un vacío que nos reprueba, nos lleva al espejo quebrado de una autoestima en el parquet. Confirma nuestras sospechas anteladas. Una reflexión sin likes nos persuade de nuestra falta de interés, de nuestra orfandad de ingenio. Un messenger sin respuesta nos convierte en un cero redondo lindando el negativo, que nos lleva al abismo. El horror al vacío es un vicio occidental. En Oriente (al menos en los atisbos que queden de él) rige el Tao, la quietud, la nada que nos hermana con el vacío que nos contiene sin horrorizar.
Por favor, con las urgencias resignadamente occidentales del caso, se entiende, les ruego un like a este post.