La Conmebol tenía en sus manos la primera dosis de la receta para paliar el despropósito monumental. Pero se negó a aceptar la enfermedad. (Foto: Reuters).
La Conmebol tenía en sus manos la primera dosis de la receta para paliar el despropósito monumental. Pero se negó a aceptar la enfermedad. (Foto: Reuters).
Guillermo Oshiro Uchima

“La Libertadores es el fútbol de verdad, la Champions es fútbol de PlayStation”. Horas antes del partido de ida de la rimbombante ‘Final del mundo’, el presidente de la Conmebol, Alejandro Domínguez, promocionaba a su ‘criatura’ con el orgullo del papá chocho. Tildaba de acartonado y desprovisto de pasión al torneo de su par europeo, como si la prolijidad o el refinamiento fuesen incompatibles con un juego que hace hervir la sangre y llevar las pulsaciones a mil. Solo días después de aquella declaración a “La Nación” de Argentina, el golpazo lo recibió en el rostro. Su fútbol, tan real como lo calificó, está enfermo, contaminado por la violencia y la avaricia extrema por el dinero.

La Conmebol tenía en sus manos la primera dosis de la receta para paliar el despropósito monumental. Pero se negó a aceptar la enfermedad. Desperdició la gran oportunidad de aleccionar a los que generan el cáncer con una sanción ejemplar: dar por concluida la final y elegir a Boca como ganador. Su mensaje fue todo lo contrario: el problema es tuyo, yo solo me encargo del negocio, siempre protegido por la justificación perfecta para encubrir cualquier barbaridad: los partidos se ganan en la cancha.

Es lamentable que dos equipos no puedan dirimir en el campo quién es el mejor. Sin embargo, peor es que al dueño del circo solo le preocupe montar el show. Después del ataque de los barristas de River al bus de Boca, la única decisión sensata era dar por concluida la final. Entregar la copa en bandeja a su eterno rival por el crimen de sus fanáticos hubiese sido el peor castigo para los millonarios, incluso por encima del descenso a la B.

El mensaje correcto desde Asunción para hacerle frente a la violencia no llegó. Tirar la pelota en cancha de la sociedad o del gobierno de un país no sirve. Ahora habrá que rezar para que la venganza no cobre la vida de algunos jugadores. ¿Se imaginan lo que será la próxima visita de River a la Bombonera?

Es cierto que la violencia no se terminaría con darle el título a Boca, pero al menos una sanción drástica sería la señal correcta para aclararle a los propios hinchas que sus actos también perjudican a sus clubes.
La UEFA, donde se juega PlayStation, sancionó con 5 años de suspensión a los clubes ingleses de toda competición europea por la muerte de 39 aficionados en Heysel, generada por los ‘hooligans’ del Liverpool en la final de la Copa de Europa contra la Juventus en 1985. A los de Anfield Road les tocó quedarse sin copas durante una década. En 1989 la paciencia del Gobierno Británico se agotó. Durante la semifinal de la FA Cup, nuevamente los fanáticos ‘reds’ aplastaron a 93 aficionados del Nottingham hasta asfixiarlos contra las rejas de contención del estadio Hillsbrough. A partir de ese momento las medidas fueron drásticas e Inglaterra pudo combatir a un enemigo tan traicionero. Todo a partir de una decisión de la UEFA.

“No hay lugar para los violentos”, dice Domínguez. ¿Y qué hace la Conmebol para erradicar el problema? Cuando los intereses económicos priman, exponer a los jugadores no importa. El negocio debe continuar acá, en Miami o en Qatar.

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