Los Juegos Olímpicos actuales se inspiraron en aquellos del siglo VIII a.C., que eran organizados por los antiguos griegos en la ciudad de Olimpia. No obstante, no existían medallas de oro, plata y bronce para premiar al vencedor de cada competición como ocurre en la actualidad.
¿Cómo se premiaba? El solo hecho de vencer ya era una recompensa en sí, aunque también había un premio. Se trataba de una simbólica corona de olivas extraídas de los árboles que crecían en el bosque sagrado de Olimpia, el Altis, que se entregaba solo al ganador.
Sin embargo, en algunas ocasiones, la ciudad de donde provenía el ganador podía agasajarlo con una recompensa monetaria o con una cena gratis de por vida.
Inclusive, el vencedor podía pedir a uno de los principales poetas de la época que inmortalizaran su fama en una oda o a un escultor para que hiciera una representación de él mismo en tamaño natural, en bronce o mármol, para ser dedicada a un Dios.
Por ejemplo, Exaenetus, dos veces ganador en la carrera de estadio, fue escoltado por 300 carros tirados por caballos blancos tras su triunfo.