Hoy me toca hablar de una de las bendiciones que Dios nos pone en el camino, las madres. Y digo bendición porque me siento bendecido. ¿Por qué?, porque tengo la dicha de celebrar el día de cuatro madres en mi vida. Mi madre, la que me dio la vida; la madre de mis hijos, la madre que se está formando en mi hija, y mi madre de yapa: mi querida suegra.
Recuerdo a mi madre, siempre como una mujer trabajadora, de carácter fuerte y sensible a la vez. Una vez cometí una travesura la cual jamás me voy a olvidar. Estando con mis amigos, queríamos hacerle una broma a uno de ellos. Atamos un cable de punta a punta en el patio esperando que este tropiece. Pero por una jugada del destino, fue mi madre la que tropezó con la garganta y cayó sentada. ¡Estuvo casi dos semanas ronca! Yo, por supuesto, desaparecí. Me fui casi dos semanas y estuve viviendo en el campo hasta que a mi vieja le regresara la voz, y, de paso, se le pasara la bronca. ¡Igual! Cuando regresé, la buena memoria de mi vieja hizo que me comiera una gran paliza. Hasta ahora recuerdo esa correa vieja, sin hebilla y de color negro de mi viejo. ¡Así era mi vieja! Tiene una gran memoria. Igual siempre la recuerdo con mucho cariño, sabiendo que la tengo muy lejos.
A la vez tengo una gran madre a mi lado, mi esposa. Una mujer muy casera, de sentimientos únicos. Al verla como es con mis hijos se me llena el corazón de alegría. Crecimos juntos desde muy chicos. Y desde mi primera hija vi lo que es. Con tan poca edad, una gran madre. Muy protectora, con carácter fuerte pero con mucho amor para sus hijos. Me acuerdo cuando estaba embarazada de mi hijo Facundo. A los ocho meses, un día me dijo: “Mi hijo está mal”. Yo solo atiné a decirle que se tranquilice, que seguro era por el nerviosismo que ella sentía. Pero me miró con aquellos ojos de fiera, como siempre me mira cuando está enojada y me dijo: “Mi hijo está mal, carajo. Llama a la doctora”. Por supuesto, pegué un salto de la silla y me faltaban patas para correr a llamar a la doctora para sacar cita. Y al final resultó (porque les cuento que ni la doctora le creía), después de tanto insistir, que mi hijo Facundo tenía tres vueltas de cordón umbilical. La doctora ese día dijo: “Jamás se debe dudar de los presentimientos de una madre”. A veces la veo con mis dos hijas comprando como toda mujer y me llena de orgullo saber que no solamente es madre, sino amiga y compañera.
Mi orgullo hoy en día es ver a mi hija convirtiéndose en madre. A pesar de sus seis meses, la veo como día a día se va convirtiendo no solo en mujer, sino en madre. Como va madurando y tomando la responsabilidad de este gran rol que es ser mamá. Veo como se cuida, como sujeta la ropita que vamos comprando y, sin dudar, puedo decir que va a ser una gran madre, por eso quiero hablarle a mi Dios y decirle que me siento un hombre bendecido. Y a la vez agradecerle por haber puesto los ojos en mí. Dicen que madre hay una sola, pues Dios me dio tres. Y encima me premió con una yapa que es mi querida suegra. ¡Una viejita que cuando me faltó mi madre, estuvo a mi lado siempre!
Antes de terminar, un beso enorme a todas las madres del Perú. Nosotros como hijos tenemos que cuidarlas, respetarlas y sobretodo, AMARLAS.
Atentamente. Sergio, el ‘Checho’ Ibarra.