Casi 50% de presos compraron sus armas a policías o amigos
Casi 50% de presos compraron sus armas a policías o amigos
Redacción EC

De un tiempo a esta parte, la inseguridad se ha convertido, en la mente de muchos, en el principal problema del país. Se trata, por cierto, de un concepto de amplio alcance, y de ahí que hablemos de la inseguridad personal asociada a la criminalidad, pero también de la inseguridad que afecta la marcha de las inversiones. ¿Pero qué implica realmente que nos sintamos inseguros?

Hace poco comenté un libro de Mullainathan y Shafir (“Scarcity”) que argumenta que lo más trágico de la pobreza es que limita la capacidad de las personas de proyectarse al futuro. Nuestro cerebro es un órgano maravilloso pero lastimosamente tiene una capacidad finita. En esa medida, el costo de oportunidad de estar agobiados por las preocupaciones del día a día es que ello restringe al mínimo el tiempo y esfuerzo que podemos invertir en encontrar la manera de superar dicha pobreza.

Algo parecido ocurre con la inseguridad. Cuando vivimos con un miedo permanente a que nos puedan asaltar o incluso matar en las calles, no podemos realizarnos plenamente como personas. Cuando tememos que alguien más nos pueda estafar impunemente o expropiar más allá de lo razonable los frutos de nuestro esfuerzo, trágicamente se inhibe nuestra capacidad de emprendimiento. Cuando hay inseguridad jurídica, no invertimos o nos vemos en la necesidad de provisionar ante el riesgo regulatorio recursos que podrían estar destinados a fines más productivos. Cuando nos sentimos inseguros en el trabajo, preferimos cumplir a rajatabla con una rutina en lugar de atrevernos a innovar o a tomar decisiones riesgosas, como ocurre también en el sector público.

Una sociedad productiva es aquella que sabe gestionar colectivamente determinados riesgos para que los individuos, las empresas e incluso el Estado tengan la confianza de asumir otros. No se trata de garantizar seguridad absoluta, pues no todas las inseguridades son malas. Competir, ya sea entre empresas o entre individuos dentro de una misma organización, entraña una inseguridad más bien deseable.

Pero si la seguridad personal o la seguridad jurídica están permanentemente en entredicho, se restringe la capacidad de las personas de asumir aquellos riesgos que sí son claves para viabilizar el progreso. Por ello, cuando aquí se dice que la inseguridad es “solo una percepción”, eso no debería consolar a nadie, incluso si fuera cierto. Esa sola percepción es suficiente para frenarnos en el intento.