Los Carpenters, Karen y Richard,  fraternal dúo musical.
Los Carpenters, Karen y Richard, fraternal dúo musical.
Jaime Bedoya

El primer recuerdo que tengo de Rose sucede en la calle Miguel Ángel, en Madrid, a fines de los ochenta. Espero a que un amigo salga del trabajo. Sale con Rose. Rose es de piel blanquísima, con tonos rosados como de pudor o apuro, pelo color relámpago. Sus filudos ojos azules pueden quererte o atravesarte. Lleva un gran vaso de cerveza en la mano.

No recuerdo si me saluda. Pone el vaso sobre el techo del auto, un BMW largo, subimos y arranca. Sale demasiado rápido y choca con otro auto.

“Oh, shit!”, dice. Después se encoge de hombros y acelera. A las pocas cuadras para en seco y nos mira para recordarse a sí misma: “¡Mi cerveza!”. Seguía arriba, no sé cómo. La recoge, bebe, y sigue manejando.

Rose Mary Boehm ha tenido y tiene una vida interesante. Inglesa nacida en Alemania, sus relatos eran fascinantes. Una infancia con guerra, en el cielo bombas en vez de nubes. Un matrimonio con un productor griego que trabajaba con Stanley Kubrick. Jack Nicholson totalmente coqueado grabando El resplandor.

Los hijos de Rose iban al mismo colegio que los de Richard Starkey, nombre con el que nació Ringo Starr. Veraneaban juntos. Los Beatles en casa. Rose nunca soportó a McCartney, ese snob.

A Rose la he visto en un pueblito perdido español donde se fue a vivir con perros, cerveza y poesía. La he visto en Cusco, la he visto ahora en su casa con vista a la isla San Lorenzo. Sobrevivió a un tumor cerebral. Sobrevivió a las distancias, a la babosería limeña, a todo lo que ataca. Rose es amiga de Los Morunos, unos caballeros, dice.

Ahora que cumplió una cifra intimidante de años, revelación del imbécil Facebook, ella dio los regalos: su último libro de poesía. Está escrito en inglés, la traducción mía es apenas voluntariosa. Una mirada inmisericorde hacia lo que le rodea, mi país que ahora también es suyo, encuentra en el humor un búnker contra el pavor: otro nombre para el sobresalto permanente que supone la normalidad peruana. El libro se llama Perú Blues o Lady Gaga no regresará. Una muestra:

Entre aquí y allá
En Lima nadie camina,
está hecha para los autos.
Camino a la lavandería:
mi ejercicio semanal.
¿Pero qué estás haciendo?
What on earth are you doing?
No me queda claro de qué hablan.
Mis amigos se encarcelan a sí mismos
como sardinas sofisticadas en latas privadas,
paralizadas por el miedo.

Mis caminatas son placenteras.
Conozco a los porteros.
Buenos días, señora, saludan,
vigilando anchas puertas de garaje hechas para 4 x 4.

Mezcladoras de cemento, cables de acero, paredes derrumbadas,
sandalias de niños hechas de llantas. Pequeñas alfombras
de verde cubiertas descuidadamente
de abundancia amarilla.
Ya no pregunto más por los nombres de los árboles.
Escarabajos VW de cuando era joven.

Alguna vez solía manejar
semanalmente a Dún Laoghaire, Irlanda.
Tenían una lavandería ahí.
Pasaba entre abundante verde, vacas pastando,
arcoíris dobles, jardines de lino,
lluvias rasgadas por un sol filudo.

Los Carpenters sonaban en la radio
y los niños en el asiento de atrás
se golpeaban entre sí.

La muerte
En inglés no tenemos géneros obvios
para los sustantivos. Al menos
no encuentran expresión
en sus artículos. En español
la muerte es femenina.

La muerte vendrá y te llevará a casa.
Qué tranquilizante pensar
que un día me estaré entregando
al cuidado de una mujer sin límites
.

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