[Ilustración: Mojix.com]
[Ilustración: Mojix.com]
Jorge Paredes Laos

Hace 13 años, en Seúl, ingresé a una casa del futuro. Para entrar, debías poner tu huella digital en un sensor ubicado en la cerradura, y mientras la puerta se abría, una voz amable te daba las buenas noches, y te contaba los recados pendientes. Luego, en la alacena de la cocina, se desplegaba una pantalla que te informaba lo que había en el refrigerador —con íconos de carnes, lácteos y verduras— y lo que podías cenar esa noche sin sobrepasarte en grasas ni carbohidratos. Ya en la sala, los cuadros eran pantallas LCD que te ofrecían un menú de pinturas que podías contemplar, mientras te recostabas en el sofá: arte clásico, moderno, abstracto, expresionista o contemporáneo. La iluminación, entre tanto, cambiaba de intensidad de acuerdo a tu estado de ánimo. Era un hogar perfecto, interconectado, seguro y feliz. Al menos, eso decían sus creadores.

La compañía que había desarrollado esta vivienda robótica gastaba varios millones de dólares al año manteniendo todo en orden. Era una especie de exhibición interactiva de lo que sería el modo de vida en el siglo XXI. Hoy esa utopía se ha vuelto realidad. Todo ha corrido muy rápido en las casi dos décadas del presente siglo, y, en este tiempo, internet ha dejado de ser un invento revolucionario para convertirse en un sistema omnipresente, del cual prácticamente nadie puede escapar.

Del internet de los datos, se ha pasado a lo que los especialistas llaman el “internet de la gente”: correos electrónicos, perfiles en redes sociales y aparatos interconectados al servicio de los usuarios las 24 horas del día. En este nuevo mundo —digital y virtual—, que se amplía a cada segundo, se ha consolidado un fenómeno conocido como el “internet de las cosas” o IoT (por sus siglas en inglés). En el 2020 se vaticina que habrá conectados 50 mil millones de objetos a la red y que podrán manifestarse a través de ella. Más aun, podrán comunicarse con otros objetos y generar un sistema de datos de insospechadas consecuencias.

De esta manera, se podrá mejorar el tráfico en las ciudades —con semáforos realmente inteligentes— hasta cuidar la salud de los usuarios —algo que ya sucede— con aparatos insertados en sus cuerpos para rastrear o prevenir enfermedades, o con cosas aparentemente tan inofensivas como un par de zapatillas que, dotadas de sensores, pueden brindar información valiosa sobre el tipo de pisada, el número de calorías que se elimina al correr o caminar, o los lugares que se frecuentan. Sin embargo, la otra cara de este mundo de cosas que “cobran vida” puede ser también esas sociedades distópicas en las que la privacidad prácticamente no existe, o esos mundos paralelos tan bien retratados en series televisivas —vía streaming— como Black Mirror.

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“¿De qué hablamos cuando hablamos del internet de las cosas?”, le pregunto al ingeniero mecatrónico José Oliden Martínez, quien acaba de dictar en el Colegio de Ingenieros un taller al respecto, y repetirá la experiencia la tercera semana de abril. “Este término se maneja ya hace varios años en las industrias, pero ha cobrado relevancia porque cada vez existen más aparatos conectados a redes inalámbricas o radiofrecuencias que pueden ser usados por la gente común y corriente”, dice. Por ejemplo, explica: “Yo puedo tener un circuito de seguridad conectado a la red, y a partir de ahí monitorear su funcionamiento. Hacer que este me avise, a través de mi computadora o celular, si alguien sospechoso se acerca a mi casa para que yo decida qué acción tomar; o, en todo caso, programarlo para que el sistema haga las cosas por mí y luego me anuncie que ya aseguró las puertas o que llamó a la policía, etcétera”.

“Lo segundo —continúa el especialista— es definir qué es la cosa conectada a internet. Se le conoce como un ‘sistema embebido’, que tiene cuatro partes básicas o fundamentales: sensores que reciben información del medio, por ejemplo, para abrir puertas o ventanas; un controlador o microprocesador, que es el cerebro del dispositivo; luego, un actuador, que puede ser una sirena o una luz; y finalmente un sistema de comunicación que envía información a una red abierta o cerrada a través de un mensaje, un tuit o un correo”.

Existen sistemas de seguridad conectados a la red que advierten al usuario sobre cualquier movimiento extraño en su domicilio. [Foto: Bloomberg]
Existen sistemas de seguridad conectados a la red que advierten al usuario sobre cualquier movimiento extraño en su domicilio. [Foto: Bloomberg]

Otra de las características de estos productos es que son generalmente de arquitectura abierta. Es decir, los consumidores pueden intervenir en ellos para programarlos y personalizar sus funciones. La pregunta de fondo sería ¿quién controla a quién? ¿El ser humano o la máquina? “Todos estos son programas finalmente controlados por el hombre”, afirma entusiasta el ingeniero Oliden. “Si yo quiero que mi televisor tome decisiones por mí, antes debo programarlo para eso. Si deseo que me avise si alguien de mi familia está viendo un programa que yo no quiero que mire o si bloqueo ese canal definitivamente... En ambos casos, yo tomo la decisión”.

Sin embargo, después advierte que el internet de las cosas y la inteligencia artificial —aquella que con algoritmos busca simular el raciocinio humano— algún día estarán interconectados. “Tal vez tomarían el control si nosotros los dejamos”, dice.

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Una opinión diferente tiene el filósofo, especialista en tecnologías digitales, Víctor Krebs. “Cada salto cualitativo en la historia de la humanidad —reflexiona— estuvo vinculado con la invención de nuevos medios de comunicación. Cuando apareció la escritura ocurrió una transformación crucial; siglos después, pasó lo mismo con la electrónica, con la telegrafía, con la televisión. Todos esos momentos han originado confusión y euforia en el ser humano. Y lo particular de este momento es la vertiginosidad y velocidad con la que están ocurriendo los cambios; eso imposibilita que los asimilemos con objetividad y ecuanimidad. Estamos en medio de una tormenta en la cual debemos aprender a movernos y a ver las cosas positivas y negativas que estos cambios implican”.

Sin negar que la tecnología sea positiva, Krebs advierte que hoy estamos haciendo cosas que nuestros antepasados atribuían a los dioses, y eso nos produce arrogancia. “Los griegos —afirma— llamaban a esto hybris, y decían ‘cuidado con el poder que adquieres porque te puede hacer perder la noción de tus límites’. En el mito de Ícaro, este vuela con las alas de cera construidas por su padre, quien le advierte que no se acerque demasiado al sol porque se pueden derretir. Pero, en medio de la euforia, Ícaro olvida la advertencia y ya sabemos que eso resultó fatal”.

Para el filósofo eso es lo que ocurre en estos momentos. “Estamos rodeados de aparatos que nos interconectan y eso nos está haciendo perder la noción de lo propio y lo colectivo. ¿Qué significa hoy el sujeto? Ya no eres solo tú; ahora eres tú y toda una red de información que tiene efectos en la sociedad y de la que ya ni siquiera eres dueño. Todo lo que haces produce información y deja una huella digital que se actualiza continuamente y no te pertenece a ti sino a un sistema que, desgraciadamente, está determinado por el capitalismo y el consumismo”, advierte.

Krebs concluye que esta pérdida de autonomía nos debe llevar a repensar la forma en la que debemos protegernos en el mundo virtual, así como las posibilidades que podemos explotar.

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¿La tecnología tiene respuestas para esta disyuntiva? El ingeniero Oliden dice que esta puede ser usada para cosas positivas y negativas, pero que siempre hay que valorar lo primero y que solo el conocimiento del mundo digital hará que tengamos una navegación segura. “No compartir datos muy personales en Facebook o no excederse con el uso del GPS en celulares pueden ser alternativas”, añade.

Sin embargo, en muchos aparatos actuales, no todo es lo que parece, y en algunos casos nos han vendido gato por liebre. Para empezar, nuestros televisores inteligentes no lo son en realidad, ni tampoco nuestros semáforos. “El concepto de inteligente se determina cuando el dispositivo toma la decisión de hacer algo sobre la base del medio en que se encuentra. ¿Qué decisión toma tu Smart TV? Ninguna. Tener una conexión a internet no convierte un aparato automáticamente en inteligente. El caso de los semáforos es igual. En otros países, estos tienen sensores que detectan el flujo de automóviles y funcionan de acuerdo a ello. Aquí eso no existe, pues solo tienen contadores de segundos”.

Más allá de la vida cotidiana, los dispositivos conectados a la red ya son útiles en áreas tan diversas como la agricultura, la acuicultura, la conservación ambiental y el consumo responsable de energía. Como decía el desaparecido Stephen Hawking, los robots son buenos siempre y cuando se integren a los humanos. No al revés.

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