[Foto: Mind of robot]
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Jerónimo Pimentel



PPK. ¿Cuáles son los principios de un tecnócrata si un tecnócrata, por definición, no tiene principios, sino resultados?

Los vaivenes de la vida política de PPK conforman una historia nutrida de acomodos y oportunismos, desde su participación en el primer gobierno de Belaúnde en calidad de niño genio con una debilidad por la Standard Oil, hasta su camaleónico desempeño actual. Lo que ha cambiado son sus tiempos de reacción. Ha “mejorado”. Le tomó cinco años pasar de compartir estrado con Keiko Fujimori en la segunda vuelta del 2011 a increparle, con indignación aprendida, “¡No has cambiado pelona!” en el debate del 2016. La semana pasada solo necesitó tres días para pasar de concentrar las ilusiones del antifujimorismo a unificar a Fuerza Popular con la liberación de su líder histórico.

En el medio hubo de todo: sirvió a un acciopopulismo que hoy consideraríamos ideológicamente de centroizquierda, se empleó en aquello que haya representado Alejandro Toledo (¿derecha etílica?, ¿mercantilismo con disfraz liberal?, ¿cleptocracia con careta progre?), configuró una rarísima alianza que reunió al PPC con el pastor Lay y, de aderezo, el efímero movimiento de Yehude Simon, etc. Si se analiza con calma, PPK ha sido un significante vacío sensualizado ante los demás por la coartada de la verdad técnica. En virtud de este marketing personal ha sido capaz de emplearse y legitimar toda prédica que gire, aunque sea vagamente, alrededor de la libertad económica o, mejor dicho, de la libertad de hacer negocios, que ciertamente no son lo mismo. Las únicas insignias que se le han resistido en estos 50 años han sido los partidos con ideología seria (es un decir): el APRA y Patria Roja. ¿Sorprende entonces que su posición ante el indulto haya sido la propia de una veleta?

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Antifujimorismo. Es una etiqueta bonita para un movimiento que no existe como tal y que solo funciona de manera reactiva. Es una ironía decir que es el partido político más grande del Perú en tanto no es un partido, su tamaño es discutible y su entraña dista de ser nacional. De alguna manera compite con el fujimorismo por la apropiación del sentido común ciudadano, y quizá esa sea su principal motivación política. Está formado, como bien ha señalado Meléndez, más por líderes de opinión que por “bases”, y tiene como caras visibles a ciertos actores de las fuerzas progresistas y a los liberales puros: un matrimonio, digamos, de conveniencia, o al menos singular. Por eso mismo el antifujimorismo no posee agenda, consenso ni acción propositiva, lo que de alguna manera los obliga a ser repentistas. Su accionar electoral los legitima cada cinco años, en tanto tocan el nervio que, al final de la carrera, parece decidir al ganador; tan cierto como ello es que ni el centro moderado ni los liberales doctrinarios han tenido un candidato y una votación importantes en ninguna primera vuelta y el ballotage siempre se ha planteado como la elección de un mal menor. Por ello han obligado, alzando la bandera moral, a preferir al otro, sea quien fuere: ya sea un capitán del Ejército cuyo pasado en Madre Mía lo hace dudoso de cualquier causa derechohumanista; o un banquero especializado en lobbies cuyo expertise se aprecia más en Wall Street que en Abancay. No es que el antifujimorismo se haya equivocado (¿cómo saberlo?), el problema es que como posición es una especie coyuntural que se agota estacionalmente.

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Fujimorismo. La jugada de PPK sería brillante si fuera suya: esquivó la vacancia y desarticuló a su oposición, el keikismo, con un mismo acto. Pero hay tres problemas al respecto: mintió mucho; la propiedad intelectual de la carambola no le pertenece; y, visto en retrospectiva, si lo iba a hacer, hubiera sido mucho más efectivo liberar a Alberto Fujimori antes de que se produzcan las revelaciones de Odebrecht, pues habría evitado el pedido de vacancia sin que se ponga en duda el espíritu humanitario del indulto, que ha pasado hoy como mercancía (de los narcoindultos al indulto express, no ha habido prerrogativa constitucional más devaluada).

La tensión del fujimorismo se ha resuelto a favor de la línea albertista liderada por Kenji, y eso obligará a una recomposición de la estructura de poder de Fuerza Popular. Los grandes perdedores son Ana Vega y Pier Figari, así como las figuras adictas a Keiko, como Héctor Becerril, Miki Torres y Daniel Salaverry. Lo que está por verse es si el resucitar político de Alberto Fujimori tendrá forma de cogobierno con PPK, o si terminará de escindir el partido de su hija, cuyos aires institucionales no han pasado de ser un chiste malo. Para lo primero tiene una ventaja: PPK está solo, con una bancada destruida y, por lo tanto, sumamente vulnerable al momento de sentarse a negociar. Lo segundo es inverosímil, en tanto Keiko no tiene el carisma, las ideas, ni el desempeño electoral como para opacar a su padre en la interna naranja.

Senamhi dice que este será un verano frío. Pero no lo será.

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