[Ilustración: Mind of robot]
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Jerónimo Pimentel

La Feria Internacional del Libro de Lima trae buenas noticias: Martín Vizcarra fue el primer presidente que se animó a inaugurar el evento cultural más importante del calendario limeño, donde, además, se comprometió a aprobar la nueva Ley del Libro y brindar apoyo económico a la organización de la FIL; se ha normalizado la participación de grandes escritores como Jonathan Franzen o Rosa Montero; las editoriales responden al pico estacional y concentran el lanzamiento de novedades para julio, y los socios de la Cámara Peruana del Libro multiplican el número de eventos que acercan a autores con lectores, uno de los objetivos comunes.

No todo es bonito, sin embargo. La ceremonia de inauguración inició sin la presencia de la mitad de los invitados de honor; se obligó a los asistentes a cantar el himno nacional sin pista musical, lo que hizo evidente que los mayores de 40 desconocen la letra de la segunda estrofa; se aprovechó la presencia del presidente para enumerar un pliego de reclamos que generó una ironía pública del embajador de España, etcétera. Ya en el llano, los baños siguen siendo impropios, la cafetería ofrece un servicio dudoso y aún mucha gente tiene problemas para ubicarse en los corredores de esta instalación gigante. Muchos de los problemas proceden de un pecado de origen: no contar con un recinto ferial. Pero vayamos a los libros, con atención en la producción independiente, que se muestra vigorosa, como lo demuestran estos cuatro stands:

• Pesopluma. Es imperdible la nueva edición de Vox horrísona, de Luis Hernández. El trabajo hecho por los editores ha sido ejemplar: han recuperado los cuadernos originales que compiló Nicolás Yerovi en la legendaria edición del 78, y han añadido su propia versión de Las islas aladas, así como un nuevo cuaderno. A todo ello añaden aparato crítico, paratextos y más. Una oportunidad para (re)descubrir a uno de los poetas peor leídos del siglo XX peruano.

• Estación La Cultura. El novísimo grupo editorial presenta una propuesta interesante, de la que destaca el sello de ensayos La Siniestra. El plato fuerte es La domesticación de las mujeres, de la flamante directora de la Biblioteca Nacional, María Emma Mannarelli, crucial para todos los interesados en entender los efectos del patriarcado en la historia peruana. Quien los visite en su stand podrá añadir algunas lecturas obligatorias de las ciencias sociales recientes como La batalla por Puno, de Rénique; Rebeliones inconclusas, de Heilman, y En nombre del gobierno, de Del Pino. La otra gran recomendación aquí es literaria y proviene del sello Animal de Invierno, que cada año sorprende con alguna revelación. Esta vez se trata de El hijo que perdí, de Ana María Izquierdo, un abordaje al luto desde la escritura testimonial que pone en el tapete los mecanismos de regulación social del dolor y que reivindica el derecho a convivir con la pena.

• El Instituto de Estudios Peruanos. El prestigioso think tank pone a disposición dos libros atractivos: Cómo matar a un presidente, de Rolando Rojas, y La revolución peculiar, editado por Carlos Aguirre y Paulo Drinot. El primero reflexiona sobre la violencia como herramienta política a partir de los magnicidios de Bernardo Monteagudo, Manuel Pardo y Luis Miguel Sánchez Cerro. El segundo es un conjunto de ensayos que aborda distintos aspectos de la revolución nacionalista a 50 años del golpe militar, desde su polémico legado político hasta sus efectos en el turismo regional, pasando por sus consecuencias en la educación, la agricultura y la construcción simbólica de la identidad peruana.

• Polifonía. Vale la pena destacar por lo menos tres títulos del proyecto conducido por Gabriela Ibáñez, los tres importados. Uno es Cuando los peces se fueron volando, de Sara Bertrand y Francisco Javier Olea, relato lírico y bellamente ilustrado alrededor de la ausencia. Otro es el Animezclados, de Constanze v. Kitzing, ideal para todos los seguidores, adultos o niños, de los singulares hallazgos del Profesor Revillod. Por último, Nidos que arrullan, de Cintia Roberts y Laura Varsky, un precioso tomo que explora las canciones de cuna latinoamericanas, y que permite descubrir la procedencia y variantes de las melodías que, alguna vez, nos hicieron dormir (“Santa Ana”, en mi caso).

Hay más libros, pero no espacio. Que tengan todos una feliz feria.

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