Los asistentes cortan el árbol hasta que caiga. Quien lo tumbe se encarga de la fiesta el año siguiente.
Los asistentes cortan el árbol hasta que caiga. Quien lo tumbe se encarga de la fiesta el año siguiente.

La celebración del carnaval en nuestro país tiene una larga tradición. Empezaron como fiestas locales cuya organización era asumida por los vecinos en pequeñas comunidades. En Lima Metropolitana la costumbre carnavalesca se estableció durante la época de la Colonia; pero, ya en el siglo XX, los limeños —especialmente en distritos como el Rímac o Barrios Altos— celebraban carnavales de una forma particular: jugaban con agua. Se mojaban entre sí. A esta Lima llegaron migrantes de distintas partes del Perú y, con el afán de no abandonar sus costumbres, se reunían con sus paisanos a realizar su propio y tradicional carnaval. A partir de la década de 1950, el mejor lugar para celebrar esta y otras fiestas para quienes migraban a la capital fue el local de un club departamental.

La celebración se desarrollaba —como aún sucede en distintos lugares del Perú profundo— entre comida, bebida y baile y, sobre todo, alrededor de un ritual que evocaba la vida en el campo: la tradicional yunza o cortamonte, un arbolito especialmente decorado, con regalos y premios, que era derribado al ritmo de la música.

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El paso del tiempo hizo que estas formas de celebración convivan y se mezclen en la ciudad, pero la modernidad ha traído consigo el cuestionamiento de estas viejas costumbres. Por un lado, en casi todos los distritos de Lima, está prohibido jugar con agua con la excusa del carnaval, pues, además de desperdiciar el recurso, se desnaturaliza la celebración al llegar a episodios de violencia. Por otro lado, movimientos ecologistas han empezado a deliberar sobre el efecto del cortamonte en el problema de la deforestación.

Por ejemplo, se calcula que en Jauja, una localidad de la sierra central en la que está más arraigada la tradición del cortamonte, se depredan alrededor de 12.000 árboles de eucalipto cada año, durante los carnavales.

Son pocos los lugares en los Andes donde los habitantes, influenciados por movimientos ecologistas o por el gobierno, asocian la tala de los árboles con la deforestación, pues los carnavales como festividad tradicional tienen mayor fuerza que la preocupación ambientalista.

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Aun cuando estas expresiones culturales son creaciones colectivas de los pueblos y forman parte de la cultura material e inmaterial, no pueden ser analizadas de manera aislada. Es preciso relacionarlas con el cambio climático, con la dinámica ambiental y en particular con el estrés hídrico que experimenta el planeta y que ya empieza a sentirse en nuestro país.

¿Cuántos árboles se necesitan para seguir celebrando el carnaval y el cortamonte? No existen cifras oficiales, pero sacando la cuenta y sabiendo que cada distrito, de los más de 1.800 que hay en el Perú, cuenta con un promedio de tres asociaciones o clubes; consecuentemente, hay, aproximadamente, 5.400 asociaciones en Lima y casi todas celebran carnavales. Si cada club distrital usa en promedio tres árboles, este número multiplicado por 5.400 asociaciones da como resultado 16.200 árboles. Si a esta cantidad le agregamos los árboles que se tumban en los aniversarios de los clubes, festividades religiosas del santo patrón del pueblo, hasta cumpleaños, tres en promedio, la suma total puede llegar a unos 20.000 árboles por año.

Los árboles suelen llegar a Lima procedentes de Chosica, de Cieneguilla, o de las riberas de los ríos Chillón o Rímac. El efecto de la falta de árboles no se siente de inmediato, lo que contribuye a que no se considere efectivamente un problema, como sí sucede con la escasez de agua; pero, si sumamos los árboles que se han cortado desde que los carnavales provincianos se celebran en Lima Metropolitana, podemos contar centenares de miles. Solo en los diez últimos años pueden sumar más de 100.000. ¿Qué sería de nosotros si esos árboles siguieran de pie?

Mayor investigación:
​Un vacío por llenar

Hay muchos estudios sobre la situación forestal en las cuencas y en la Amazonía, pero no existen estudios sobre cómo ciertas tradiciones culturales de la población pueden afectar directamente al medioambiente.
Ciencias sociales
La antropología, cumpliendo su rol de ciencia social que estudia la cultura, tiene una tarea pendiente en contribuir a esclarecer fenómenos contemporáneos como los citados.

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