[Foto: Getty Images]
[Foto: Getty Images]
Jaime Bedoya



El Perú no es un país de violadores, qué va. Es un país donde los hombres, como gentil cortejo romántico, se soban en las mujeres que viajan solas en el transporte público.

Es un país donde los taxistas, en exhibición pública de pericia, manejan con una mano en el timón y la otra en el pene buscando damas que impresionar con su arte ambidiestro.

Es el país en el que, cuando tu hija toma un Uber, tienes que estar ansiosamente pendiente del mapa con el recorrido del auto por si se este se desvía por error involuntario ante las múltiples distracciones turísticas de la ciudad. Pero qué va. Aparte de eso, somos unos caballerosos y sanos agresores.

Es el país donde un padre abusa de su hija de dos meses de edad, donde hombres graban en video lo que hacen con una mujer alcoholizada, o donde una joven voluntaria del censo es violentada por el ciudadano a quien le toca la puerta para prestarle un servicio cívico. Aparte de eso, ni con el pétalo de una rosa.

El Perú no es un país de violadores, tamaña generalización con nosotros, género sensible que cuando le da un resfrío es como si le hubiera llegado el cáncer. Y que cuando es objeto de una sinécdoque la confunde con una mentada de madre1.

Hay que tener demasiado tiempo libre para indignarse por un hashtag generado por acumulación de heridas sobre heridas, ataques sobre ataques. Si estos suceden es porque múltiples generaciones de machos fuimos educados bajo la premisa de que la mujer es un trofeo decorativo a nuestro servicio. Y que ellas nada pueden ni tienen que decir al respecto.

La agresión escala: se enseña, se contagia. Empieza con un chiste ofensivo, con una palabra de sobra, con un acoso parapetado bajo la jerarquía laboral, económica o cronológica. No hay que ser necesariamente el protagonista de eso para estar involucrado. Todos hemos callado o dicho algo de más alguna vez.

Obviamente no somos todos violadores. Lo acaba de demostrar un taxista héroe de Villa El Salvador que quedó con la cara cosida a puñaladas por defender a una mujer de un depravado. El hashtag en cuestión se trata de una figura retórica cruda y poderosa, arma de defensa verbal ante una normalidad que pontifica que las mujeres se la buscan porque los hombres somos así.

Tranquilos. No todos somos violadores. Pero tampoco seamos todos estúpidos: La víctimas son ellas, no nosotros.



1. Ejemplos: cuando se dice: “Perú, país minero”, no significa que todos trabajemos con pico y pala en una mina. Cuando se dice: “Perú, tierra de arqueros”, no quiere decir que esté poblada por 30 millones de guardametas. Cuando se afirma: “Chincha, cuna de campeones”, no es que todos ahí hayan campeonado en algo. Chincha ni siquiera tiene un equipo de fútbol.

Contenido sugerido

Contenido GEC