fuera de juego

El final de la mafia que durante 41 años gobernó la FIFA y se apropió del deporte más popular del mundo. Una red de corrupción y sobornos que llegó hasta el Perú, y que apenas empezamos a descubrir.

El gobierno de los pequeños gigantes

Blatter consolidó su poder gracias a los votos de países pequeños e irrelevantes en el fútbol.

Sábado 19 de diciembre del 2015

"¿Crisis? ¿Qué es una crisis?”, preguntó Sepp Blatter a la prensa internacional en mayo del 2011, cuando el imperio FIFA sufría algunas bajas por corrupción, pero el mandamás permanecía incólume. El suizo, de 79 años, ha caído finalmente en desgracia, pero no ha perdido la soberbia ni ha recuperado el sentido de realidad.

A la espera del veredicto por un pago irregular de US$2 millones a Michel Platini en el 2011 –el Comité de Ética ha pedido la expulsión definitiva para ambos–, el suspendido presidente ha escrito desde el exilio.

“Estos procedimientos me recuerdan a la Inquisición”, señaló en la misiva dirigida a los presidentes de las 209 federaciones que hasta hace poco lo apoyaban en mayoría. Incluso después del escándalo es probable que todavía lo hagan. Favor con favor se paga.

el mapa de la corrupción

el poder del tercer mundo

Celebrada por el sector más mediático del fútbol mundial, la irrupción de la fiscal Loretta Lynch en el universo FIFA fue resistida por el grueso de federaciones asociadas. La operación era vista como otra intromisión estadounidense en conflictos ajenos y una afrenta geopolítica.

“Este es un claro intento de EE.UU. de extender su jurisdicción a otros Estados”, aseguró el presidente ruso Vladimir Putin, al día siguiente de la incursión del FBI en el hotel Baur Au Lac.

Solo en el último ciclo mundialista se repartieron US$1,5 mil millones entre las 209 federaciones afiliadas.

En los demás países, esa muestra de poder blando generó desconfianza. Contados en las proyecciones de votos como miembros sumisos de la organización, los presidentes de las federaciones no europeas tenían motivos para apoyar a Blatter hasta el final. Antes de Havelange y su delfín, simplemente no existían.

“Sin Blatter no disfrutaríamos de todos los beneficios de FIFA”, explicó Amaju Pinnick, presidente de la Federación Nigeriana de Fútbol, antes de la elección del 29 de mayo.

En vilo. El dirigente camerunés Issa Hayatou preside la FIFA de forma interina, a la espera del veredicto sobre el futuro de Joseph Blatter.

“Lo que Blatter propone es la igualdad y la justicia entre las naciones, y no queremos experimentar”, agregó. Buena parte de los “beneficios de FIFA” van a parar a bolsillos privados. Jeffrey Webb, ex presidente de la Concacaf ahora en prisión, terminó de financiar su casa con ese dinero. Jack Warner, de Trinidad y Tobago, mandó construir estadios en terrenos que le pertenecían.

Pero el dinero que alcanza a la población sigue siendo mejor que nada. Solo en el último ciclo mundialista se repartieron US$1,5 mil millones por igual.

En un sistema en que Alemania, China y las Islas Cook tienen el mismo peso electoral, los más pequeños son mayoría. Y si se puede ganar jugando para esa multitud, no hay que preocuparse por la opinión pública en el resto del mundo.

el presidente de todos

A diferencia de muchos sistemas legales que no resistieron la amenaza de la desafiliación –incluido el peruano–, EE.UU. pudo comprarse el lío por su conocido desapego por el deporte rey. Mientras el fútbol es usado por muchos países con fines gubernamentales, la distancia del asunto y su poderío como mercado le permitieron ingresar a fiscalizar con suficiente inmunidad.

Han pasado siete meses desde los arrestos y la elección, desde que Blatter alardeara que era “el presidente de todos”. Aunque pragmática, esa fue su única lección.

créditos

investigación y textos:
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