Por: Gonzalo Galarza Cerf

En un momento se agotó. “Orquídeas del paraíso” marcó el debut literario de Enrique Planas pero —sobre todo— el resultado a favor de la apuesta de un novel escritor en un momento clave en su vida. Planas había perdido a su padre y con el dinero del seguro invirtió en ese proyecto de largo aliento que lo mantuvo encerrado escribiendo como si tratara de vengarse de la realidad a través de la ficción. Con expectativas, ambiciones y la desfachatez propia de un joven de 25 años. El libro salió y pasó de mano en mano hasta agotar sus 500 ejemplares y cerrar una etapa. “Es una novela que puede haber nacido con erratas y problemas de sintaxis, pero que estaba escrito con mucha furia”, dice Planas sobre la historia de Aquiles, un adolescente que se ve obligado a sobrevivir travestido en un prostíbulo en un pueblo de la selva, tras el asesinato de su padre, el gobernador. Es la época del caucho. Es el tiempo en que las condiciones imponen los límites en los que Aquiles tiene que crecer.

En ese sentido, es la construcción de la identidad bajo un mundo que se presenta ambiguo siempre Eso responde a la forma en que yo vi e interpreto la sexualidad que se vive en la selva: más libre, resuelta y divertida, con mucho menos tabúes. El tema de la novela es la búsqueda de la identidad, una reflexión intelectual y sensible, pero también la memoria y el recuerdo de un lugar tan diferente a lo que un muchacho de clase media conocía más allá de su entorno urbano.

El libro se alimenta de recuerdos de un viaje que hiciste de adolescente a Iquitos A los 14 años. Son recuerdos que se asentaron y permanecieron. Primero por lo exótico de la experiencia y la aventura vivida; haber conocido a muchachas de mi edad tan diferentes a las que había en Lima. Pero también porque ese viaje coincidió con la muerte de mis abuelos. La de mi padre fue posterior. Ese viaje fue el último momento feliz de la infancia perfecta, en que todo funciona en la familia. Después comienzas a vivir la realidad y sientes las ausencias y resquebrajamientos de la institución familiar, el fastidio con lo que te rodea y la envidia de la felicidad del otro. Escribir la novela no sé si me ayudó a resolver o desamarrar ese conflicto personal, pero sí a responder mis propias preguntas.

Y surge el tema femenino Me gustan mucho más las novela de personajes femeninos. Un personaje femenino es mucho más rico en la medida que sufre los conflictos desde una doble dificultad: primero está el conflicto natural que puede generarse en la novela y segundo, su condición de mujer. Eso hace que se conviertan en personajes mucho más demandantes, atractivos y memorables.

En tus obras tus personajes viven encerrados, sea en una habitación oscura (“Puesta en escena”) o en el cuerpo de una mujer siendo hombres (“Orquídeas del Paraíso”) El encierro es una condición permanente en lo que escribo. Debe ser porque de niño me encerraba para jugar y siento que la literatura y el acto de escribir se ha convertido en un juego adulto. Por eso es natural que me guste encerrar a mis personajes. El encierro hace que el ambiente de la ficción torne enrarecido, que la luz del sol no entre, que la realidad se difumine, que las atmósferas se vuelvan extrañas. Y con ello escucho y conozco mejor a los personajes. Después de ese encierro, en el espacio abierto, sus acciones cobrarán mayor fuerza. Creo que en “Puesta en escena” llevé esta idea del encierro al límite; es la novela más asfixiante y claustrofóbica que he escrito.

En ese terreno, la sexualidad ya no es tan clara, escapa a los discursos y obedece a los deseos del cuerpo. Se juega a ser otro y enamorarse de un chico siendo hombre parece algo natural Claro. La ambigüedad es el territorio literario. Para mí el personaje más literario de todos no tiene que ver para nada con la literatura canónica. Mi héroe de la ambigüedad es el conejo Bugs Bunny. Por eso en “Puesta en escena” lo pongo casi como un personaje, reflexionando sobre su sexualidad líquida. Él es lo que tú quieres que sea. Y también quiero que así sean mis personajes. Cada vez estoy más convencido de que la historia es lo que menos me interesa al escribir. Es un pretexto. Lo que quiero hacer es una galería de personajes que sean memorables, y en su construcción intento que sean ambiguos e inclasificables, y que por eso sorprendan.

¿Que tengan un universo trastocado? Lo que más nos gusta de los escritores es ese grado sutil en el cual su mirada del mundo se trastoca; ese grado de distorsión de la realidad que los diferencia del resto de miradas. Creo que eso busco en lo que leo y me gustaría encontrar en lo que escribo: que la mirada del narrador en mis historias tenga un sutil grado de distorsión, que la diferencie de la visión convencional o normalizada de las cosas.